Image: El honor con sangre se limpia

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Teatro

El honor con sangre se limpia

Estreno de “El alcalde de Zalamea” en Barcelona

20 septiembre, 2000 02:00

Boceto de la escenografía diseñada por Castanheira

A pesar de la intensa vida teatral de Barcelona, no es habitual ver en sus escenarios a nuestros clásicos del Siglo de Oro. Pero esta temporada el Teatro Nacional de Cataluña abre mañana con El alcalde de Zalamea, una coproducción con la Compañía Nacional de Teatro Clásico que dirige Sergi Belbel y cuya escenografía firma Castanheira.

Los versos de Calderón de la Barca resuenan desde hace unos días en la sala grande del Teatre Nacional de Catalunya (TNC). El coliseo levantará el telón el 21 de septiembre sumándose al centenario del gran dramaturgo del Siglo de Oro, con el montaje de El alcalde de Zalamea coproducido por el teatro público catalán y la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC). Sergi Belbel se sienta tras la mesa del director y dice no sentir ningún miedo especial a toda esta conjunción de primeras veces: es la primera vez que dirige un clásico español, la primera que un clásico español sube al enorme escenario del TNC, la primera que la CNTC coproduce un espectáculo con un teatro catalán. El texto le seduce desde hace años. Ahora él quiere seducir a sus espectadores con algunas bazas bien jugadas, como la bellísima escenografía de José Manuel Castanheira o un reparto heterogéneo formado por actores de toda España.

EL CULTURAL asistió a uno de los ensayos del espectáculo. La escenografía de Castanheira resulta sobrecogedora: tres enormes paneles elevados del suelo del escenario recuerdan la dimensión pictórica de su autor, y a ratos evocan la obra de Tàpies. Una única y gran plataforma define el espacio sobre el que evolucionan los actores. Según la iluminación, parece un paisaje lunar, una resquebrajada zona desértica o un mapa físico del sur peninsular, visto desde el aire. Sergi Belbel explica cómo resultó su trabajo con el artista portugués: "Sólo le pedí dos cosas: que diseñara un espacio orgánico, donde los actores no pisaran sobre seguro y que hubiera un único escenario. Es decir, que prescindiera de los cambios de escena que establece Calderón en la obra. De él fue la idea de irse a Extremadura, a Zalamea y a sus alrededores, hacer fotos de la zona y luego reproducir la orografía y los colores de los paisajes que encontró".

Escenografía pictórica

Tras su viaje, Castanheira cuenta que sus impresiones se han conjurado en una escenografía que, por un lado, recrea "un lugar inhóspito, aislado, de tierra desértica pero al mismo tiempo tranquilo y pacífico; un paisaje petrificado de colores cálidos y muy fuertes, muy pictórico pero buscando la tridimensionalidad para dar la sensación de que los actores están dentro de un cuadro. Por otro, me interesa que los espacios interiores y exteriores no estén definidos".

Sobre esa orografía caprichosa, se ensayan hoy los cambios de escena, ágiles, casi precipitados. La agilidad es una de las mayores preocupaciones de Belbel. Un detalle de agradecer: esa rapidez ha hecho posible que se represente la versión íntegra de la obra, "sin quitar ni una coma", especifica el orgulloso director. Roberto Quintana pronuncia los famosos versos del final de la Jornada Segunda: "Al Rey la hacienda y la vida / se ha de dar; pero el honor / es patrimonio del alma / y el alma sólo es de Dios". Llama la atención la naturalidad con que el actor dice el verso, que obedece a otra de las obsesiones del joven director: "Hay que respetar el verso, pero no caer en el preciosismo. "No me renglonees", les decía María Jesús Valdés a los actores, en su calidad de asesora del verso, "pero tampoco me lo destroces". Eso es lo difícil", explica.

Pero Quintana, en cambio, de cuyo origen andaluz ha sabido sacar Belbel mucho provecho, considera que el verso es la mejor escuela para el actor, "ya que muestra mucho mejor las intenciones del autor, y se rige por una serie de parámetros que aceptan bien el respeto, pero muy mal la adoración. Creo que es mucho más importante, por ejemplo, respetar el ritmo que la rima, y que si eso se hace bien, el verso nunca suena forzado".

Según Quintana, el personaje del alcalde presentaba algunos retos actorales: "Como los grandes personajes del teatro, no es ni bueno ni malo. He tratado de buscarle a mi Pedro Crespo el lado oscuro, pero también la claridad". Sobre el escenario, el alcalde de Quintana es de todo menos gris, desde luego.

Reparto heterogéneo

Las diversas procedencias de los actores son uno de los mayores atractivos de esta producción, cuyo reparto le llevó a Sergi Belbel más de cinco meses de trabajo. "Tardé más en hacer el reparto que en hacer el montaje, y al final conseguí a la gente que quería tras mil malabarismos, a golpes de intuición y pruebas". Conforman un elenco heterogéneo en el que conviven actores catalanes -Jordi Dauder, Òscar Rabadan o Paul Berrondo-, asturianos -Carmen del Valle-, sevillanos -Roberto Quintana- o madrileños -Pepe Viyuela, José Luis Santos, Camilo Rodríguez-, entre otros. De hecho, en los ensayos resuenan todo tipo de acentos, algunos más exagerados que otros. Las consignas al equipo se dan en castellano, pero en cuanto los técnicos del Nacional se saben solos, el catalán vuelve a aflorar, y a algunos, como a Quintana, se le pegan expresiones que luego repiten jocosos. De hecho, esta mezcolanza de lenguas produce una cierta alegría y es, según Belbel, "todo un síntoma de normalidad, que el público agradecerá".

También Jordi Dauder, quien ya participó en el único montaje en castellano que hasta ahora se ha estrenado en el TNC, El lector por horas, de José Sanchis Sinisterra, cree que el público catalán "tiene muchas ganas de ver un clásico castellano hecho en el Nacional de Catalunya, porque eso le da mucho morbo". Dauder interpreta al noble Don Lope de Figueroa, en cierto modo contrapunto de Pedro Crespo en lo que a la concepción del honor se refiere.

Para Sergi Belbel hay otros atractivos que pueden atraer al espectador. El fundamental es, desde luego, la actualidad del texto calderoniano. "Está claro que los temas que aborda El alcalde de Zalamea son de absoluta actualidad. Hay cierta premonición en el final de la obra, que deja entrever todo lo que ha de suceder a raíz del poder emergente del pueblo, de la burguesía. También hay un discurso actual en la confrontación del poder con la justicia, porque la justicia siempre está de parte de los poderosos, y Calderón antepone la justicia de un hombre sencillo a la de la clase predominante y le hace salirse con la suya. Para no hablar de esa contraposición pueblo-armas, que también está a la orden del día".

Dos meses de ensayos


El elenco, desde luego, no escatima alabanzas hacia Belbel. Dice Quintana: "No es habitual trabajar con directores que confían en los actores. Lo normal es que se preocupen en taparte con vestuario, con muebles… porque desconfían de ti. Cuando encuentras a alguien que te da libertad y confianza, te sientes muy bien. Tal vez por eso llevamos dos meses trabajando sin un solo momento de desaliento".

Sobre el escenario, segundos antes de la pausa para la merienda, Carmen del Valle ensaya la escena en que Inés, la hija del alcalde, acaba de ser violada. Hay problemas con el maquillaje. Se prueban algunos efectos de luz. En la escenografía aparecen brochazos de color rojo sangre. Belbel concede la pausa para merendar. En la cantina del Nacional, violadores, violadas, sargentos, nobles, mujerucas, soldados, labradores, algún escribano, un alcalde y hasta un rey comparten entre risotadas el café de la tarde.