BANQUETE ESCÉNICO
Banquete escénico
El Festival de Otoño con el que debuta como director Ariel Goldenberg dispone de menos espacios y ofrece menos espectáculos que en ediciones anteriores, pero sigue siendo el más ambicioso en presupuesto y número de compañías extranjeras invitadas de los que se celebran en España. La programación de este año tiene la ventaja de que muchas de las formaciones y figuras son ya conocidas de los aficionados madrileños por ediciones anteriores, valores seguros. Vuelve, por ejemplo, Hanna Schygulla, aquella actriz que Fassbinder gustaba "prostituir" en escena, y lo hace con un recital musical sobre poemas de Brecht, desnudo de ornamentos y escenografía. También George Lavaudant, director del teatro L’Odeon de París con una obra original, Fanfares, y Robert Lepage, en solitario y con gran alarde tecnológico. Y Cunningham, y Philippe Decouflé. Tampoco falta Mario Gas, nombre vinculado a este certamen que presenta su espectáculo más reciente, un Sondheim que fue estrenado en Barcelona y que tendrá la ventaja de estar mucho más rodado en su presentación madrileña. Para los más especialistas, despertará especial curiosidad el trabajo que Eugenio Barba lleva realizando desde hace 35 años con su Odin Teatret. Barba, discípulo de Grotowsky y sin quien quizá el maestro polaco no hubiera podido difundir sus ideas, presenta Mythos. Y en esta misma línea de investigar ritos y enigmas, fascinante puede resultar Fraja, teatro a cargo de la cofradía sufí marroquí Les Gharbawas. Como novedades, Spinach, Spinach y el humor negro y descarnado de la compañía francesa Dechamps, que presente Les pensionnaires.
A diferencia de un festival de cine, donde las películas compiten por un premio para promocionarse, un festival como el de Otoño es una feria para descubrir. Se busca sorprender, ilustrar y entretener. Si el aficionado sigue de cerca este certamen, recordará cada una de sus ediciones por algún sorprendente espectáculo que tuvo la suerte de hallar: El Elsinor de Lepage, Villains de Steven Berkoff, Gemelos de La Troppa, Arlecchino del Piccolo, Barysnikov..., grandes nombres de la escena internacional. Algunas voces argumentan que este festival no tiene un hilo temático conductor, otras que es una pasarela de caros montajes internacionales cuando la escena hispana está tan desarrapada, también que les gustaría que hubiera conferencias y debates teóricos. Pero ¿cuándo el aficionado madrileño tiene ocasión a lo largo de la temporada de ver lo último, por ejemplo, del Teatro Maly de San Petersburgo en un teatro privado? Los festivales están para programar lo que nadie programa porque es muy caro. O simplemente porque es desconocido: buscar por el mundo ese raro espectáculo no es tarea fácil. Hay que apreciar el Festival de Otoño como un gran festín de teatro, el banquete en el que se invierte un pastón -este año alcanza los 500 millones de pesetas- para brindar las mejores viandas del mercado a sus comensales. Y es un acierto que, por una vez al año, la Administración no escatime en el arte menos favorecido, que ofrezca a los ciudadanos -ya son 70.000 los que comulgan con él- la posibilidad de disfrutar de este lujo exquisito.
El Festival de Otoño con el que debuta como director Ariel Goldenberg dispone de menos espacios y ofrece menos espectáculos que en ediciones anteriores, pero sigue siendo el más ambicioso en presupuesto y número de compañías extranjeras invitadas de los que se celebran en España. La programación de este año tiene la ventaja de que muchas de las formaciones y figuras son ya conocidas de los aficionados madrileños por ediciones anteriores, valores seguros. Vuelve, por ejemplo, Hanna Schygulla, aquella actriz que Fassbinder gustaba "prostituir" en escena, y lo hace con un recital musical sobre poemas de Brecht, desnudo de ornamentos y escenografía. También George Lavaudant, director del teatro L’Odeon de París con una obra original, Fanfares, y Robert Lepage, en solitario y con gran alarde tecnológico. Y Cunningham, y Philippe Decouflé. Tampoco falta Mario Gas, nombre vinculado a este certamen que presenta su espectáculo más reciente, un Sondheim que fue estrenado en Barcelona y que tendrá la ventaja de estar mucho más rodado en su presentación madrileña. Para los más especialistas, despertará especial curiosidad el trabajo que Eugenio Barba lleva realizando desde hace 35 años con su Odin Teatret. Barba, discípulo de Grotowsky y sin quien quizá el maestro polaco no hubiera podido difundir sus ideas, presenta Mythos. Y en esta misma línea de investigar ritos y enigmas, fascinante puede resultar Fraja, teatro a cargo de la cofradía sufí marroquí Les Gharbawas. Como novedades, Spinach, Spinach y el humor negro y descarnado de la compañía francesa Dechamps, que presente Les pensionnaires.
A diferencia de un festival de cine, donde las películas compiten por un premio para promocionarse, un festival como el de Otoño es una feria para descubrir. Se busca sorprender, ilustrar y entretener. Si el aficionado sigue de cerca este certamen, recordará cada una de sus ediciones por algún sorprendente espectáculo que tuvo la suerte de hallar: El Elsinor de Lepage, Villains de Steven Berkoff, Gemelos de La Troppa, Arlecchino del Piccolo, Barysnikov..., grandes nombres de la escena internacional. Algunas voces argumentan que este festival no tiene un hilo temático conductor, otras que es una pasarela de caros montajes internacionales cuando la escena hispana está tan desarrapada, también que les gustaría que hubiera conferencias y debates teóricos. Pero ¿cuándo el aficionado madrileño tiene ocasión a lo largo de la temporada de ver lo último, por ejemplo, del Teatro Maly de San Petersburgo en un teatro privado? Los festivales están para programar lo que nadie programa porque es muy caro. O simplemente porque es desconocido: buscar por el mundo ese raro espectáculo no es tarea fácil. Hay que apreciar el Festival de Otoño como un gran festín de teatro, el banquete en el que se invierte un pastón -este año alcanza los 500 millones de pesetas- para brindar las mejores viandas del mercado a sus comensales. Y es un acierto que, por una vez al año, la Administración no escatime en el arte menos favorecido, que ofrezca a los ciudadanos -ya son 70.000 los que comulgan con él- la posibilidad de disfrutar de este lujo exquisito.