Image: Don Juan o la potencia del sexo

Image: Don Juan o la potencia del sexo

Teatro

Don Juan o la potencia del sexo

Dos tenorios compiten en escena

1 noviembre, 2000 01:00

Don Juan Tenorio llega este año con dos producciones: la dirigida por Gustavo Pérez Puig en el teatro Español de Madrid y la que hoy estrena la Compañía Nacional de Teatro Clásico en Valladolid. El mito más recurrente en la historia de la Literatura europea ha sido inventariado por la profesora Carmen Becerra en más de 600 versiones diferentes en su obra Mito y Literatura. Aquí explica las razones de su éxito.

Un año más, cuando la memoria de los españoles sitúa en primer plano a los que se fueron, cuando los camposantos se llenan de flores y de rezos, irrumpe en la escena española un aventurero, un joven sevillano insolente y desorbitado, un conquistador cuyo botín más preciado son las mujeres, aunque para lograrlo tenga que desafiar a la muerte, una desbordante vitalidad que lleva por nombre don Juan Tenorio.

La coincidencia de esta fiesta religiosa con la puesta en escena del Tenorio de Zorrilla es una ya muy vieja tradición española que cuenta con más de un siglo de vigencia. Sin duda, el macabro convite y las escenas de cementerio aproximan el drama de don Juan a los ritos funerarios que se celebran los primeros días de todos los noviembres, alcanzando así la representación de la vida y muerte de don Juan un carácter de ejemplaridad para la eterna España católica.

Pero la historia hubiera sido diferente si el tema de don Juan no hubiera alcanzado, gracias a la oportunidad de su nacimiento y a sus características internas, la categoría de mito; categoría que nos arroja en el mundo inextricable del misterio, o de aquellas realidades cuyos límites y contornos nunca logramos definir o alcanzar totalmente. Estamos ante una realidad cultural extremadamente compleja que puede ser interpretada desde perspectivas múltiples y, a menudo, complementarias.

La eterna aspiración de hombres y mujeres a descubrir los porqués de la realidad que los circunda, y a evadirse de ella cuando sus descubrimientos no le satisfacen o les resultan insuficientes, ha dado lugar a dos caminos: El camino científico, que intenta probar la causalidad de los hechos desvelando el misterio, y el camino mítico que, liberando la imaginación, atribuye los fenómenos a causas o seres sobrenaturales que la mente no puede explicar al escapar al control de nuestro razonamiento; empírico aquel, metafísico, trascendente y simbólico éste.

Ese es, sin duda, el camino en el que se instaló el primer don Juan desde aquellos remotos días en que nació de la pluma de su creador, navegando por las procelosas aguas de un siglo XVII, ensimismado en graves disputas teológicas. Ajeno a la intención de aquel fraile mercedario, don Juan inició su interminable periplo por el mundo asimilando lenguas y culturas, cruzando fronteras, impregnando la literatura europea, muriendo y renaciendo cada vez con nuevos sentidos.

Su rapidísima difusión, la perdurabilidad en el tiempo, su polivalencia semántica, la flexibilidad estructural que permite la variación en el tema sin que peligre la permanencia de lo sustancial, una capacidad probada para "mover" psíquicamente al receptor y la existencia en su interior de dos importantes rasgos: la pareja amor/muerte y la relación con lo sagrado, otorgan pronto al personaje de Tirso el estatus de mito universal. La larguísima y casi inabarcable lista de autores que lo visitan, utilizando para ello todo tipo de moldes genéricos, constituye una prueba irrefutable no sólo de su éxito literario, sino también de su acogida popular. Desde Molière a Mozart, desde Goldoni a Hoffmann, Byron, Merimée o Kierkegaard, sin olvidar, entre nosotros, a Zorrilla, Espronceda, Valle-Inclán, Azorín o Torrente Ballester, el número de versiones se ha ido multiplicando hasta convertirlo en el tema más tratado de la literatura.

No es, desde luego, el teatro el único género que ha acogido a don Juan. La música, recordemos a Don Giovanni (Mozart/Da Ponte, Praga 1787) y la narrativa (Hoffmann, 1813) han tenido mucho que ver en su trayectoria, proporcionándole nuevos y fructíferos nacimientos, pero casi todos los estudiosos y especialistas del tema están de acuerdo en que es el teatro la forma natural de vida del seductor, el lugar en donde se siente más cómodo, el medio en el que resulta más eficaz su drama, quizás por eso son más numerosas las versiones teatrales, si bien es cierto que tal afirmación sólo puede mantenerse si atendemos a la globalidad de las versiones, que no a períodos históricos concretos.

El brío y la fuerza del personaje le ha valido para sobrevivir a todos los naufragios, a todos los ataques, a todas las persecuciones. Ridiculizado, degradado, parodiado o enaltecido ha llegado hasta nosotros, siempre dispuesto a nuevas interpretaciones, a nuevos sentidos, siempre uno y diverso.

Rebelde o fugitivo, creyente o ateo, redimido o condenado continúa poblando páginas de literatura, interesando a creadores y lectores, a dramaturgos, narradores, poetas y pensadores, sin que ninguno logre descifrar definitivamente el enigma de su capacidad de fascinación. En nuestras letras, las piezas dramáticas de Vicente Molina Foix (Don Juan último, 1994), Alonso de Santos (La sombra del Tenorio, 1996) y Vidal Bolaño (A burla do galo, 1999), las versiones narrativas de la jovencísima Natalia Macías (Las aventuras de Don Juan Tenorio, 1995), de Marina Mayoral (Adiós, Antinea, en Recuerda cuerpo, 1998), o el ensayo publicado a título póstumo de Elena Soriano (El donjuanismo femenino, 2000), por citar sólo algunos, prueban sobradamente el interés que sigue suscitando.

Don Juan es un mito, y los mitos no mueren porque mantienen un valor simbólico siempre, porque -como afirma el catedrático de Filosofía José Luis Abellán- "es la expresión del eterno anhelo humano de resolver de golpe y en una sola vez las paradojas del amor. Su rostro está presente, su figura permanece".


EL DON JUAN DE LA CNTC

La versión que hoy estrena la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) en el teatro Calderón de Valladolid ha sido dirigida por Eduardo Vasco. Al parecer, el director ha pretendido ofrecer una lectura actual del drama, ya que considera que el personaje ha perdido en nuestro siglo su sitio: "La salvación eterna no es ya un tema que preocupe en exceso ni parecen tan graves los delitos carnales del protagonista".

Por eso, la adaptación, escrita por Yolanda Pallín, ha preferido centrarse en el conflicto del hombre consigo mismo y con un mundo que aprisiona su vitalidad y cualquier posibilidad de cambio. A Vasco le interesa ese Don Juan que "vive al margen de cualquier estructura social, política y religiosa y sólo está dispuesto a entrar en ese cauce cuando alguien le fascina y transforma su manera de ver las cosas. Simplemente se comporta como lo hacen las mencionadas estructuras a lo largo de la Historia: sin escrúpulos, sin contemplaciones, atendiendo únicamente a su beneficio y cumpliendo sus deseos a cualquier precio". Si hay muchos cambios en los ripios, habrá que comprobarlo

Protagonizada por Ginés García, cuenta con Juan José Otegui como Don Gonzalo de Ulloa y Cristina Pons, en papel de Doña Inés. La escenografía y las máscaras son del pintor José Hernández. El reparto se completa, además, con José Segura como Don Diego Tenorio, Jesús Fuente (Avellaneda), Arturo Querejeta (Capitán Centella), José Tomé (Don Luis Mejía), Gerardo Quintana (Gastón) y Berta Labarga (Abadesa).

EL TENORIO DE PéREZ PUIG

La versión dirigida por Gustavo Pérez Puig para el teatro Español de Madrid tiene la peculiaridad de contar con dos donjuanes: Juan Carlos Naya interpreta al joven y fogoso de la primera parte mientras Ramiro Oliveros, que vuelve a la escena después de muchos años de ausencia, encarna al maduro de la segunda. En el papel de Doña Inés, una conmovedora y joven Abigail Tomey, y en el de Luis Mejías un creíble Manuel Gallardo. Destacar también el trabajo de Ana María Vidal. El director es un declarado apasionado de la obra, ésta es la séptima vez que la monta. Para Pérez Puig, el Tenorio es un personaje realmente incomparable por "su personalidad arrolladora, su simpatía, su punto de chulería, su valor en los momentos más difíciles, su éxito con las mujeres y su salvación final en un instante de arrepentimiento". Visto así, su trabajo ha sido muy fiel al texto (ha seguido la versión de Enrique Llovet), con un resultado final que plantea una puesta en escena clásica, respetuosa, por ejemplo, con los cambios de decorados que se mueven a la manera tradicional. éstos, originales de Francisco Sanz, son sólidos, realistas, aparatosos. Además, la producción mueve a muchos actores, 40, que se desplazan en grandes coros vestidos con figurines inspirados por Vicente y Carlos Viudes. Eso sí, el director ha sustituido el famoso sofá por un banco de azulejos, pues estamos en la Sevilla de 1545. La obra permanecerá en cartel hasta fin de año para volver el próximo otoño, coincidiendo con el día de Todos los Santos.