Image: Matar al lobo

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Teatro

Matar al lobo

Ferrán Madico estrena "Terra Baixa", de àngel Guimerà

29 noviembre, 2000 01:00

Terra baixa está considerada como el clásico por excelencia del teatro catalán. En 1896 àngel Guimerà escribió este drama rural, metáfora del cambio de siglo XIX al XX. Rescatada por el Teatro Nacional de Cataluña, el director de escena Ferrán Madico escribe sobre las nuevas lecturas que ha hecho del texto. El montaje se estrena mañana en Barcelona de la mano de 13 actores.

Todo el mundo sabe qué explica Terra Baixa (Tierra baja), para muchos la obra más importante, no ya sólo de su autor, àngel Guimerà, sino de todo el teatro catalán. Todo el mundo sabe que ya nadie va al teatro a ver realismo costumbrista, ni tampoco sólo para entretenerse, porque el mero entretenimiento se consigue con facilidad con quedarse en casa y mirar la televisión. Si 600 personas se toman alguna molestia para ir al teatro -renuncian al sofá por una noche, salen de casa, pagan sus entradas- deben encontrar algo distinto a lo que obtendrían sin tomarse tantas molestias. Y ese "algo más" es nuestra responsabilidad: el público merece que estimemos su capacidad intelectual y su libertad de elección. En mi opinión, esa es la clave de la verdadera función terapéutica y social del teatro: en él la sociedad se reúne, reflexiona y se redime. El teatro no es un fin, sino un medio. Un medio para formularse muchas preguntas y para hallar, tal vez, algunas respuestas que nos enseñen a vivir un poco más, o a lograr darle -parafraseando a Thomas Bernhard- un sentido a la vida.

Bajo estas premisas, y regresando al texto en el que llevo meses inmerso, es interesante formularse ciertas preguntas: ¿Por qué lo escribió Guimerà? ¿Por qué éste es, de entre toda su obra, el más representado? ¿Por qué es, además, el más internacional? Me interesa el modo en que Terra baixa responde a esas preguntas. No se trata sólo de una metáfora del paso del siglo XIX al XX, o de una reflexión sobre cómo vivir el desmembramiento familiar, la separación -aquí simbolizada en el paso del medio rural al urbano-, o la soledad del hombre.

Terra baixa termina con una exclamación airada de Manelic, su personaje principal. Una exclamación -"He mort el llop!", ("he matado al lobo")- que no es nada descabellado emparentar con la muerte de Dios de Nietzsche. Y es que Manelic, a su modo, es el superhombre de su tiempo, porque su víctima ha sido también una suerte de Dios: Sebastià, un potentado, o un oligarca, o un representante de una clase en vías de extinción. Una clase que, probablemente, no haya sido jamás tan mala como anteriores montajes de la obra nos hicieron creer, sino más bien acomodaticia y poco dada a autocuestionarse. Por eso, me he impuesto una huida premeditada de los extremos. En la misma época en que Guimerà escribía la emblemática frase final, Sigmund Freud proclamaba la necesidad de matar al padre para crecer. Para crecer, Manelic precisa matar al amo. Y, por supuesto, soñar. Imaginar la tierra alta.

He aquí otra de las claves de la obra: la tierra alta enfrentada a la tierra baja. Eterno retorno de su autor: los dos mundos encontrados, que él mismo, como hijo de canarios radicados en Cataluña, vivió como algo traumático a lo largo de su vida. Aquí, la tierra alta simboliza el paraíso, el Edén del que fuimos expulsados, pero al que jamás regresamos porque el pecado nos sigue contaminando. La tierra alta no es tanto un espacio físico como onírico, es nuestra capacidad para huir con la imaginación. Ya todos habitamos esta urbana tierra baja que ha ganado la partida. Baudelaire se asentó en ella como pionero y proclamó el fin de las tierras altas: hay que huir hacia los paraísos artificiales. Embriagaros, de drogas, de sexo, de dinero o de poesía, sin embriaguez es imposible permanecer aquí. Crecer significa matar algo de nosotros. Para vivir es necesario, primero, matar al lobo.

àngel Guimerà nació en Santa Cruz de Tenerife en 1849, aunque vivió desde niño en el El Vendrell y Barcelona, donde falleció en 1924. Considerado como uno de los más fervientes catalanistas -con Jacinto Verdaguer fueron las dos figuras capitales del movimiento renaixença-, sus obras gozaron de gran popularidad en Cataluña y fueron traducidas al español tanto en el resto de España como en América. Publicó sus mejores poemas en la revista La Renaixença, que dirigió posteriormente. Sus primeras obras son de estilo clasicista (Gala Placídia o el drama histórico de corte romántico Mar i cel) y dejó sentir el influjo de Victor Hugo y Shakespeare. Pero a partir de 1980 cambia los temas históricos por temáticas sociales de su tiempo en un estilo naturalista. Entre la extensísima obra de Guimerà destacan María Rosa, Agua que corre, El alma es mía y Tierra baja, considerada como la más importante del autor y que sirvió de argumento a la ópera alemana Tiefland, del maestro D’Albert, quien también musicó La hija del mar. Reunió sus mejores obras en Poesíes (1988).