Image: Eduardo Mendoza sube a Miller a las tablas

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Teatro

Eduardo Mendoza sube a Miller a las tablas

"En el teatro me considero un aficionado"

6 diciembre, 2000 01:00

Eduardo Mendoza sale de su torre de marfil para hablar en exclusiva con EL CULTURAL sobre Arthur Miller, el teatro y sus inquietudes sobre la traducción. La próxima semana se estrena en el Teatro Calderón de Valladolid su versión de Panorama desde el puente, un montaje que dirige Miguel Narros y que protagonizan Sancho Gracia y Ana Marzoa.

Que sean las cinco de la tarde y que este hombre sea Eduardo Mendoza le confiere a esta tarde gris y barcelonesa un cierto aire inglés, que nuestra puntualidad agudiza, si cabe. Coincidimos en la puerta de la Agencia Literaria de Carmen Balcells, el lugar donde el escritor cita -muy de tarde en tarde- a los periodistas. Nos hacen pasar a una de las grandes salas de la agencia, donde aguarda una larga mesa de reuniones y un cuadro desde donde Bryce Echenique preside nuestro encuentro. La elegancia de Eduardo Mendoza se conjuga con la del entorno. Es este un hombre que incluso cuando se niega a contestar -y durante esta conversación se negará varias veces- logra resultar elegante.

Son causas teatrales las que hoy nos acercan a Eduardo Mendoza. Está a punto de estrenarse en Valladolid su versión de Panorama desde el puente, de Arthur Miller, bajo la dirección de Miguel Narros y con Sancho Gracia en el papel protagonista.

La relación de Mendoza con el teatro es antigua y pasional: la primera vez que vio una representación tenía cuatro años. Le llevó su padre, un hombre del que se dice que quería hacer de su hijo un verdadero "gentleman". Qué duda cabe que el padre de Eduardo Mendoza se salió con la suya.

Insistencia de Narros

-Sé que siente usted aversión hacia las entrevistas. Quería agradecerle que se haya prestado a esta.
-Eso hay que agradecérselo a Miguel Narros, que me ha insistido mucho. Soy muy reacio a las entrevistas. No me gustan. Hacen perder mucho tiempo.

-También quisiera felicitarle: tiene usted su propia conmemoración de los 25 años de algo. Esa es la edad de su primera novela, La verdad sobre el caso Savolta.
-Pues sí, han pasado veinticinco años, pero cuando se mira hacia atrás no parecen tantos.

-Hablemos de teatro. Panorama desde el puente es un texto que plantea importantes conflictos éticos. ¿Qué razones le llevaron a traducirla?
-Cuando me ofrecieron esta traducción me pareció que era una visita oportuna. Creo que el texto de Miller tiene un interés ético indudable, es cierto, y un interés literario también indudable. No sé si se puede tener un interés literario sin al mismo tiempo tener un interés ético. Una obra sin contenido ni siquiera sé si puede existir. En este caso, creo que es una obra muy de su autor. Soy un gran devoto -mejor admirador- de Arthur Miller. Aquí es un hombre muy poco conocido, aunque ahora parece que está otra vez de moda. Me admira, además, que a sus 85 años acabe de estrenar una obra en Estados Unidos. Es un hombre que está siempre de actualidad, porque sus obras no son coyunturales, aunque a veces traten temas del momento. Además, hay dos cosas que me gustan mucho: una es el teatro y la otra es traducir. En este proyecto se han juntado ambas.

-Es usted asiduo espectador de teatro. ¿Vio usted el montaje de Todos eran mis hijos, de Miller, que dirigió el año pasado Ferran Madico en el Romea, que por cierto también es su casa?
-Una vez me hospedé allí, sí. Pues no, no la vi porque no estaba aqui. Y lo siento, porque es una obra que también me parece muy interesante. Ahora sé que van a estrenar Muerte de un viajante, así que este podría acabar siendo el Año Miller.

-Se habla mucho de concomitancias entre Muerte de un viajante y Panorama desde el puente. ¿Usted cree que las hay?
-Creo que las hay. Todas las obras de Miller plantean un problema moral siempre relacionado con la culpa. Sus memorias, en este sentido, son muy clarificadoras. él es un hombre -tal vez por su herencia judía, dice él- obsesionado con la culpa. Todos sus personajes son a un tiempo víctimas y culpables de su situación, que no se sabe si podrían haber evitado. Desde luego, tanto el viajante como el pobre descargador de muelles o incluso el hombre malo de Todos eran mis hijos, no son malos, todo lo hacen por una razón, y los buenos tampoco lo son tanto… Todos tienen una parte de sombra que es lo que les hace tan interesantes. En definitiva, este texto es, como casi todo lo que escribe Miller, una tragedia griega.

-¿Cómo ha sido su mirada sobre el texto?
-Yo tengo sobre la traducción ideas bastante rígidas, no sé si claras, porque fui traductor muchos años, y pienso que lo más importante es la fidelidad. Una reinterpretación es siempre una traición y, además, un error. A veces no hay más remedio, con textos imposibles de traducir, como por ejemplo los clásicos. Yo he hecho dos traducciones de Shakespeare y forzosamente tuve que hacer algo. Con muchas posibilidades de que ese algo no salga bien y termines metiendo la pata, claro. Pero en este caso había que ser muy fiel al texto. No ha sido tan difícil. Es una obra de los años 50, y entonces aún había un lenguaje convencional que es el que yo he utilizado. No hablan como descargadores del muelle, ni como inmigrantes italianos, ni usan el "slang" de Nueva York. Tampoco dicen palabrotas, que siempre son tan difíciles de traducir porque no tienen equivalente ni se usan de la misma manera. He sido, pues, muy respetuoso porque el texto me lo permitía.

Un escritor traductor

-¿Cree que los traductores son menos traductores cuando son también escritores?
-Bueno, traductores, como cantantes, los hay buenos, mediocres y malos. Y los buenos son pocos, igual que los malísimos, por suerte. Traducir no es muy difícil si se tiene un buen diccionario y se conoce un poco el idioma. Lo difícil viene antes de empezar a traducir; decidir lo que uno va a hacer. Y eso requiere incluso varios intentos y fracasos. Hay que encontrar el tono, el tipo de voz que uno va a poner a sus personajes… Para el teatro, a diferencia de la novela, es muy bueno saber qué actores van a hacerlo o qué director, porque eso ayuda a pensar un poco en un físico y en cómo esa persona se expresaría. Lo que pasa es que esto casi nunca puede ser. En este caso, a media traducción me dijeron quién iba a ser el protagonista y eso me fue bien.

-¿Cómo se elige esa voz?
-Si es un texto con personalidad, que no puede ser mecánico, hay que acostumbrarse a él antes de empezar, y encontrar una voz común a todos los personajes, aunque luego cada uno tenga su propia personalidad.

Un terreno instructivo

-¿Qué papel desempeña la traducción en su día a día profesional? ¿Le relaja, le divierte…?
- Es un trabajo que me encanta e intercalada con momentos de creación me produce una gran tranquilidad y me pone en marcha en un terreno que me parece sumamente instructivo. Yo recomiendo mucho a los escritores que traduzcan porque es la única forma de desmontar y volver a montar las piezas de esta máquina y ver cómo los autores interesantes han construido su arte. Eso leyendo no se ve, porque precisamente ahí está la gracia: en que no se vean los engranajes. La traducción es estupenda para desmontar el reloj, ver todas las piezas, y luego volverlo a montar.

-Creo que fue su padre el responsable de su gusto por el teatro.
-Mi padre era muy aficionado al teatro, iba a menudo. A veces no tenía nada que hacer y se metía en un teatro, y a veces me llevaba con él, donde fuera. Nunca pensó que tuviera que llevarme a sitios infantiles.

-Alguna de sus novelas ha dejado ver también ese afición suya al teatro. Una comedia ligera es un buen ejemplo. El protagonista es autor teatral, hay actrices, empresarios…
-La verdad es que para Una comedia ligera el teatro me sirvió como símbolo de una época, como una de las cosas más características de esa época. Antes al teatro se iba por la tarde y estaba lleno de señoras con abrigos de piel. Ese teatro-acontecimiento social ya no existe.

-Hablaba usted de la caracterización a través del habla en los personajes de Miller. Hay mucha caracterización por el lenguaje en los personajes de Una comedia ligera. Un recurso muy teatral.
- Sí, pero en mi caso se trataba de hacer parodias, dibujos de trazo grueso. En el caso de Miller no: su obra es seria y sus personajes tienen que ser creíbles a un nivel poético, no realista.

-Hace un par de temporadas se hablaba del estreno de Gloria, otro texto teatral suyo escrito -como Restauración- para la actriz Rosa Novell y en catalán. ¿Sigue sin haber fecha de estreno?
-Es una obra que escribí casi espontáneamente, sin que viniera a cuento de nada, y que se quedó por el camino. No pasa nada, hay tantos proyectos que se quedan a medio camino…

-¿Y hay más obras inéditas en su cajón?
-Tengo muchas cosas empezadas y de muchos tipos.

-Es curioso su desdoblamiento idiomático en el teatro. ¿Nunca se ha planteado escribir una novela en catalán?
-No, porque no es sólo una cuestión de idioma, sino de toda una tradición literaria. No sé cuál es mi tradición, pero desde luego en la catalana no me vería con ánimos de entrar. En cambio, el teatro me pareció un buen terreno, en el que, por cierto, me considero más un aficionado que otra cosa.

Seguridad creativa

-¿Sigue sintiéndose inseguro con el catalán?
-No, no, me siento inseguro en todo: en la lengua, en el teatro, en la novela, en todo, en todo. Creo que el que se siente seguro está ya empezando a necesitar ayuda médica. Todo es tan incierto…

-En febrero saldrá otra novela suya, una tercera entrega de la serie que inició con El misterio de la cripta embrujada y El laberinto de las aceitunas…
-De eso, si le parece, prefiero no hablar ahora.

Un mal camino...

-¿Qué sensación le provoca esa clasificación constante que hace la crítica de sus novelas, dividiéndolas en mayores y menores?
-No, no… De verdad que no quiero hablar de eso. No me intente colar preguntas por la ventana. Piense que esta entrevista tendría que haber tenido lugar en Madrid, junto a los actores y el director. El que la hagamos aquí es circunstancial y yo me comportaría deshonestamente si intentara aprovechar la entrevista para hablar de mí. Esta es una entrevista a un traductor literario. Entiéndame, no es nada contra usted.

-Lo entiendo. Entienda usted que mi papel consiste en intentarlo, por lo menos.
-Lo entiendo, pero por este camino acabaremos mal.

-Yo que quería pedirle que me hablara de aquellas declaraciones suyas sobre el fin de la novela. Debe de estar usted muy harto de hablar de ello.
-Absolutamente. Pero, ya le digo, no quiero hablar. Me causaría un perjuicio.

-Entonces permítame reconducir la entrevista hacia cuestiones teatrales, que es lo que realmente le interesa en estos momentos. Hablábamos de futuros estrenos de alguna obra suya.
-Cuando tenga una obra que considere que está para estrenar veremos qué hago. Por ahora, la verdad, no hago planes.

-¿Gloria no está para estrenar?
-De momento no. La tengo aparcada. Además, tengo con mis cosas una relación extraña. Lo que pasa con lo que yo hago es que me interesa muy poco. Me interesa hacer las cosas: escribir un libro, o una obra de teatro, o colaborar en un guión de cine… Pero una vez he terminado mi trabajo, todo lo demás lo considero unos impuestos que debo pagar y que de buena gana me ahorraría. Todo esto ha dejado de interesarme. Lo que me interesa es mi trabajo. A mí me gustaría, al acabar un libro, dejar el manuscrito en la editorial y no enterarme de nada más, y empezar otro. Estas servidumbres son tan incómodas… Ahora, con esta traducción, me sucede lo mismo: la hice, se la entregué a Miguel Narros, trabajamos en los retoques, con mucho gusto iré al estreno y tengo muchas ganas de ver el montaje, que seguro que me encantará. Todo lo demás no me gusta, ni las presentaciones de libros, ni las ruedas de prensa… Lo hago sacando tiempo de otras cosas.

Barcelona teatral

-¿Sigue usted pensando, como dijo hace algunos años, que el teatro en Barcelona es un asunto de funcionarios?
-No sé. Tampoco quiero ahora entrar en un análisis del teatro que se está haciendo en estos momentos en Barcelona. Eso sería objeto de otra entrevista. Ahora soy un señor que traduce obras de teatro para su estreno en Valladolid. Además, puedo decirle que ni siquiera sé si este montaje llegará a Barcelona. Si llega, ya hablaremos del teatro en Barcelona, y eso tal vez será dentro de un año o más, quién sabe.

-Muy bien. Quisiera interpretar entonces sus palabras como que me emplaza para otra nueva entrevista... ¿no?
-Cada cosa se ha de hacer a su tiempo. Como concedo pocas entrevistas, cuando concedo una me preguntan hasta la marca de calcetines que uso. Y de verdad que no vale la pena.

-Sus palabras me obligan a la última pregunta, aunque sea por marcharme en paz: ¿Ha sido esta entrevista una carga muy pesada de soportar para usted?
-No hija mía, tú no… (risas)… Es el trabajo… El trabajo…