Image: El codiciado brillo de los MAX

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Teatro

El codiciado brillo de los MAX

18 abril, 2001 02:00

El próximo día 23 de abril se fallan en el Teatro Arriaga de Bilbao los IV Premios Max de la SGAE. A las 23 categorías concurren nombres como Mario Gas, Adolfo Marsillach o Juan Echanove. Este año el Premio de Honor será para Antonio Gala y el Premio Alternativo recaerá en Alberto San Juan (que hoy presenta en el Teatro Bellas Artes El fin de los sueños) y Marcel.lí Antúnez. Ninguno de ellos tiene miedo escénico.

Dentro de unos días se conceden los premios Max que otorga la votación de un jurado de 14.000 miembros, socios de la SGAE. Son unos megapremios, ya acreditados, hollywoodenses y parafernálicos al estilo, más o menos, de los Goyas cinematográficos. Los premios Max se instituyeron hace cuatro años y en su frontispicio llevan el nombre del acaso más genial personaje de Valle-Inclán, el más genial sin acaso, de los dramaturgos españoles. Los Max son la ceremonia imponente, el boato brillantísimo de la farándula; son únicos, aunque no los únicos, en el reino hispánico de Talía. Hay otros, como los Celestina o el Mayte, más antiguos que los Max, e igualmente codiciados hasta extremos de controversia airada. No le vendría mal al mundo del teatro, tan acostumbrado a la cortés complacencia de los estrenos, un poco de gresca o de pateo.

Debemos, pues, concluir que todos los premios, incluidos los Max, con un jurado multitudinario y sin rostro, son justos y benéficos aunque algunos quieran demostrar lo contrario. Aceptemos que la humana condición, además de benéfica, es casi siempre impura. Veamos algunos de los finalistas de los Max en los apartados más significativos, que son más de una veintena. Mandan nombres como Juan Echanove, Luis Olmos, Azcona, Marsillach, Calixto Bieito, Mario Gas, Luisa Martín, Anna Lizarán, Nuria Espert y otros, bastantes de los cuales anduvieron entre los finalistas o premiados de los Celestina y el Mayte. Sin temor a equivocarse irremediablemente podría uno apostar por Echanove, por Mario Gas o por Marsillach.

Esto quiere decir que la naturaleza, o la idea, de cada premio puede ser distinta, pero que, a la postre, los nutrientes vienen a ser los mismos. No hay más cera que la que arde en los distintos cirios y la que arde, creo yo, es buena. Ahí está por ejemplo Berta Riaza que en 2000 fue premio Mayte y en 1999, por el mismo papel, fue premio Max; o Arte, en la que los Max distinguieron a Carlos Hipólito y el Mayte se inclinó por Flotats en el triple aspecto de director, actor y adaptador; o Las Manos (primera parte de la Trilogía de la Juventud de Pallín, Fernández y Yagöe) candidata este año a los Max, candidata el año pasado al Mayte y premio Celestina el mismo año, compartido éste con Ignacio Amestoy. Más de lo mismo pasa con Juan Echanove, premio Celestina, o con Marsillach, sabrosísimo aliño de todos los guisos y también último premio celestinesco.

Premios plurales

Que los tres premios citados -los espectaculares Max, el añejo Mayte y los inquietos Celestina- coincidan en tan alto grado a la hora de repartir glorias, es un hecho elocuente. En unos fulge la ceguera profética de Max Estrella y sus deslumbrantes luces de bohemia; en otros, urde y teje la genial recosevirgos de Fernando de Rojas y la terquedad de Chatono Contreras y Manolo Gómez: estarían llamados, si algunos críticos no se la cogieran con papel de fumar, a ser los premios de la crítica enredadores y rigurosos. A Mayte, el decano, lo alimenta la memoria protectora y desinteresada de una tabernera, lista y trabajadora, que se vino a Madrid a comerse el mundo y se lo comió: la gente de teatro la venera.

Nunca llueve a gusto de todos y puede que este año, dada la dispar y plural significación de los finalistas en los Max, no todos estén conformes con los resultados. Ya se sabe que muchos son los llamados y uno sólo el elegido; bueno, en los Max uno por cada una de las 23 especialidades; entre éstas, las distinciones por autonomías, cuyo controvertido proceso de selección ha encocorado ya, antes del fallo definitivo, a más de uno. Si en vez de un único galardón sin distinción de modalidad, el Mayte tuviese más, como los Max o los Celestina, habría menos dificultades para dilucidar, por ejemplo, entre un autor y un intérprete, un clásico o un vanguardista, un escenógrafo o un director.

Lo que sí parece necesario, en cualquier premio, es que el jurado, multitud sin rostro o grupo restringido, lo compongan gentes que hayan visto las obras sobre las que actúa la conciencia selectiva y sancionadora. De lo contrario, los canales de información pueden estar obstruidos o ser insuficientes; los megajurados pueden estar condicionados por la industria, la producción o la política (en el caso autonómico); los otros, los jurados restringidos y con rostro, por la sentimentalidad. Pero los premios, salvo cuando los otorga una sola persona, y eso ya no es premio, sino condecoración, no son una fórmula matemática. En definitiva, señores guardias civiles, aquí pasa lo de siempre: que mueren cuatro romanos y cinco cartagineses.