Teatro

El Canto de la Cabra estrena "La fuerza de la costumbre"

La pasión según Bernhard

27 junio, 2001 02:00

Una pasión imposible, maldita e inútil. El teatro de Thomas Bernhard llega a El Canto de la Cabra de Madrid con los musicales diálogos de La fuerza de la costumbre. Locura, arte y perfección marcan el compás de esta obra dirigida por Juan úbeda y que inaugura, el próximo 4 de julio, la programación al aire libre de la sala madrileña. Con este motivo, EL CULTURAL repasa y contextualiza la que ha sido considerada por muchos la obra maestra del escritor austríaco.

Acaso Thomas Bernhard no lo creyera del todo, pero la idea que algunos de sus personajes tienen del teatro es la de una pasión imposible. O peor aún: inútil y maldita. Viene a El canto de la cabra, iniciático reducto en el corazón de Chueca, La fuerza de la costumbre, la obra de Bernhard casi unánimemente considerada su obra maestra: puede que eso fuera antes de que se estrenara Heldenplatz (Plaza de los héroes). En cualquier caso se trata de una obra provocadora y ejemplar, como casi todo lo de Bernhard. El magisterio es ya otra cuestión y no creo que sea aplicable a este "teatrero", término que viene a ser la traducción coloquial de Der Theatermacher, el hacedor de teatro literalmente. La mejor interpretación. Un personaje de Autor caprichoso, uno de los cien relatos de El imitador de voces, brevísimos como disparos y cegadores como fogonazos, se dedica a apretar el gatillo desde un lugar invisible del gallinero contra "todo espectador que se reía a destiempo".

Sentido falseado.
Podría decirse que ni el apuntador quedó vivo, si no fuera porque el justiciero autor respetó a intérpretes y director. En Imposible, otro autor, descontento con las representaciones y con la recepción del público, entabla numerosos pleitos para que le devuelvan el sentido falseado de su obra. Su afirmación de que para sus dramas le bastaría con una representación, a cargo de los mejores actores, da una idea de cómo Bernhard entendía el teatro.

Narrativa y teatro son inseparables en este austríaco nacido por un destino imprevisto en Holanda. Si sus novelas y sus cuentos se enriquecen con procedimientos teatrales, pudiera ser que su teatro, aunque no de forma irrenunciable, tenga un deslumbrante toque literario. Confesión de parte (del propio Bernhard) es la recomendación de entrar en sus novelas, El malogrado, por ejemplo, como en un teatro; la página primera es el telón y, a partir de ahí, de la oscuridad del escenario sin iluminar, van saliendo las palabras.

El último escándalo.
Ajuste de cuentas. Maltratado por el dolor y la enfermedad, la amenaza de la muerte natural, del suicidio o de la locura, están siempre presentes en su obra. El ácido humor, la gestualidad o la ironía, vigorizan su agresividad, el aislamiento frente al mundo y sus compatriotas: los austríacos, cómplices del nazismo o, cuando menos, complacientes con su barbarie.

Precisamente para ajustar cuentas con ese pasado hitleriano, en 1988, un año antes de su muerte, estrenaba Heldenplatz. Fue el último escándalo, la última provocación de Thomas Bernhard; recordarles a los austríacos que entre los vítores y entusiasmo de gran parte de la población, cincuenta años atrás, el 15 de marzo de 1938, Adolf Hitler anexionaba Austria al Tercer Reich.

Para definir este drama, Alfonso Sastre ha empleado una frase definitiva: "Una familia mortalmente herida y una sociedad mortalmente corrupta". La fuerza de la costumbre, aunque Bertolt Brecht no fuera santo de la especial devoción de Thomas Bernhard, tiene un aire moderadamente brechtiano: la infernal dialéctica que se establece entre el siervo y el señor; la morbosa dependencia, la maldición de la reciprocidad. Dicho en plata: si no hubiera personas con voluntad o espíritu de esclavos, los tiranos no existirían.