Teatro

Un castigo seguro

4 julio, 2001 02:00

En estos buenos tiempos para un don Juan racionalista: la aritmética no engaña. La coincidencia de dos montajes del texto de Molière no debe extrañarnos, la transgresión del libertino en este caso es muy actual. Tanto que su hipocresía, su falta de escrúpulos, su maldad, su fanfarronería, su descreimiento en cualquier cosa que no sea enumerar lo hacen perfecto para recibir el castigo divino a través del Comendador, que surge desde su sepulcro para la ocasión. El Comendador mantiene su posición socio-política desde el otro mundo para intervenir en este y su mensaje es claro: el poder de las estructuras que el hombre ha creado para vivir en sociedad alcanza al mas allá, si te desvías del camino y resulta imposible castigarte mediante los métodos terrenales establecidos, aún existen recursos que ni te imaginas. Y, como resulta obvio, el Don Juan de Molière ni se lo imagina. Lo que el texto cuenta es básicamente que el castigo llega tarde o temprano.

Pero eso es lo que cuentan casi todas las versiones del mito. ¿Qué hace que esta sea diferente? El choque entre Don Juan y Sganarelle, tesis y antítesis provoca una síntesis más allá de la peripecia. Aristocracia y burguesía conversan y chocan, y el espectador saca conclusiones. Pero más allá de un enfrentamiento monolítico, Molière construye dos personajes contradictorios que aportan una inusual riqueza al pensamiento resultante que descubre la pobreza interior de dos puntos de vista estrechos.

¿Podemos culpar a Don Juan? Es un hombre que busca la vida de una manera que nos debería recordar a la mayor parte de los mensajes publicitarios con los que nos bombardean a diario ya que encarna la belleza como templo, la búsqueda de la felicidad a corto plazo y desconfía de lo que no ve. La realidad de la materia y de la vida dentro del marco de esa realidad es lo único que importa. De ahí podríamos llegar a la felicidad a través del consumo material o vital. Don Juan atropella a todos los que tiene alrededor y lo justifica, no lo ve o no le afecta. Carece de ese mínimo tanto por ciento de moral del que se intenta que carezcamos todos a la hora de vivir este nuevo siglo en el que son las cosas que podemos comprar las que nos definen como seres humanos. Aunque Sganarelle se encargue de recordar el otro lado, no es tampoco quién para ser escuchado: tras su discurso se oculta una verdad muy distinta. Dentro de nuestro atontamiento progresivo-televisivo resulta un acontecimiento a celebrar que dos compañías distintas nos trasladen este texto con toda su didáctica a través de dos ópticas muy distintas. Uno tiene particular curiosidad en ver las diferencias que establecen de los directores, sus equipos artísticos y los diferentes interpretes. Ya saben que Lluís Homar interpreta a Don Juan en una y Joaquín Notario a Sganarelle en otra en la que vuelve a los escenarios (¡por fin!) una de nuestras actrices más extraordinarias: Natalia Menéndez. Es el teatro el que sale ganando, sin duda, con esta coincidencia en la elección del texto.