Image: Lliure

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Teatro

Lliure

21 noviembre, 2001 01:00

Su apertura no ha estado exenta de polémica, pero por fin mañana el Teatre Lliure cambia su sede de Gracia por la de Montjuic: un gran edificio, dotado con envidiables prestaciones, que lo convierten en uno de los mejor habilitados de Europa. Jordi Messages, profesor del Institut del Teatre y director de escena, analiza lo que ha representado el Lliure para los catalanes y para el teatro español y las incógnitas que se ciernen sobre su futuro.


Desde el año 1976 hasta la actualidad, el Teatre Lliure es un punto de referencia ejemplar y excepcional en el panorama teatral catalán, español y europeo. Nació del sueño entusiasta de un hombre de teatro, del escenógrafo, figurinista y director Fabià Puigserver. Y de la ilusión, la sobreexplotación y el amor apasionado hacia la práctica teatral de un grupo de actores, actrices, directores y técnicos, con una clara voluntad de entender el teatro como un bien cultural y un servicio público. El Lliure en sus inicios estaba atravesado por un espíritu heterogéneo, permeable y abiertamente democrático. La obsesión ética y estética de Fabià Puigserver que luchaba por una compañía estable y de repertorio de autores clásicos y contemporáneos, nos hizo soñar a las gentes de teatro que la estructura y los objetivos del modélico Lliure (espacio de creación y exhibición, compañía estable) planteaba una solución pertinente para crear una red de teatros semipúblicos, de compañías que ayudaran a reinventar una tradición teatral que nos alejara del miserable y oficialista teatro del franquismo. El concepto de teatro semipúblico lo hereda el Lliure de las tradiciones teatrales alemanas, francesa, italianas que popularizan la fórmula después de la II Guerra Mundial. Las administraciones contemplan subvencionar compañías estables y garantizan su continuidad con un libertad de gestión no constreñida a las coyunturas políticas.

Existían en toda Cataluña y probablemente en el resto del Estado equipos de actores, escenógrafos y directores que podían reclamar unos espacios para demostrar lo que sería una política teatral verdaderamente descentralizadora, con una promoción y unas redes de distribución e intercambio debidamente organizadas. Pero esta realidad potencial no entroncó con el deseo de control ideológico y económico del gobierno convergente. Convergencia ha potenciado toda una manipulación mítica que la sociedad civil catalana acepta con su voto, un nacionalismo conservador que se fundamenta en magnificar rasgos diferenciales, en función de la búsqueda de la identidad y la tradición.

Ante la desconfianza ideológica que las mujeres y los hombres de teatro merecían a los convergentes, gentes que sólo les traían conflictos y dolores de cabeza -en vez de confiar en una Ley de Teatro que estaba elaborada como proyecto en 1982 y donde el modelo del Lliure era un punto de referencia a expandir- se dedicaron a saineteras censuras ideológicas, económicas y culturales, a excluir y crear listas negras y a fomentar sus aparatos de formación sentimental de masas con TV3 y sus agentes culturales como paradigma y en definitiva a utilizar los métodos propagandísticos del antiguo enemigo franquista, edificando un anacrónico modelo de teatro nacional como único aparador de prestigio de su política teatral.

Es evidente que la progresiva y planificada agonía de Barcelona y Cataluña como ciudad y país cosmopolitas y abiertos al mestizaje y a la promiscuidad cultural han ido mermando el ánimo de la profesión teatral y también una desmembración del espíritu fundacional del Teatre Lliure. A finales de los 80 la administración prefiere primar operaciones de prestigio, como por ejemplo apoyar a José María Flotats y montarle una compañía embrionaria del actual Teatre Nacional de Catalunya y postergar los proyectos semipúblicos. Ante estas presiones, la que era la cooperativa inicial sigue buscando una vía de independencia que las instituciones, no sin mostrar sus contradicciones partidistas, acaban concretando en el actual modelo de fundación, en la que participa la Generalitat, el Ministerio de Cultura, la Diputación y el Ayuntamiento de Barcelona. Las instituciones nos hacen creer que la práctica teatral sólo es una colección de talentos individuales cada vez más implicados entre ellos, no tanto por el acuerdo o desacuerdo estético, sino por el hecho de que están subvencionados y que se deben a los deseos del trabajo "bien hecho", es decir "políticamente correcto" de los subvencionadores. Lo explicaba sabiamente Albert Boadella en una entrevista televisiva: "en nuestro país no existe actualmente un teatro satírico porque las subvenciones de las diferentes administraciones bloquean el sentido crítico de nuestros creadores... Los espectáculos no se piensan para el público sino para los políticos subvencionadores". Es así como la institución legitima al artista, lo consagra y lo compra.

Este espíritu fundacional y democrático del Teatre Lliure, citado anteriormente, lo encontramos en estado de gracia en las instalaciones de la nueva sede, contrariamente a lo que ocurre en la arrogante y colosal arquitectura del teatro oficial. Lo encontramos como espectadores en la última producción del Lliure Unas polaroids explícitas, un texto políticamente incorrecto de Marc Ravenhill y lo encontramos también en la ejemplar puesta en escena de La noche de las tríbadas que hace dos temporadas recordó a Fabià Puigserver en uno de sus más memorables y complejos montajes.

Apostar por el Teatre Lliure, con sus dos nuevos espacios: l"Espai Lliure i el Teatro Fabià Puiserver, por la temporada 2001-2002, por el futuro y por lo que significa la voluntad de apertura que demuestra su nuevo director Josep Montanyès con la inclusión de jóvenes y antiguos valores emblemáticos del teatro catalán es apostar por la memoria histórica y la fe en la perduración de la práctica teatral entendida más como arte que como mercancía. Es ejemplar, por excepcional en los tiempos que corren, la presentación que hace Joan Ollé, coordinador del llamado Espai Lliure, la sala pequeña de la nueva sede: "L"Espai Lliure ha de ser una sala de arte y ensayo como aquellas salas de cine que nos permitieron acercarnos a la obra de creadores que, pese a la altísima pertinencia de sus trabajos, no tenían cabida en los circuitos comerciales". La memoria histórica y teatral del Lliure con un cuarto de siglo de continuidad atraviesa ya más de tres generaciones. En este período de gran desorden y confusión, período de prêt à penser, de fast food cultural e intelectual, la nueva sede del Teatre Lliure materializa este sueño que construyó en maqueta Fabià Puigserver con sus hermosas manos de artesano eterno.