Image: Maurice Béjart

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Teatro

Maurice Béjart

“Los coreógrafos modernos actúan en capillas”

21 noviembre, 2001 01:00

Maurice Béjart ha prestado al Ballet de Víctor Ullate Comunidad de Madrid cuatro coreografías para hacer Soirée Béjart, que desde el miércoles 21 y hasta el 25 de noviembre se representa en el Teatro Real, de Madrid. El programa, un regalo del coreógrafo galo a su viejo alumno Ullate, incluye piezas antiguas y tan famosas como El pájaro de fuego, que ambos bailaron años atrás, o Bhakti (III), que da una idea de la influencia de las danzas orientales en sus creaciones. Béjart, que acaba de visitar China, habla con El Cultural de su particular visión de la danza y de los asuntos sociales que le inquietan.er representado

El Teatro Real retoma esta tarde su programación de danza con un homenaje a Maurice Béjart a cargo del Ballet de la Comunidad de Madrid, que dirige Víctor Ullate, quien fuera uno de los mejores alumnos del coreógrafo galo. Es extraordinario que un ballet ajeno a Béjart baile sus coreografías, según ha explicado Ullate: "Sólo se las ha cedido a tres compañías en todo el mundo: la ópera de París, el Ballet de Tokio y la nuestra". El programa incluye coreografías como Bhakti (III), Webern Opus 5, las Siete Danzas Griegas o su célebre Pájaro de fuego, convertida ya en una de las más importantes de su trayectoria, donde muestra la fascinación que sobre su obra ejerció la personalidad de Lifar, a quien considera punto de partida para el desarrollo de la danza en la segunda mitad del siglo XX.

Béjart es un personaje fascinante. Frente a otros coreógrafos mucho más técnicos, él ha teorizado mucho sobre su trabajo. Ese impulso creador no tiene visos de parar, aunque el programa que presentará el conjunto de Ullate está compuesto en su mayor parte de lo que podemos considerar sus clásicos. Y es que el tiempo parece haber cambiado la actitud de un público que se escandalizó con sus primeras propuestas y que ahora le aclama. Sin embargo, Béjart se considera cualquier cosa menos un provocador. "No lo soy", afirma rotundo, con una cara de sorpresa. "De pequeño me gustaba el teatro y la poesía. Pero como era un típico niño de la guerra, muy delgado y débil, el médico dijo que debía hacer algo y me recomendó el ballet. Por eso mi visión de este arte es mucho más natural. Hemos destruido mucho y ahora ha llegado el tiempo de construir. Yo no he destruido nunca y creo que provocar no sirve para nada. Quiero legar algo al futuro al que miro, a pesar de todos los hechos recientes, con bastante optimismo".

-Usted ha llegado, como se puede apreciar en las obras que se presentan en el Real, a una síntesis de escuelas.
-Es que la clasificación entre clásico, moderno o contemporáneo es actualmente absurda. En la escuela que dirijo en Suiza se aprende desde la técnica clásica, al baile hindú o japonés. Porque se trata de obtener la máxima libertad de movimientos y todas estas escuelas pueden ser válidas. Mezclo todos los modos, uso puntas, saltos, todo lo que pueda ser útil en la configuración de un estilo universal.

Danza mestiza

-Algunos han querido ver en su trabajo una manifestación de la globalización.
-No me gusta esa palabra sino en la medida que refleje el deseo de aprender unos de otros. Tal como se entiende, la globalización parece afectar sólo al dinero, pero eso no es nada civilizado, no me gusta homogeneizar, (se pone nervioso), no quiero que haya sólo Mc Donalds. Una cosa es estudiar la literatura china o india y otra, la globalización. Yo puedo hablar español pero por ello no dejo de ser francés. Mi apuesta es por el mestizaje cultural.

-¿En qué medida ha necesitado investigar en el mundo hindú, caso de Bhakti, o en el kabuki japonés para evolucionar?
-La evolución en la danza es relativa. Venimos condicionados por dos brazos y dos piernas. En el deporte se considera una proeza cuando ganan dos segundos o si se da un salto un poquito mayor, pero no da para mucho más. En el cuerpo no veo más evolución, porque tenemos una identidad que podíamos llamar "humana". Las mutaciones acaban generando problemas. Mire lo que le hacemos a la naturaleza, atentamos contra ella y surge el problema de las vacas locas. Se quiere ser mundial y hacemos una mierda.

-Sigue siendo un artista comprometido.
-Soy un viejo que todavía vive, así que lo que no me gusta tengo que decirlo. Me considero comprometido, pero no en la línea de los partidos. En Francia, la derecha, la izquierda, ¡qué más da! Hace años, en Portugal, con la dictadura de Salazar era otra cosa y por ello firmé en contra. Ahora me limito a intentar comprender qué lleva al hombre a destruir el mundo. Es algo que me subleva. También hablo mucho de la situación cultural. Como no soy ni bailarín ni famoso, me puedo permitir una reflexión. La mujer que me cuida la casa me hace pensar mucho. Siempre estoy muy cerca del pueblo, hablo con la gente en el mercado, pero no me interesan los políticos.

"Me inspira lo personal"

-¿Qué le lleva a crear?
-Siempre sentimientos personales. La muerte de Jorge Donn en Le Presbytère, o la destrucción de la naturaleza en Mutaciones. Con la Novena quería reflejar que los hombres son hermanos a partir de mi lenguaje que es el baile. Mi trabajo viene de diferentes orientaciones. A veces la inspiración viene de la música como en el caso de la Consagración de la primavera. Cuando quiero hacer algo sobre un personaje concreto, como Baudelaire, busco la música de Debussy o Wagner, que me pueda servir para configurar un retrato del personaje. En Le Presbytère, que presenté en el Teatro de la Zarzuela en primavera, me interesaba expresar la frustración que surge del fallecimiento del artista joven. La muerte de Jorge Donn me llevó a pensar mucho en Mozart, que murió a los 35 años o en Freddy Mercury y por eso utilicé sus músicas.

-Usted ha establecido una estrecha relación con Pierre Boulez. Tienen en común una profunda devoción por la Segunda Escuela de Viena. ¿Cómo es su relación?
-Cuando me preguntaron en Salzburgo si quería hacer las Bodas con él, fue el punto de partida. Ya antes de conocerle me gustaba su música y continuamos nuestra colaboración. He coreografiado algunas de sus piezas que me parecen extraordinarias. Que conste que la madre de Boulez me dice que gracias a mis trabajos entiende la música de su hijo (se ríe). Creo que la danza en el siglo XX ha hecho mucho por la música porque la convertía en algo visual, que es más fácil de comprender que lo meramente acústico. Cuando hice la Sinfonía para un hombre solo me decían que era una música que no se puede oír. Me acuerdo que una pianista rusa me preguntaba: ¿dónde está la música?

-¿Qué le ha llevado a fundar una escuela?
-En realidad yo no la necesito pero me he dado cuenta que los niños sí. Porque es gratuita e internacional. Se hace un estudio muy sistemático del movimiento. Por la mañana, danza clásica y Martha Graham, y por la tarde otras escuelas ajenas a Europa. Mis alumnos salen muy bien preparados y acaban en las compañías de Kylian o Duato.

-Usted ha frecuentado también la dirección escénica en las óperas. Sin embargo ha dejado de hacerlo.
-He montado diez óperas. Y no hago más porque estoy harto de hacer el mismo repertorio. He hablado mucho con Boulez y le he pedido que haga una ópera pero no acaba de llegar (se ríe).

-¿Cómo ve a sus colegas?
-¡Buff! ¡Hay muchos! Mire, yo con mi trabajo no quería tanto hacer una danza nueva sino encontrar un nuevo público. Pero los coreógrafos modernos actúan en capillas, como si fueran una vanguardia cerrada. Todo lo contrario de lo que yo buscaba cuando hice mis montajes en el Palacio de los Deportes, con precios populares, para gente que no podía conseguir el abono de la ópera de París. Tengo mucho miedo a que se encierren en sí mismos.