Image: Blanca Li

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Teatro

Blanca Li

“Mi única regla es la libertad y la diversión”

19 diciembre, 2001 01:00

Blanca Li

"Voy a Berlín para soprender", asegura Blanca Li, la coreógrafa española afincada en Francia y nueva directora del Ballet de la ópera Cómica de Berlín. Llegará a la ciudad alemana el próximo enero para poner en marcha su programación y la compañía estable del teatro. Antes, mañana, estrena Sheherezade en la ópera Garnier de París, con vestuario de Christian Lacroix. Conocida en nuestro país por organizar junto con La Ribot el programa de danza contemporánea Desviaciones, es una mujer polifacética que ha sido cantante, ha fundado bares y que ahora indaga también en el mundo del cine.

Tras seis horas de ensayos en la ópera Garnier de París, sentada por fin en un cómodo sofá del hotel Bristol, Blanca Li afirma: "la danza es la constante de mi vida, mi materia, mi elemento, una especie de segunda respiración y mi cuerpo, mi pincel". Con esa misma naturalidad experimenta y combina sin complejo el flamenco que aprendió en su infancia con la danza contemporánea de Martha Graham y Alvin Ailey, la danza clásica, la gwanas de Marrackeh (música- trance espiritual que los esclavos de Centroáfrica llevaron al norte), el rap, el hip-hop, el cabaret... Una mezcla cuestionable para unos, verdadera alquimia para otros, pero en cualquier caso fascinante. Li es el pasaje entre la modernidad y la tradición, entre la feminidad y la masculinidad, entre el drama y el humor, entre lo noble y lo popular, entre la fuerza y la sensibilidad, entre el sur y el norte. Así, en medio de un contexto donde la danza está muy intelectualizada, Blanca ofrece una renovación coreográfica, una danza mas física, dinámica y alegre.

Granadina de zepa, cambió su apellido por el de Li, un matemático artista del graffiti franco-coreano con quien comparte su vida desde hace 15 años y a quien conoció en Nueva York. Nacida en 1964 en una familia numerosa de siete hermanos, a los 12 años comenzó su carrera en el equipo nacional de gimnasia que cambió a los 17 por la danza. Vivió cinco en Nueva York; volvió a España, creó su propia compañía y para actuar abrió un bar, "El Calentito", punto de referencia de la movida madrileña. Ha repetido la experiencia en París, donde reside, y donde tiene asiduos como Madonna, Vanessa Paradis o Lenny Kravitz.

Los 90 no sólo la revelaron sino que la consagraron internacionalmente en Aviñón. Paralelamente y hasta hoy que debuta en el cine con un largometraje, una comedia musical sobre la desavenencia entre una madre y un hijo que desea ser bailarín, y se estrena como directora del ballet de la ópera Cómica de Berlín. A pesar de sus triunfos, confiesa: "en el fondo, mi gran suerte es tener el amor. Sin Etienne (Li) no sería nada".

Un teatro como mi casa
-¿Le sorprendió su nombramiento de directora del Ballet de la Opera Cómica de Berlín?.
-Me contactaron en el verano de 2000, en Aviñón, y en septiembre confirmaron mi elección. Es la primera vez que cuento con un teatro y es como tener casa. Para cualquier coreógrafo es un sueño trabajar con una estructura que le permita mantener un repertorio vivo, saber que tus obras se interpretarán una y otra vez con una compañía fija apoyada por una institución y más aún si se trata de la Opera Cómica. Es un teatro precioso con una gran historia; un lugar ideal para crear... Una compañía independiente es algo muy duro de mantener. Mi intención es soprender al público de Berlín.

-¿Qué es lo que más le gusta de la ópera Cómica y qué quiere cambiar?
-Lo que más me gusta es la posibilidad de crear una compañía desde cero. Sólo se quedan tres bailarines, el resto del cuerpo del ballet lo he elegido yo. Y además, al tratarse de una compañía reducida de 24 bailarines resulta un universo íntimo que me permitirá una relación personal con cada uno de ellos. Me gusta trabajar y elaborar la personalidad de cada uno. ¿Cambiar? Hay que insuflar nueva vida; hace dos años el ballet de la ópera Cómica estuvo a punto de desaparecer.

-¿Qué le pide a un bailarín?
-Que olvide el ritmo de la música, que sólo escuche el suyo propio. Así se enriquece la coreografía.

-¿Cómo va a ser la programación de la ópera Cómica?
-Cada año haré una producción nueva y poco a poco introduciré obras ya creadas. Me gusta que cada espectáculo tenga algo original, influencias diferentes. La nueva creación es una pieza llamada Borderline. Está inspirada en las últimas locuras de nuestro tiempo, en la obsesión de la comunicación y los desplazamientos. Nos pasamos todo el día entre ordenadores, desbordados por el exceso de comunicación. Por otra parte, El Sueño del Minotauro, la última pieza que realicé para mi compañía, es la que abrirá la temporada en Berlín. Ambientada en la Grecia antigua, habla sobre la belleza del cuerpo, la pureza del movimiento. El vestuario es muy interesante porque lo realizará Lucie Horta, una artista plástica que trabaja con ropa.

-Ahora estrena tambien en La ópera Garnier una nueva versión de Sheherezade. ¿Cómo es su revisión?
-Lo que más me atrae de este ballet no es su historia sino su cercanía a lo oriental y su música. El tema orientalista es otra constante en mi vida y me transporta a mi infancia, a la Alhambra y a Las Mil y una noches porque también viví en Marruecos. Allí me siento como en mi casa, como en Granada. Como en todas mis creaciones es una Sheherezade con un aire flamenco pero suave y discreto. El vestuario lo ha realizado Christian Lacroix, un enamorado del teatro. Es fantástico, es un hombre con una tremenda libertad creativa. Desde el principio me soprendió enviándome toneladas de maquetas e ideas.

Flamenco, gimnasia, danza
-Primero fue gimnasta ¿qué le hizo cambiar a la danza?.
-Mi cuerpo fue siempre muy musculado, más de lo normal en las mujeres. Siempre tuve necesidad de actividad física; es mi forma de expresión. De pequeña siempre hacia reír a todo el mundo y tenía una capacidad innata para la representación y el teatro. Comencé con flamenco pero tuve que dejar las clases y me presenté a un concurso para formar parte del equipo nacional de gimnasia rítmica. Me aceptaron a los 12 años. A los 15, mi cuerpo aún era el de una niña de 11. Desesperada, a seis meses de las Olimpiadas, me retiré y en un año crecí diez centímetros. La gimnasia me enseñó la precisión y el amor a las figuras y las formas, pero yo quería ser creativa, estar fuera de la pura competición; deseaba trabajar mi cuerpo aportando una dimensión artística y la carrera de danza me pareció una elección lógica.

-Y se fue directamente a la escuela de Graham. ¿Fue su primera opción?
-Mi decisión más acertada fue, sin duda, irme de España; es un país en el que la tradición de la danza es muy débil. Lo mejor que me ofrecían era "un espectáculo de danza en el metro" en un programa de la Comunidad de Madrid. Me fuí a Nueva York porque una amiga bailarina me había hablado del estilo y la escuela Graham. Martha Graham era una mujer impresionante, de gran sensualidad y con un inmenso poder magnético; solía venir de vez en cuando a las clases y gracias a ella puedo bailar de todo. Su escuela incluía varios cursos y además me empapaba de todo lo que podía. Descubrí la danza africana, las percusiones... todo un flujo de influencias. En Estados Unidos los artistas deben ser muy completos; danzan, cantan, actúan, lo que les dota de una gran maleabilidad y fuerza. Fue una época bendita con pocas preocupaciones.

-Sus coreografías son una mezcla de géneros e influencias que la convierten en una bailarina de difícil clasificación.
-No tengo ningún mensaje intelectual ni ninguna lección que dar. Lo único que deseo es comunicar unas inmensas ganas de vivir; hacer sentir la energía física de las mujeres. No quiero tener un estilo definido; prefiero pasar de uno a otro. Deseo que me califiquen simplemente de entusiasta. Hago danza contemporánea pero con un toque muy personal. Por ejemplo, el flamenco lo incorporo siempre en la composición del movimiento pero de forma tan sutil que sólo yo lo reconozco. Mi idea de la escena es algo muy libre; invento como si se tratase de hacer una fiesta en mi casa. Me encanta la fiesta. Por mi humor y el toque de comedia me dicen que recuerdo algo a Pina Bausch.

Bailaora de sangre caliente
-Usted proyecta una imagen de bailaora "de sangre caliente", como dicen los franceses.
-Cuando te ven como bailaora de flamenco, no existe nada más. Adoro el flamenco porque es algo muy solitario. Es como volar. Martha Graham estaba muy impresionada por el flamenco y muchos de sus movimientos estaban directamente inspirados en él. En su danza también el torso está muy presente. Muchas bailarinas pueden subir la pierna hasta los oídos pero les falta presencia, algo muy importante en el flamenco y también en la técnica Graham.

-¿Qué le inspira?
-Necesito el riesgo. Como le sucedía a Picasso, odio la sensación de repetirme. Esa angustia permanente por formas nuevas es la que ha configurado mi estilo; el día a día influye en mis creaciones, todo lo que me ocurre en la vida aflora en mi trabajo. Siempre estoy en constante creación con un ritmo de trabajo tan fuerte que unas ideas se encadenan con otras. La creatividad es como un músculo. Cuanto más lo fuerzas, mas creativa te vuelves, más te esfuerzas. De ahí, la especie de locura en la que vivo con diversos proyectos a la vez; siempre estoy preparando algo nuevo en mi cabeza. Mi vida es muy intensa pero la vida moderna y las infinitas posibilidades de comunicación, me facilitan la creación. Todo te llega en un instante. Se trabaja de forma mas rápida y eficaz. Mi única regla es la libertad y la diversión; tras horas de ensayos, hay que encontrar momentos de placer.

-¿Se podría decir que su baile es temperamental?
-Provengo de Andalucía. Mi forma de expresión es el flamenco donde al bailar se muestra lo que uno siente. En Madrid, en mi bar "El Calentito", lo que más me fascinaba era observar como la gente se encontraba, entablaba conversaciones y lo que hacían para seducirse, eran situaciones trágico- cómicas. Cuando asisto a espectáculos de danza contemporánea tengo la impresión de que se trata de algo neutral, donde lo importante es no mostrar ningún sentimiento. No valgo para eso. Después de todo, en la escuela de Martha Graham todo reside en la expresión del cuerpo, en mostrar la personalidad.

Una danza sin reglas
-¿Qué entiende usted por danza contemporánea?
-La verdad es que el término se ha vuelto confuso en los últimos años. La danza contemporánea no quiere decir nada y a la vez implica todo. Es sinónimo de libertad e individualidad, lo que se traduce en la posibilidad de que cada coreógrafo sea diferente y exprese la danza a su manera. La danza clásica poseía un lenguaje, unas reglas que la contemporánea ha perdido para vincularse a la personalidad de cada creador. Por eso prefiero hablar de Merce Cunningham, Pina Bausch o William Forsythe que de danza contemporánea.

-¿Qué intenta transmitir con la danza?
-La danza es emoción; deseo que la gente sienta algo. Muchas veces me pregunto qué hago yo, encerrada en mi estudio, bailando, cuando suceden cosas como la tragedia de Nueva York... siempre me pongo en el peor de los casos y mi respuesta es siempre la misma. La danza, la música, el teatro tienen un sólo poder: que la gente pueda soñar. Hacer que puedan olvidar la realidad. Lograr que durante una hora y media se sienta en otro mundo.

-¿De qué elementos se sirve para crear una coreografía? ¿Cómo es el proceso de creación que sigue?
-Sueño y realidad se mezclan, se funden en mi vida. El trabajo de creación es como jugar con todo lo que tienes en la imaginación y luego transformarlo en algo real. A mí sí me gusta la palabra sueño y tiendo a volar y a veces me voy lejísimos, incluso tengo la impresión de que no toco la tierra. Felizmente esta Etienne que me ha marcado mucho, está a mi lado y me mantiene en contacto con la realidad. Tiene una visión del mundo que no está deformada como nos sucede a los artistas, que solemos tener visiones eufóricas o con tendencia al drama. él me conecta con la lógica.

-Y cuando no trabaja, ¿qué vida lleva?
- Soy bastante nómada. Puedo vivir en cualquier ciudad y situación del mundo. Ha sido mi fuerza para trabajar. Quizá lo aprendí de mi madre, una mujer muy fuerte. Era una empresaria con siete hijos, algo inusual en su época. Como ella, vivo a mil por hora y lo que más me divierte es cantar, aunque no lo haga bien. Pero mi equilibrio lo logro en la hora de clase de baile diaria donde me encuentro a solas, como meditando. Si no bailara, me habría vuelto loca. Soy muy optimista y siempre veo el lado positivo de todo. La vida no hay que tomarla según viene, sino hay que saber mirarla. La vida te trata en función de como la mires.

-Su último proyecto es el cine.
-Es un lenguaje muy diferente que aprendí poco a poco como coreógrafa poniéndome detrás de la cámara, filmando mis creaciones, filmando a los bailarines. El vídeo es simplemente una nueva forma de traducir el movimiento y la danza, pero ya se hacía en los 60; no es ninguna revolución.