Image: Política y teatro

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Teatro

Política y teatro

por Alberto Miralles

19 diciembre, 2001 01:00

Alberto Miralles. Foto: Mercedes Rodríguez

Recién nombrada ministra de Sanidad, Celia Villalobos, con la energía que la caracteriza, se puso a la tarea de solucionar el problema hospitalario y declaró: "hablaré de dinero con el Gobierno para ver si queremos buenos museos o mejor Sanidad". Como chiste andaluz, puede valer, pero como declaración programática no tiene demasiada gracia. La opción de la ministra evidencia un desprecio por la cultura, que no mejora la idea que se tiene sobre el Partido Popular en estos asuntos. Porque la señora Villalobos, en vez de "museo o Sanidad" podría haber dicho "Ejército o Sanidad", porque si se les quitara un par de tanques a los generales habría médicos de sobra para atender las listas de espera.

Pero ese desprecio no existe sólo por parte de nuestro actual Gobierno, sino que en los últimos treinta años es un agravio continuo y rastreable en todas las fuerzas políticas. Lo que en una dictadura es lógico, en una democracia debe asombrar e indignar.

El debate parlamentario y la moción de censura a Adolfo Suárez, en mayo de 1980, evidenció que la cultura no era tema primordial. Sólo una vez se pudo oír esa palabra en medio de los discursos, lo cual no era extraño en un hombre cuya afición intelectual se reducía al mus. No es un rumor malévolo. A Suárez nunca le preocupó la cultura. Leopoldo Calvo Sotelo ha dejado escrito en sus memorias que cuando sustituyó a Suárez no vivía cómodo porque en la Moncloa: "Hay muchos teléfonos y pocos libros". La sequedad intelectual en el campo político era descorazonadora: el Ministro de Cultura, íñigo Cavero, no había asistido a ningún espectáculo teatral durante su mandato.

El 28 de marzo de 1982, un análisis sobre los informativos de la televisión estatal demostró que a la cultura se le había dedicado el mismo espacio que a la predicción del tiempo. Para los políticos de la Transición, la cultura poseía valor de adorno y jamás fue contemplada como la razón condicionante de los fenómenos sociales. Felipe González no fue una excepción. Julio Feo aclara en sus memorias: "Por lo menos desde que yo lo conozco, nunca le ha gustado salir, ir al teatro, al cine, a espectáculos. Cuando lo ha tenido que hacer, siempre lo llevaba muy mal". Esta reflexión la hizo Feo cuando González se negó a ir al estreno de La Dorotea, de Lope, el 28 de febrero de 1983. El panorama cultural, con la llegada del PSOE en 1982, pareció mejorar, pero sus buenos propósitos cuando estaba en la oposición desaparecieron prontamente cuando obtuvo el poder. Sólo en la primera mitad de 1984, el apoyo masivo de las cadenas públicas al fútbol, tuvo un efecto multiplicador y la prensa deportiva aumentó un 52% su número de lectores. Era la consecuencia de la descerebración que los medios estaban llevando a cabo sin pudor alguno y que ha ido progresando. Mientras que en TV no hay ningún programa teatral, proliferan los de cotilleos, y nuestros políticos suelen justificarlos diciendo que dan al público lo que éste quiere. Pero no debemos sorprendernos de estos lodos, porque la lluvia viene de atrás: ya en 1989 un Director General de Teatro -que es autor- dijo al tomar posesión del cargo: "Es más prioritario que se llenen las salas a que se haga un teatro de calidad". "Diversión" no debe significar alienamiento, sino estímulo para la inteligencia. Estamos viviendo una etapa -varios lustros ya- de conservadurismo ético, estético y político; y eso no es un producto del azar, sino una meditada estrategia que siempre aparece cuando hay que ocultar alguna crisis o no se desea una sociedad libre, informada, reflexiva y crítica.

Lo mas chusco de todo este repaso, es que todavía suele decirse que la cultura pasa por la izquierda. El problema es que son muy pocos los que admiten ser de derechas y muchos a los que no les importa que les crean de izquierdas. Pero esa indefinición no es del concepto, sino del arribismo social y del complejo histórico de ambas posiciones: el de la derecha porque cree que la cultura pertenece en exclusiva a la izquierda y el de la izquierda porque cree exactamente lo mismo. Y entre ambos, la cultura se ha convertido en mercancía. Es la hora de los tenderos.

Por eso, actualmente, la cultura en general y en el teatro en particular se ven reducidos a una política de porcentajes de asistencia y se esgrimen cifras en vez de ideas. El hecho de que hoy se hable más de economía que de ideales es, sin duda, porque el fruto de esa desideologización ya está maduro, porque la anemia civil ya es crónica. Si a los políticos la Cultura les interesa poco, el teatro aún menos. Y así se entiende que, abandonado a las leyes del mercado y buscando únicamente el beneficio económico, en el teatro se aspire más a la "subvención" que a la "subversión". Por eso antes se protestaba y hoy se colabora. Se suele preguntar cuál es la misión del autor en el próximo milenio. Yo pienso dar la misma respuesta que daba en el milenio anterior: el autor debe recordar que la autocomplaciencia en teatro es un delito y que los grandes logros de la Humanidad los ha creado la insatisfacción. Y con este sencillo corpus teórico, el autor debe instalarse en la incomodidad e ir con su trinchera portátil arremetiendo contra la estupidez de los molinos.