Image: Ricard Salvat

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Teatro

Ricard Salvat

“Ya no es momento para ser brechtiano”

10 abril, 2002 02:00

Ricard Salvat. Foto: Santi Cogolludo

Ronda de mort a Sinera es un título emblemático del teatro catalán. Vinculado al nombre de la Agrupació Dramàtica Adrià Gual y al de su fundador, Ricard Salvat, el título -que ha conocido cuatro versiones- vuelve 37 años después de su primer estreno en una producción que cuenta con un equipo de lujo y que se exhibirá en el nuevo Lliure a partir del 10 de abril. En esta entrevista Salvat desvela las claves de la obra, escrita por él a partir de una selección de textos de Salvador Espriu, y también se muestra extremadamente crítico con la profesión y la evolución del teatro catalán.

Ronda de mort a Sinera supone la vuelta de Ricard Salvat a la escena. Vuelve con un título mítico, que ha representado en cuatro ocasiones (la primera, en 1965, tuvo a Boadella y Maria Aurelia Capmany en el reparto y a Puigserver como figurinista) y para el que cuenta con actores como Lloll Bertran e Imma Colomer, otros que participaron en versiones anteriores como Enric Majó o Carmen Sansa, o Teresa Gimpera que debuta en el teatro.

-¿Es demasiado empezar preguntándole qué ha pasado desde la primera vez que montó Ronda ...?
-Han pasado 37 años, que es más de una generación, en el sentido orteguiano de la palabra; en ese tiempo ha cambiado todo. De tener un régimen dictatorial a un intento de democracia, que yo no creo que sea total. El teatro catalán ha cambiado y ha negado cuanto había pasado antes, ha sometido a acoso y derribo a toda una generación anterior. El panorama que se ha creado es inquietante porque se hace sobre ruinas buscadas y sin voluntad de mantener una tradición, lo cual es gravísimo en un país que lucha por crear un teatro nacional. En la compañía Adrià Gual intentamos crear un teatro nacional que fuera de todos y para todos, allí no cerrábamos la puerta a nadie aunque éramos un teatro privado.

-Cuando dice "lo han hecho", ¿a quién se refiere? ¿A los políticos?
-No lo sé bien. Evidentemente, los políticos se pusieron de acuerdo. Pero lo inquietante de este asunto es que a algunos de los profesionales les ha venido muy bien. Se han quedado solos y pueden tenerlo todo. Incluso hay uno que dirige los montajes de tres en tres con tal de que los otros no dirijamos. Me contaron que no acude ni a los ensayos. Todo se ha hecho bastante mal, a base de apoyar a unos y olvidar a otros.

-Usted está, claro, en el grupo de los olvidados…
-En el de los apoyados no, evidentemente. Me despedí en Madrid gracias al profesor Tierno Galván, que vino a una de las últimas representaciones de Urfaust, el Fausto primigenio, de Goethe. A partir de entonces no he tenido la posibilidad de dirigir en grandes teatros. La última vez fue en el Poliorama en el 83. Y otra pausa hasta hace tres años, cuando pude hacer en el Mercat de les Flors, gracias a Ferran Mascarell, La jungla de les ciutats de Bertold Brecht. En todo este tiempo me han llamado del extranjero y he trabajado fuera, aunque aquí nunca se dijera nada de ello. Mis amigos tuvieron que fletar un avión para ir a Budapest a ver uno de mis mejores espectáculos, el único del que he estado satisfecho, La tragedia del hombre, de Imre Madach.

Complejo de inferioridad
-¿Qué opina de los que consideran que los clásicos catalanes son de baja calidad?
-Eso es una vulgaridad. Los catalanes pasamos de un enorme complejo de inferioridad, a creer que somos el centro del mundo. Miramos atrás y encontramos a los verdaderos clásicos: el Tirant lo Blanc, Ausias March, Isabel de Villena… El teatro es un invento de la Renaixença, a partir de 1830. Ni Guimerá ni Rusiñol son Ibsen ni Strindberg y Terra baixa no es el Peer Gynt. Pero si comparamos a los nuestros con los de su misma generación en portugués, salimos ganando. Uno tiene los padres que tiene y hay que saber respetarlos.

-¿Hay cambios importantes en la nueva versión de Ronda de mort ...?
-Hay cambios, sobre todo, de tono porque he intentado hacer una obra para la gente de hoy. Cuando la monté por primera vez, coincidiendo con el momento en que introduje en España el teatro de Brecht y de Piscator, estaba interesado en hacer espectáculos brechtianos exclusivamente modélicos, en la estética del nuevo teatro que él pretendía. No he cambiado de estética, pero he ido creando la mía. Sigo siendo brechtiano, pero ya no es momento para serlo. El lenguaje teatral evolucionó y no en el sentido que propugnaba Brecht. La búsqueda de un lenguaje se estancó.

-Se ha rodeado de grandes profesionales: Marta Carrasco en la coreografía, Xavier Albertí en la música., Maria Araujo como figurinista y un reparto de lujo…
-Hay más de 130 figurines, todos fabulosos. Sí, me he rodeado de los grandes. En mi equipo hay dos personalidades decisivas: Marta y Xavier. Pocas veces ha habido música en este montaje. Albertí es un gran músico, además de un gran director, y ha buscado temas que le dieran una dimensión diferente al espectáculo. Yo también soy músico, pero muy malo. Luego está Marta, que es la gran creadora de este momento. Creo que en toda Europa no hay otro creador tan importante como ella después de Pina Bausch. Y para seleccionar a los actores hice un casting que duró cinco meses. Son treinta actores y cada cual hace cinco o seis personajes.

-¿Se siente cómodo en el Lliure?
-Me siento muy bien tratado, es un teatro muy bello, Montañés es un gran amigo, el clima es muy agradable… El Lliure puede jugar un papel importante en el futuro, ya que el Teatro Nacional de Cataluña sigue sin hacer de teatro nacional.

-El texto de Ronda de mort… es una selección realizada por usted de textos de Salvador Espriu.
-Hecha por mí pero corroborada por Espriu. He añadido algunas cosas para mayor comprensión, porque me he dado cuenta de que la gente no lee en catalán. Es un espectáculo que entra por los ojos, además de por los oídos. Creo que entiendo mejor ahora las palabras de Espriu que hace algunos años. Haber sido formado por él y contar con su amistad es uno de los privilegios de que he disfrutado en mi vida. Había una relación de mutua admiración de la que me he dado cuenta más tarde. Ahora lo leo con ternura y con emoción.

-Entonces ¿aquí hay algo más que texto?
-Mucho más. Se respeta el texto, pero se pretende hacer un gran espectáculo. En el fondo, el teatro se ha detenido. El público está muy desconcertado y no acude como debería. Creo que no le damos lo que quiere y no podemos competir con el cine. Hay que ponerse al día, dejar de hacer autores de hace 50 años, arriesgar…En teatro y aquí, cuando alguien arriesga, lo paga muy caro. En nuestro grupo universitario, por ejemplo, somos los únicos que hemos montado obras teatrales del Tercer mundo, como un texto de Soyinka.

El recurso de la Adrià Gual
-¿No teme que el público encuentre su teatro difícil?
-Precisamente por eso lo hemos hecho tan visual. El hecho de contar con alguien como Lloll Beltran ya acerca el espectáculo a la gente. Este espectáculo es muy divertido. En las temporadas del Adrià Gual, era nuestro eterno recurso. Cuando las cosas iban mal, hacíamos Ronda ... y nos resarcíamos.

- ¿Por qué dejó la Universidad de Barcelona para irse a la Rovira i Virgili de Tarragona justo cuando le quedan dos años para jubilarse?
-Por el gran desencanto que me produce haber pasado 46 años allí y que no me hayan concedido un teatro. No quise jubilarme en un lugar que me ha dado tan poco, habiendo yo dado tanto. Estoy muy preocupado por la situación de la universidad. No se puede seguir así: la calidad es bajísima, la asistencia es masiva, los rectores son talibanes… No se puede seguir callando.