Image: El genio anda suelto

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Teatro

El genio anda suelto

Nieva y el Manuscrito encontrado en Zaragoza

3 julio, 2002 02:00

Escena de Manuscrito encontrado en Zaragoza. Foto: Chicho

Francisco Nieva suele decir que cada época tiene una manera de concebir el teatro y que toda innovación va emparejada a las exigencias intelectuales y, también, al poder económico de la sociedad espectadora... Nieva siempre tiene los pies en el suelo. Otra cuestión es que el suelo que pise sea el suelo que él quisiera pisar. En esa dialéctica entre lo posible y lo imposible, lo imaginado y lo real, se ha desenvuelto el vivir de Nieva. A finales de los años cuarenta, por ejemplo, la piel de toro de Espriú le resultó demasiado áspera y se nos fue a París. En aquel autoexilio, que durará 15 años, y no sin dolor, Nieva transitó de Miguel de Cervantes, Jardiel Poncela y Carlos Edmundo de Ory a Jarry, Artaud y Bataille -sin olvidarse de los primeros, sus orígenes-, creando su universo. La literatura, sobre todo, y la decoración -"Marcel Proust también fue decorador", gusta recordar- fueron sus paraísos artificiales en aquel infiernillo. Para cuando abandona la cárcel matrimonial parisiense, en 1963, Nieva, al llegar a los 40, ya es un coloso. En la clausura se ha forjado como un creador conocedor y completo, además de escribir la parte vertebral de su obra teatral, que dio por concluida hace diez años. Y al regresar a España, después de solazarse en Italia, se nos presentará como un luminoso renacentista en la oscuridad del franquismo. Luego, conforme se le va conociendo, a través de sus escenografías, obras teatrales y puestas en escena, comenzará a irradiar su influencia.

Nada fue igual en el teatro español tras la aparición, en carne mortal, de Nieva. La escenografía alcanza con Nieva un protagonismo que llega a ser peligroso para algunos montajes. Los directores habrán de introducir adecuadamente a los actores en ese espacio escénico que antes no pasaba de ser mero decorado sin relieve. Y en el momento en que Nieva toma la batuta de la dirección, sus espectáculos armonizan todos los elementos que conforman el hecho teatral, como si de aquella obra de arte total soñada por Wagner se tratara. ¡Y los textos de Nieva! Todo el arte dramático, en sus diversos géneros, estará en su teatro. Desde Lope de Vega hasta Valle Inclán, desde el sainete hasta el género chico, desde Monteverdi hasta Maderna. También otras artes, como el cinematógrafo y sus mitologías. Todo lo cual nos lleva, agotadas las últimas vanguardias, a una visión posmoderna del teatro. Nieva es nuestro primer posmoderno.

Y la influencia de Nieva es plena y en todos las parcelas del teatro. Pero sorprende que, aún habiendo sido maestro de tantos profesionales de nuestra escena, incluso como catedrático de la Real Escuela Superior de Arte Dramático, no podamos hablar de los discípulos de Nieva. Y es que los genios andan sueltos. Entre otras razones, porque es difícil seguirles. Y a Nieva no es que sea difícil seguirle, es imposible. Pero, de Nieva, tras montajes como el suyo cervantino de Los baños de Argel; tras la puesta en escena que de su Nosferatu hizo Guillermo Heras; tras la perfecta -por ritual- recreación de Pelo de tormenta de Pérez de la Fuente, y -esperemos- tras su propia visión del Manuscrito..., nos queda el manantial de su obra. Bebamos en él. Aunque el trago sea fuerte. Para esta época.