Image: Defensa de Sancho Panza

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Teatro

Defensa de Sancho Panza

por Fernando Fernán-Gómez

17 julio, 2002 02:00

Fernando Fernán-Gómez. Foto: Mercedes Rodríguez

"Neoplagio en dos partes, compuesto por el bachiller Fernando Fernán-Gómez a la mayor gloria de Miguel de Cervantes". Así presenta el escritor y académico el monólogo del que El Cultural publica uno de sus fragmentos. La obra la presenta el 17 de julio el actor Juan Manuel Cifuentes en el Corral de Comedias de Almagro, dirigido por Fernando Bernués y Carlos Zabala. Fernán-Gómez destaca el lado humano del famoso escudero con un lenguaje al más puro estilo cervantino.

El escenario, vacío, evoca por algunos escasos detalles un tribunal de justicia del siglo XVII.

Segunda Parte
-Sancho: (Se dirige al tribunal). Lo de acusarnos a mi amo y a mí de ladrones de ovejas, si no es producto de la malquerencia del concuñado de la prima de mi mujer, Teresa Panza, que por el pleito de unas fanegas de tierra ha venido a ser nemigo de toda mi familia, puede ser una de las trapisondas del mago Farfán, tan nemigo de don Quijote como de toda la caballería andante. Y tiene su fundamento en una desdichada aventura que nos sucedió y que las lenguas malintencionadas han cambiado en otra. La verdad es que salíamos del bosque en el que habíamos pasado la noche y detuvimos a la par nuestras cabalgaduras porque el camino, y no lejos, venía hace nosotros una grande y espesa polvareda. Mi amo comprendió al instante que se trataba de un copiosísimo ejército de diversas gentes que por allí venía marchando. Mas dije yo que dos debían de ser los ejércitos, pues de la parte contraria se levantaba aseimesmo otra semejante polvareda. Volvió a mirarlo don Quijote y vio que así era la verdad y, alegrándose sobremanera, pensó sin dudarlo que eran dos ejércitos que venían a embestirse y encontrarse en mitad de aquella llanura. Porque ya he dicho y repetido a vuestras señorías que tenía a todas horas y momentos llena la cabeza de aquellas batallas, encantamientos, sucesos, desatinos, amores que, según dicen, en los libros de caballerías se cuentan, y todo cuanto hablaba, pensaba o hacía era encaminado a cosas semejantes. Y la polvareda que había visto la levantaban dos grandes manadas de ovejas que por aquel mesmo camino de dos diferentes partes venían, las cuales, con el polvo, no se echaron de ver hasta que estuvieron cerca. De ver por mí, digo; pero mi señor seguía viendo ejércitos donde había ovejas. Así se lo hice ver, pero fue inútil, que el desventurado, aunque tenía abiertos los ojos, tenía cerradas las entendederas, y los muchísimos balidos, ¡beee, beee, beee!, que llegaban de uno y otro lado, ¡beee, beee, beee!, se le antojaban trompetas. Y aun diferenciaba los toques. ¡Beee!
(Imita a Don Quijote)
¡Agora tocan a la carga!
(Como Sancho)
...me dijo. Con tanto ahínco afirmaba que eran ejércitos, que llegué a creerle y a pedirle que abandonáramos aquel peligroso campo de batalla cuanto antes. Mas había echado yo en olvido que nuestra obligación era favorecer y ayudar a los menesterosos y desvalidos. Según la cual ordenanza debíamos ver de qué lado se inclinaba la balanza en la batalla y ponernos del lado que llevara las de perder. No era muy alegre la propuesta, pero, el fin y al cabo, era yo escudero de un caballero andante, y si estaba a las maduras, como llegar a ser gobernador de una ínsula, debía estar a las duras. Ya don Quijote había reconocido a los ejércitos y a sus capitanes. Al que venía por nuestra frente le conducía el gran emperador Alifanfarón, señor de la grande isla Trapobana; el que a nuestras espaldas marchaba era el de su nemigo, el rey de los gramantas, Petapolín del Arremangado Brazo. En cuanto los ejércitos dieran señales de que se había iniciado el combate, vería Don Quijote quien llevaba la peor parte y a su lado combatiría no sólo él sino también yo, pues para entrar en batallas semejantes, de ejércitos contra ejércitos, como muy bien saben vuestras señorías, no se requiere ser armado caballero. ¡Válame Dios, y cuántos caballeros y príncipes y gigantes vio don Quijote en aquellos rebaños! ¡Y cuántas naciones y cuántas provincias nombró, dándoles a cada una con asombrosa presteza los colores que le pertenecían, empapado en lo que había leído en sus libros metirosos! Estaba yo colgado de sus palabras, sin hablar ninguna, y de cuando volvía la cabeza a ver si veía a los caballeros y gigantes que mi señor nombraba. (A don Quijote) Señor, ni gigante ni caballero de cuantos vuestra merced dice hay por aquí. Al menos, yo no los veo.

Quizá todo debe de ser encantamiento. Pero él se asombró de que yo no oyera el relinchar de los caballos, el tocar de los clarines. ¡Beee, beee! Eso sí se oía, a cada momento mejor, porque ya llegaban cerca los rebaños. Según él, el miedo me hacía que no viera a derechas, porque uno de los defetos del miedo es turbar los sentidos y hacer que las cosas no parezcan lo que son; y si tanto temía yo, que me alejara y le dejara solo. Y diciendo esto, picó espuelas a Rocinante y fue hacia donde estaban a punto de juntarse los rebaños. Le grité que se volviera. (A don Quijote) ¡Voto a Dios que son ovejas las que va a embestir! Vuélvase, ¡desdichado del padre que me engendró! ¿Qué locura es ésta? ¡Mire que no hay gigante ni caballero alguno, ni armas ni escudos ni gualdas ni azules ni endiablados! Mas ni por esas volvió mi señor, antes en altas voces iba diciendo:
(Imita a don Quijote)
¡Caballeros, lo que militáis bajo las banderas del valeroso emperador Pentapolín del Arremangado Brazo, seguidme todos! ¡Verais cuan fácilmente le doy venganza de su enemigo Alifanfarón de la Trapobana!
(Como Sancho)
Esto diciendo, se entró por medio del escuadrón de las ovejas y comenzó a alanceallas con tanto coraje y denuedo como si de veras alanceara a sus mortales nemigos. Los pastores y ganaderos que con la manada no aprovechaban, se desciñeron las hondas y comenzaron a saludalle los oídos a pedradas. Mi enloquecido señor Alonso no se cuidaba de las piedras, antes, volviéndose a todas partes, llamaba a gritos a los que acababa de declarar sus nemigos.
(Como don Quijote)
¡Venid, venid acá, Alifanfarón! ¡Venid, hueste de Trapobana!
(Como Sancho)

Mas lo que le llegó fue una peladilla del tamaño de un puño que le sepultó dos costillas en el cuerpo. Viéndose tan maltrecho, se recordó de su licor de Fierabrás, sacó su alcuza y comenzó a trasegar licor, mas antes de envasar lo que a él le parecía bastante, llegó otra peladilla y diole en la mano y en la alcuza tan de lleno, que se la hizo pedazos, llevándose de camino dos o tres dientes y muelas y machucándole un dedo. Tales fueron los golpes, que el buen caballero don Quijote cayó del caballo. Los pastores llegaron a él y creyeron que le habían muerto y, así, temerosos, con mucha priesa recogieron el ganado y cargaron las reses muertas, que pasaban de siete, y sin más, se fueron. Recordé al señor Alonso cómo yo le había dicho que se contuviese, que los que iba a cometer no eran ejércitos, sino ovejas y carneros. Pero él creía que aquello era obra de Farfán, aquel sabio nemigo suyo.
(Imita Sancho a don Quijote desdentado)
Porque te desengañes, sube en tu asno y sigue a los rebaños. Verás cómo se vuelven en su ser primero.
(Como Sancho)
Quise desengañarle pero fue inútil.
(Como don Quijote desdentado)
Y dejando de ser ovejas y carneros, son hombres hechos y derechos.
(Como Sancho)
Dejele por imposible. ¡Vecinos míos, por ayudarme, no useis mentiras ante este tribunal! ¡Decid sólo la verdad, pues esa será mi mejor ayuda! En el pliego de cargos contra mí se dice que ayudé al señor Alonso Quijano en el intento de robar unas ovejas. ¿Creeis vosotros al señor Alonso Quijano y a mí capaces de semejante fechoría?
(...)(Habla al tribunal)
Me replicó que eso había ocurrido al comienzo de sus aventuras cuando su fama no se había extendido. Pero que si corríamos en defensa de Amadís y de muchos otros que necesitaban su ayuda, acabaría siendo ejemplo para todos y llegaría un tiempo en que se diría que España es tierra de Quijotes. Cuando las ranas críen pelo, le dije. Y, por si no me había entendido, añadí: cuando las gallinas meen.

(Imita a don Quijote)
Y yo te digo que los hombres de esta tierra dirán: los españoles somos muy quijotes.
(Como Sancho. A don Quijote)

Habrá que esperar a que el mundo dé tantas vueltas que nos vuelva a todos del revés. Atienda a razones, mi señor Alonso Quijano: ¿cómo ha de ser esta tierra de caballeros andantes, si en todos nuestros viajes no nos hemos topado con ninguno, salvo el bachiller Sansón Carrasco disfrazado? ¿Qué otro Quijote ha visto vuestra merced que no haya sido vuestra merced reflejado en el agua de un pozo, de una alberca, o en el espejo de una ventana? ¿Cree que si su locura estuviera más extendida, no habría otros que se hubieran lanzado a los caminos? ¿Cree que su amigo el barbero va a salir a lomos de su mula gritando a los viento que es don Barberín de Navaja? ¿O que don Curimán de la Aldea va a prestar otra ayuda a los desventurados que no sea enseñarles la doctrina? Si por aquí hubiera Amadises y Palmorines ¿se asombrarían tanto las vuenas gentes al ver a vuestra merced? ¿Andaría su fama en lenguas y en escritos? Créame vuestra merced: esa fama le viene porque está solo.
(A los vecinos y al tribunal)
El me miró, asombrado, como si no llegara a entender lo que yo le había dicho.
(A don Quijote)
¡Solo y bien solo! Aquí no hay caballeros andantes, sino apedreadores, manteadores, galeotes y alcahuetes. Pero quijotes, no digo que no los haya en esos otros lugares de los que vuestra merced me habla y a los que no llegamos nunca, pero en estas tierras no queda ninguno desde que vuestra merced volvió a la aldea.
(A los vecinos y al tribunal)
Mi buen Alonso se empecinó que si ahora no los hay, por su ejemplo los habrá en el correr de los siglos (...)