Image: Miguel Delibes y Javier Tomeo cara a cara

Image: Miguel Delibes y Javier Tomeo cara a cara

Teatro

Miguel Delibes y Javier Tomeo cara a cara

Dos narradores en el escenario cara a cara

13 marzo, 2003 01:00

Delibes (Foto: C. Conesa) y Tomeo (Foto: J. Moreno)

El 19 de marzo se estrena en el Real Cinema de Madrid Las guerras de nuestros antepasados, adaptación de la novela homónima de Miguel Delibes que está protagonizada por Manuel Galiana y Juan Jesús Valverde. Se trata del segundo título de la trilogía del escritor vallisoletano que José Sámano lleva a escena, una trilogía que inició con la obra Cinco horas con Mario y que culminará con La hoja roja. También esta semana otro narrador, Javier Tomeo, ve su obra La agonía de Proserpina adaptada a las tablas. El Centro Dramático de Aragón ha encargado su dirección al suizo Félix Prader, que la estrena hoy en el Principal de Zaragoza. Ambos narradores hablan para El Cultural de las versiones escénicas de sus obras y de sus colaboraciones teatrales.

Fue hace 14 años cuando se estrenó por primera vez en Madrid La guerra de nuestros antepasados, un montaje memorable protagonizado entonces por José Sacristán y Juan José Otegui. José Sámano, que ya la produjo entonces, la ha rescatado ahora en una versión que firma el propio Delibes y Ramón García. El autor también ha supervisado las versiones de las otras obras de la trilogía que se verán en Madrid el próximo mes de septiembre -Cinco horas con Mario, interpretada por Lola Herrera- y La hoja roja, cuyo estreno está previsto para el próximo año.

También las novelas de Javier Tomeo han sido llevadas a la escena con éxito en numerosas ocasiones, tanto en España como en el extranjero. La agonía de Proserpina salta ahora del papel a las tablas bajo la dirección del Félix Prader, que ya dirigió anteriormente su Amado monstruo, para la Shauböhne de Berlín, y El estudio de la carta cifrada para la Comédie-Française. La obra tiene dos únicos personajes -un escritor y una dependiente de una carnicería- y en ella los límites entre realidad y ficción vuelven a borrarse, al igual que en trabajos anteriores como Los misterios de la ópera, también llevada a la escena en Madrid.

-Su obra es muy representada en los escenarios. ¿Qué características cree que la hacen atractiva para el teatro? ¿Por qué no escribe directamente teatro?
-Miguel Delibes: Nunca intenté escribir directamente para el teatro. No sé. En cambio a novela leída advierto enseguida si es apta o no para su adaptación teatral. Hasta ahora no me he equivocado.
-Javier Tomeo: El diálogo. Eso es lo que prevalece en mis novelas. Algunos hablan incluso de monodiálogo: uno habla, el otro escucha. Pocos personajes. No hay apenas descripciones. Personajes confinados por lo general en espacios cerrados, que facilitan al adaptador una visión anticipada de esas criaturas moviéndose ya por el escenario. No escribo directamente para el teatro porque no sé hacerlo. La palabra que se escribe para ser leída en silencio no tiene el peso específico que el de las palabras que se escriben para ser dichas, para ser actuadas.

-¿Ha quedado satisfecho con las adaptaciones escénicas de sus obras? En el caso de este texto, ¿qué ventajas y limitaciones impone el teatro frente a la novela o el relato? ¿Cambia su significado?
-M.D.: La diferencia son las limitaciones de tiempo y espacio. Una vez aceptado esto las versiones escénicas no ofrecen dificultades.
-J. T.: Por lo general, me han satisfecho.Unas más que otras. Algunas llegaron incluso a emocionarme por la lectura inteligente del texto que hicieron el director y los actores. Un texto teatral exige llevar el principio de economía literaria a sus extremos. Las palabras precisas, en el momento preciso. No sirven las pirotecnias literarias. El resultado final, sin embargo,debería ser el mismo.

-¿Quién o qué inspiró esta obra?
-M.D.: Salvo raras excepciones yo no sé quién inspiró mis novelas y en consecuencia, mis obras de teatro. Sin duda el fantasma de la guerra gravita en Las guerras de nuestros antepasados. La guerra nuestra, la civil.
-J. T.: La vida, obviamente, es la única fuente de inspiración de una novela o de un texto dramático. Algunas veces el autor se limita a delimitar un espacio literario determinado y a situar a sus personajes en el interior de ese espacio. Ellos empiezan a moverse inmediatamente y en ocasiones toman sus propias decisiones y eligen los caminos que prefieren. Esos entes de ficción pueden tener incluso reacciones en cortocircuito. Sobre todo cuando el autor escribe a base de automatismos psíquicos, sin un argumento planificado de antemano.

-Con la escasez de obras de autores contemporáneos que se llevan a escena, ¿cómo interpreta que las compañías recurran a la narrativa?
-M.D.: En mi caso las Compañías de Teatro no han recurrido a la narrativa. Fui yo quien vi en mis dos novelas Cinco horas con Mario y Las guerras de nuestros antepasados sendas funciones teatrales. La cosa vino rodada, ambas se estrenaron hace más de 20 años en Madrid, a teatro lleno, y así siguieron durante meses. El lleno se repitió en Barcelona. Y a lo largo de los últimos 25 años han vuelto a reponerse tres veces con gran éxito. La Compañía es mínima (dos actores en Las guerras de nuestros antepasados y uno en Cinco horas con Mario) con lo que las relaciones con el autor siguen ganando en naturalidad y confianza. Con José Sámano a la cabeza antes que de una compañía podríamos hablar de un grupo de amigos.
-J. T.: He oído decir (mi incultura teatral es notoria) que hasta hace relativamente pocos años no se conocía la figura del director teatral. Era el primer actor de la compañía quien dirigía a sus compañeros. En aquellos tiempos lo que representaban eran textos específicamente teatrales, no adaptaciones de novelas. Prevalecía el sentimiento. Ahora hay un teatro con pretensiones que se ha intelectualizado y los directores recurren a las novelas que exigen ser traducidas al lenguaje escénico -algunos hablan de lecturas verticales y horizontales- y en esa traducción tienen oportunidad de demostrar su talento. El desafío que les presenta una novela que debe ser llevada al teatro es mayor y, por lo tanto, más seductor, que el que les supone un texto dramático.

-¿Se implica en el montaje, supervisa las versiones, sugiere los actores o directores que le gustaría que participaran? ¿Qué condiciones impone, cómo es su relación con la compañía?
-M.D.: Mi relación se establece con Sámano, persona muy inteligente y buen amigo, y Sámano se relaciona con los actores. Da la casualidad que Sámano y yo compartimos puntos de vista sobre la obra y tenemos un sentido del humor muy parecido. De ahí que el acuerdo no sea difícil.
-J. T.: No, nunca. No intervengo en las versiones que me proponen los directores, sólo cuando me lo piden. Durante los ensayos me limito a estar sentado y en silencio en la última fila. Podrá gustarme más o menos lo que veo y oigo, pero respeto siempre el trabajo de la gente de teatro. Pienso que yo escribí libremente la novela, sin nadie que me impusiese condiciones y que, del mismo modo, el director debe trabajar también con absoluta libertad. Estoy, sin embargo, a su disposición para todas las consultas que quiera hacerme.

-¿Es espectador habitual de teatro? ¿Cree que el teatro ha perdido prestigio social entre la élite cultural de este país?
-M.D.: Vivo en Valladolid y cuando he podido frecuentar el
teatro ya no oía bien (tengo 82 años). Era un medio espectador. Antes había poco teatro en Valladolid y para desplazarme a Madrid exigía muchas cosas, entre ellas calidad. A Madrid apenas me llevaba Buero y, a veces, un actor de solvencia. En resumen he visto poco teatro.
-J. T.: No soy espectador habitual y creo que el teatro ha perdido prestigio social entre la elite cultural del país. Pero la culpa no es, obviamente del teatro, sino de los manipuladores y oportunistas de siempre.