Image: A propósito de Une pièce espagnole

Image: A propósito de "Une pièce espagnole"

Teatro

A propósito de "Une pièce espagnole"

por Javier Tomeo

26 febrero, 2004 01:00

Marianne Denicourt

De vez en cuando sucede que uno llega al teatro cuando han apagado las luces de la sala y faltan pocos segundos para que se levante el telón. En esos casos los espectadores que ya están sentados deben levantarse para que el espectador tardón pueda llegar hasta su localidad. Se les pueden pedir a esos espectadores todas las disculpas que se quiera, pero nunca serán suficientes porque la operación levantarse y volverse a sentar no resulta nada fácil, sobre todo cuando se tienen las piernas largas y las rodillas rozan el respaldo de las butacas que tienes delante. Puede suceder asimismo que, con las prisas, esos espectadores impuntuales olviden incluso desconectar sus dichosos móviles y que, cuando por fin lo hacen, intranquilicen y desconcentren a los espectadores que le rodean con el pequeño pitido que se dispara y el fugaz resplandor entre verdoso y azulado que durante breves instantes ilumina la pequeña pantalla del portátil. Todas esas circunstancias negativas -dicen algunos- pueden generar en esos espectadores tardones un cierto sentimiento de culpabilidad que les predispone luego a considerar con cierta benevolencia la obra que han presenciado, aunque sea a nivel del subconsciente. Así se manifiesta, -añaden también otros-, la famosa Ley de las Compensaciones.

Digo todo esto porque también yo, pecador de mi, llegué hace unos días al Theatre de la Madeleine, en París, con el tiempo más justo que la piel de la nariz para ver Une pièce espagnole, de la famosa Yasmina Reza, la autora francesa más representada fuera de su país y a la que se han concedido importantes premios. En mi caso, sin embargo, el sentimiento de culpa que generó mi impuntualidad no fue suficiente para despertarme esa especial benevolencia a la que me he referido más arriba, así que desde el primer momento me sentí realmente ofendido por las estupideces que los personajes de la obra de la Reza fueron hilvanando durante algo más de una hora cuarenta y cinco minutos, entre fandangos o bulerías (o lo que fuese) y la mirada de fuego del toro de lidia que vimos pintado en el decorado, saltando por encima de una barra de bar. Resumiendo, y coincido al decirlo con los mejores críticos parisinos: una pieza llena de pretensiones, ("pour eppater le bourgeois", dicen los propios franceses) que intenta mezclar los problemas de los cinco personajes que aparecen en la obra (tres mujeres y dos hombres) con la vida real de los actores que los interpretan sobre el escenario. Los personajes femeninos, por cierto, muestran una histeria incomprensible, teniendo en cuenta que, al fin y al cabo, fueron concebidos y escritos por una mujer. ¿Acaso Yasmina Reza es machista?, se preguntaba a mi lado una espectadora defraudada. No vale la pena entrar en más detalles. Lo mejor, el terrorífico toro pintado en el decorado para demostrar a los espectadores que la obra se desarrolla realmente en España. Ojalá ese toro hubiese cobrado vida real durante la representación. Nos hubiésemos divertido mucho más...