Image: La Zaranda, teatro jondo

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Teatro

La Zaranda, teatro jondo

La compañía gaditana presenta el espectáculo "Ni sombra de lo que fuimos"

28 octubre, 2004 02:00

El grupo en ni sombra de lo que fuimos Foto: Mercedes Rodríguez

Ni sombra de lo que fuimos es el octavo espectáculo que esta compañía gaditana pone en pie, un título que remite al pasado, en este caso, al tiempo transcurrido desde que el grupo se unió hace 25 años. Una andadura en la que, según afirma el director Paco Sánchez, Paco de la Zaranda, "hemos cambiado tanto que seguimos siendo los mismos"; es decir, fieles a un estilo teatral que se inspira en las procesiones tremendistas andaluzas, en los ritos populares y la fiesta taurina, en el teatro religioso; un teatro jondo. Hoy Ni sombra de los que fuimos llega al teatro La Abadía de Madrid, donde estará hasta el día 31 para morir definitivamente, pues el grupo dará por finalizadas las representaciones de esta obra, la que más ha girado de todas las que integran su repertorio. Hay ya en ensayo nuevo montaje, Homenaje a los malditos, que estrenará en el Festival Don Quijote de París en el mes de noviembre.

Las obras de La Zaranda dejan una huella parecida a cuando se contemplan retratos fotográficos antiguos y anónimos; retratos de una humanidad desaparecida e irrepetible que provocan cierto desasogiego y una conciencia inmediata del ser humano y de su paso por la vida. Porque la memoria es el tema obsesivo del grupo. Desde Maríameneo, Maríameneo (1995), Vinagre de Jerez (1989), Perdonen la tristeza (1991), Obra Póstuma (1995), Cuando la vida eterna se acabe (1997), La Puerta estrecha (2000) y hasta en este mismo hay una persistencia machacona por hablar del tiempo que todo lo marchita, del olvido, de la eternidad y la muerte y del rastro que deja el hombre: su alma.

En Ni sombra de lo que fuimos preside el escenario un carrusel, símbolo de la existencia. Una troupe de feriantes suben a él y esta se verá arrastrada por el giro de un eje que con el tiempo se gasta y que se acabará rompiendo. Como en las obras citadas, no se ordena el espectáculo en torno a un conflicto y una acción desencadenante, sino que las palabras se tejen como sueños y poemas; es una estructura que parece decir al público: que cada uno se vea reflejado en lo que él crea.

Son textos que hablan de humanidad: "Reflexionamos sobre los momentos extraordinarios de la vida. No nos interesa la actualidad, que es basura, ni los discursos sociales. Ya hay mucho beato de lo social, de la justicia, y no se dan cuenta que el teatro no hace justicia. El teatro es viejísimo, como el vino y los besos", dispara Paco de La Zaranda. Y continúa: "Nosotros somos una compañía de teatro clásico. ¿Mis lecturas? Todavía no he terminado de leer a Calderón".

El alma inmortal. Recuerdo que cuando vi este espectáculo todavía en ensayos, en el año 2002, en la nave que la compañía tiene en Jerez de la Frontera, reconocí a Vladimir y a Estragón, pero Paco de la Zaranda se molestó por el comentario, él tiene una fe grande en el alma inmortal del hombre, él no cree en Nada: "Todo no está perdido, Beckett no es lo mío".
En cambio, nada le importa que emparenten a su compañía con otra que también ha hecho del lado sombrió de la existencia su credo, Kantor; quizá porque comparten una estética que tiene en pintores como Velázquez o Ribera la principal inspiración y que, al igual que los polacos, se sirve de unas escenografías expresionistas o, como dice el poeta postista Carlos Edmundo De Ory al hablar de ellos, "de mueblajes/ nada caseros enseres sin lustre/ los pobrecitos tan humildes/ incorporados en conjuntos mixtos/ son los huesos de un teatro".