Image: El segundo Emmanuel Schmitt

Image: El segundo Emmanuel Schmitt

Teatro

El segundo Emmanuel Schmitt

Amparo Larrañaga y Jorge Sanz protagonizan "Pequeños crímenes conyugales"

20 enero, 2005 01:00

Amparo Larrañaga y Jorge Sanz

Amparo Larrañaga y Jorge Sanz protagonizan Pequeños crímenes conyugales, el primer estreno de la programación del Festival de Teatro de Málaga. Su autor, Eric-Emmanuel Schmitt, está siendo el más solicitado de esta temporada: ésta es su segunda obra que se representa.

Eric-Emmanuel Schmitt está de moda en España. Recientemente un texto suyo, El señor Ibrahim y las flores del Corán triunfó en la sala Princesa del Centro Dramático Nacional. Juan Carlos Pérez de la Fuente y su actriz fetiche, María Jesús Valdés, preparan un monólogo a partir del texto Oscar y Mami-Rose. Y esta semana, en el teatro Cervantes de Málaga, Amparo Larrañaga y Jorge Sanz, dirigidos por Tamzin Townsend, estrenan una obra inquietante: Pequeños crímenes conyugales que habla de amnesias y desmemorias; a partir de un intento de recuperación de la propia identidad, una impostura en definitiva, se hacen presentes los abismos y los infiernos de la convivencia diaria. También hay éxtasis y cielos. Pero, en realidad, tras la más risueña apariencia, esta siempre la amenaza y la mueca. Este doble plano de las apariencias, ese bisturí psicológico para mezclar verdades y mentiras, nutre este apasionante texto. Hay una sabia gradación de las sorpresas que dota a la obra de una poderosa estructura escénica.

Duelo de actores
Naturalmente, el sitio de un texto dramático es el escenario, aunque la la lectura también pueda desvelar parte de sus secretos. En este sentido Pequeños crímenes conyugales resulta ejemplar. A medida que avanza su lectura se imagina uno un duelo actoral de primer orden: un desafío, en realidad más que una imaginación es una exigencia. Sobre el papel, la clave del texto esta en la capacidad de una actriz y de un actor para dar vida a una palabra dramática de primer orden. Podrá discutirse el desenlace que, por supuesto, no voy a desvelar; más el texto está ahí. Sus potencialidades teatrales pasan por dos intérpretes que asuman, interioricen y proyecten toda la carga explosiva de un diálogo fulgurante. Carla y Alejandro componen un matrimonio enfrentado en una durísima esgrima de encuentros y desencuentros, de revelaciones y ocultamientos, de pasiones, de amor, de odio y, a veces, de indiferencia. En cierta medida, más que de indiferencia se trata de la falta de deseo favorecida por quince años de matrimonio; una paciente y dolorosa construcción de un edificio que empieza a presentar alarmantes grietas.

Dos seres hermosos e inteligentes: un sueño recíproco. Y también, en el fondo, un mutuo resentimiento. En torno a un misterioso accidente que origina la amnesia del marido se construye la acción vivaz y creciente. A partir del regreso a casa, un juego de seducciones, recuerdos fragmentados, insinuaciones y sospechas. Y un temor a descubrir quiénes son y cómo eran antes del hospital. O cómo creían y querían ser. Las circunstancias precisas del accidente se resisten, pues el cerebro de Alejandro bloquea aquello que no quiere saber o que le hiere. Lo que se va descubriendo tras ese agujero negro es un cúmulo de atrocidades y miserias anudadas todas por un amor hasta más allá de la muerte. Desde la inocencia o la culpabilidad estos pequeños crímenes vienen a ser grandes. Oscar Wilde escribió que todos matan lo que más aman, los cobardes con un beso, los valientes con una espada. Un largo camino de olvidos y acusaciones hacia el conocimiento.