Image: Mi amigo Miguel Mihura, por Gustavo Pérez Puig

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Teatro

Mi amigo Miguel Mihura, por Gustavo Pérez Puig

Miguel Mihura, centenario

21 julio, 2005 02:00

Mihura y Pérez Puig saludan en el estreno de Tres sombreros de copa, en 1952. Foto: Editorial Algaba

Dijo Miguel Mihura que él había nacido en Madrid porque era lo que estaba más cerca de Chicote. Para los que no vivieron los años 50 al 70 Chicote era, y aunque sigue existiendo ya no es lo mismo, una creación de aquel inolvidable personaje que se llamó Perico Chicote, que instaló en plena Gran Vía una especie de salón de té, por el que desfilaba en palabras de Agustín Lara, con música de chotis, "la crema de la intelectualidad". En Chicote se podían apreciar dos zonas, aunque juntas, separadas; las mesitas donde se reunían muchos intelectuales al atardecer, antes de la cena, y la barra, en que estaban como en un escaparate tentador algunas chicas espléndidas, a las que los cursis llamaban "mujeres malas". Miguel iba todas las tardes a Chicote y tenía una peña en eso que se llamaban tertulias y que consistía en reunirse unos amigos para hablar un par de horas, comentando cosas divertidas y haciendo alarde de ingenio y talento, mientras tomaban un whisky, o lo que entonces era más normal, un ginfis o una combinación, al tiempo que sus ojos se alegraban con disimulo con el paisaje estimulante de las chicas de la barra.

Unos días después del estreno apoteósico de Tres sombreros de copa, me llamó por teléfono Mihura y me dijo:

-"Hombre, Gustavo, ¿por qué no vienes por la tarde a Chicote a tomar el aperitivo con nosotros? A mi tertulia vienen Tono, Edgar Neville, Joaquín Calvo Sotelo y Álvaro de Laiglesia".
-"Miguel, porque no tengo dinero".
-"Eso no importa, me apetece verte, charlar contigo, y del dinero no te preocupes, siempre que vengas yo te invito a lo que quieras".

Aquella invitación fue para mi un regalo de Reyes anticipado; ahí es nada, para un principiante con 21 años alternar a diario con los mejores talentos del humor, escucharles, aprender y divertirme a diario y además gratis, cuando yo hubiera pagado lo que me pidieran, de haberlo tenido, por poderlo hacer, era más de lo que podía soñar. Fui muchísimos días y descubrí escuchándoles cantidad de cosas, me divertí como nunca desde que murió Jardiel, y aquellas tardes/noches están pegadas en el álbum de mi vida como uno de los mejores trofeos conseguidos en muchos años.

Las conversaciones entre ellos se convertían siempre en unos fuegos artificiales deslumbrantes, en los que el ingenio sustituía a la pólvora, sus voces al ruido de los petardos y su luminosidad a la brillantez de los cohetes. Tono, Neville, Calvo Sotelo, Alvarito y Mihura formaban una delantera imbatible. Decía Mihura que "el humor es una risa bien educada, una risa que ha ido a un colegio de pago" y tenía razón, todo lo que decían acababa de salir del mejor colegio de Madrid. Jamás les escuché nada que se aproximara al mal estilo, tan habitual hoy, sus críticas eran siempre piadosas, divertidas y rebosantes de ironía y ternura. Estaban "en estado de gracia" y se les notaba.

Con Mihura tuve muchos encuentros, lo que nos proporcionó una amistad mantenida durante muchos años, y un solo desencuentro. Después de más de 40 días de ensayo de Tres sombreros de copa consideré un detalle de buena educación invitarle al ensayo general. Pues bien, llegó don Miguel al Teatro Español y nada más comenzar el ensayo hizo una observación a un actor y después otra y otra... A la cuarta vez que se dirigió a corregir algo, ya había conseguido desconcertar a todos los intérpretes, que horas antes del estreno veían que había que cambiar la forma de hacer; armándome de valor le dije: "Don Miguel, todo lo que usted corrige está muy bien, pero ya es tarde, esto había que hacerlo muchos días antes, así que le ruego que se vaya y nos deje seguir trabajando". Con cara de pocos amigos, pero con un estilo impecable, cogió su sombrero y se fue. El estreno se hizo como yo quería, no se corrigió ni cortó nada y el resultado fue clamoroso. Al terminar la función, me dijo: "Tenía usted razón, la interpretación de todos, desde Juanjo Menéndez a José María de Prada, de Agustina González a Gloria Delgado, de Fernando Guillén a José Cerro, es estupenda".

Años después, esos sabios que se dedican a la crítica o a organizar seminarios sobre teatro, y explican cómo se hace eso que ellos nunca han sabido hacer, convencieron a Mihura de que le quitara a la comedia frases ingeniosas, situaciones disparatadas y maravillosas y la comedia se quedó totalmente plana. No recuerdo quiénes sedujeron a Mihura para que mutilara la obra y le elogiaron el destrozo, pero los espectadores jamás les dieron la razón y Miguel, con su carácter apático, tampoco se aclaró demasiado y siguió lleno de dudas de si su carrera como autor debió continuar la ruta de Tres sombreros o si haciendo un teatro estupendo pero más fácil para el público había acertado. Esta incógnita nunca se despejará y lo cierto es que cambiando la autopista que le abrió su primera comedia por la autovía de hacer algo menos comprometido, consiguió los dividendos suficientes para cuidar su pereza y no trabajar en lo que no le divirtiera.

Al hablar o escribir de Miguel, recuerdo mil cosas entrañables. Cuando fui director de Programas Dramáticos de TVE llamé muchísimas veces a Miguel, para convencerle de que nos escribiera una serie para la Primera Cadena y siempre me ponía excusas. Llegó el mes de julio y pensé, ahora en verano y en Fuenterrabía tendrá tiempo y me hará la serie, le llamé una vez más: "Pero si no tengo un minuto libre; mira, me levanto a las ocho de la mañana, me aseo y desayuno para leer el periódico de San Sebastián porque a las doce llega de Madrid el "ABC", bajo a comprarlo y en un bar de al lado de casa, me siento y me lo leo deprisa, porque a las dos como a toda velocidad para ver el Telediario y a las tres me acuesto la siesta, que solo es de dos horas, porque a las seis tengo que estar en una librería de San Juan de Luz, de unos amigos; allí van a comprar libros unas chicas monísimas en short y con unos escotes formidables. A las ocho salgo hacia casa para cenar y a las nueve poder ver las noticias y luego me leo alguna novela policíaca. A las once en punto estoy en la cama, porque al día siguiente me tengo que levantar a las ocho. Comprenderás que no puedo hacer la serie".

Ante un argumento tan contundente no tuve más remedio que aceptar su negativa y admirarle todavía más, porque no se puede explicar mejor lo inexplicable, salvo que el interlocutor fuera ese genio del humor del siglo XX y extraordinario ser humano que fue Mihura. Imagino que él no esté demasido triste al comprobar la indiferencia con que su centenario, excepto para unos pocos, haya pasado de puntillas y el olvido de muchos que deberían haberle honrado con su recuerdo, le habrá dolido, pero jamás protestará, porque él también fue a un colegio de pago. A otros autores mucho menos trascendentes se les ha celebrado como si hubieran ganado siete copas de Europa. Pero este país nuestro es así y él sabía que no tiene arreglo. Por eso estoy seguro de que con su habitual indiferencia seguirá recordando sus cenas en Valentín o en Carmencita, fumando un Chester sin boquilla, admirando la belleza de Ava Gardner en el Café Gijón o emocionándose en el Price con los leones de Dola o con la ingravidez de Pinito del Oro y pasándolo divinamente con sus amigos en Alazán, escuchando a Gloria Lasso.


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