Teatro

Morgan

Portulanos

22 septiembre, 2005 02:00

Los actores jóvenes tienen la malditísima desgracia de no haber podido ver a Lina Morgan en escena. Con el cerebro hecho migas por culpa de las angustias de Sarah Kane y otros apóstoles de la desesperanza, ignoran lo que es sentarse en un teatro de ochocientas butacas sacudido por las carcajadas que genera una señora al retorcer la pierna. Es la contribución del teatro a la conspiración del horror que se extiende por todo nuestro mundo: prohibido disfrutar, viva la desgracia, suframos todos juntos, al fondo hay pistolas, sírvase usted mismo y apunte bien al cerebro. Y, por favor, no falle.

Lina hizo, con éxito, cine malo y televisión mediocre, pero sobre un escenario no había quien se le comparase. Sus obras contaban argumentos demenciales, los decorados eran de cartón piedra y temblaban al apoyarse en ellos, las bailarinas se equivocaban de pierna en las coreografías. Pero salía ella y todo lo demás se iba a hacer puñetas: imposible dejar de mirarla y de admirarla. Es una mujer pequeña y no se parece a Nicole Kidman; pero su capacidad para conectar con el público en un nivel básico, nuclear, es asombrosa. En mi opinión, debería ser de estudio obligado en todas las escuelas de teatro, aparcando pedanterías y prejuicios idiotas. Lee Strasberg, con todo su Método a cuestas, admiraba profundamente a Gary Cooper y a Spencer Tracy, porque hacían sin esfuerzo aparente lo que a él tanto le costaba enseñar. Valére Novarina, desde la vanguardia de la dramaturgia francesa, ha reivindicado al gran Louis de Funes, aquel formidable gendarme eternamente cabreado. Nosotros, aquí, nos avergonzamos de Lina y de los actores de su estirpe porque al público le ofrecen risas en vez de sermones y porque con sus espectáculos no hay forma de que funcionen esas teorías pretenciosas y ridículas sobre lo que el teatro debe o no debe ser.

Desde hace años ella, por mil motivos, anda retirada de los escenarios, aunque constantemente llegan rumores de su regreso, desmentidos siempre en el último minuto. Peor para nosotros. A mí, una mujer que para hacer teatro se pone apellido de pirata, me cae bien por principio.