Teatro

La luz

Portulanos

8 diciembre, 2005 01:00
To fos. De esta manera tan sencilla y precisa resume Lawrence Durrell su encuentro con el archipiélago griego, de pie sobre la cubierta de un barco que le lleva a Corfú. Son las mismas palabras que encuentra escritas sobre el monte Parnaso Nicholas Urfe, el protagonista de esa extraordinaria novela de John Fowles titulada El Mago, que, siendo una metáfora de tantas cosas, lo es, sobre todo, de la naturaleza profunda del teatro.

La luz. Hace veinticinco siglos, una tribu de piratas y campesinos aficionados al vino arrancó a los dioses de las nubes para ponerlos a salmodiar sobre un escenario, subidos en unos absurdos zapatos con alza y escondidos tras máscaras de barro cocido con el gesto falseado. Contaban historias verdaderamente espantosas: en ellas los hijos asesinaban a sus padres y se acostaban con sus madres; o eran las madres las que ejecutaban a sus hijos sin pestañear. Los toros surgían del mar para arrebatarle la vida a jóvenes angustiados, que, como los de hoy, los de cualquier tiempo, intentaban comprender las reglas del juego. Era la purificación por el camino del horror, aunque eso sí, sin mostrar jamás la violencia en escena, convirtiendo en palabra lo que hubiera sido demasiado cruel para la vista. También inventaron la sátira; quizá para contradecirse a sí mismos y demostrar la relatividad de la vida y lo poco importantes que son los asuntos importantes. Por el camino, y como quien no quiere la cosa, explicaron el mundo entero. Sabían que la Tierra es redonda, que sólo somos un baile de átomos, que los ríos no pasan dos veces por el mismo lugar, que lo que se muestra a nuestra mirada no es sino una representación de lo que mucho más tarde llamarían el karagyosis, el teatro de sombras, cuyo precio de entrada nadie es capaz de especificar. Ahora, alguien ha rendido por fin homenaje al profesor Rodríguez Adrados, y yo, desde aquí, agradezco sinceramente que se acuerden de él; y agradezco, sobre todo, al viejo profesor por tantas décadas de trabajo, por sus traducciones y sus libros de investigación, limpiando paciente, minuciosamente, esos grandes ventanales por los que, todavía hoy, se proyecta sobre nuestras vidas la luz prodigiosa del helenismo.