Teatro

Ibsen

Portulanos

26 enero, 2006 01:00

Si entran ustedes en cualquier gran librería de Madrid y preguntan por Henrik Ibsen, encontrarán, con facilidad, Casa de muñecas y, con suerte, Peer Gynt. Pero no Rosmerholm, ni Los vikingos de Helgoland, ni, muchísimo menos, esa espeluznante obra maestra llamada Cuando despertemos los muertos. Es una de nuestras máximas humillaciones teatrales: en una industria editorial donde cada año se editan 20.000 títulos y donde siempre hay sitio para los best-sellers que Victoria Adams nunca llega a terminar, no queda lugar para preservar la memoria del Poeta del Norte. Porque Henrik Ibsen está reconocido universalmente como uno de los máximos dramaturgos de la historia, en santísima trinidad con Shakespeare y Chekhov. Su presencia en nuestros escenarios obedece a un orden similar: se le hace poco y no demasiado bien. Quizá porque, al tenerlo tan escasamente presente, se cae siempre en el error de que fue un escritor naturalista, entendiendo, además, esta etiqueta con todas sus tergiversaciones habituales. Pero Ibsen, como Shakespeare, como Chekhov, es más que un autor: es un planeta. Su aportación al drama es feraz; la riqueza de su escritura deslumbra. A los estudiosos les preocupa siempre mucho el asunto del estilo, porque eso les permite ponerle a los autores un marbete en torno al tobillo, como hacen los ornitólogos con los pájaros, para seguirles la pista cuando emigran. Ibsen, como Arsenio Lupin, se escabulle de todas las trampas y adopta mil apariencias: escribe obras épicas, dramas de salón, textos simbólicos, expresionistas, comedias, argumentos históricos. Nunca está donde se le supone: cuando las sufragistas acuden a felicitarle por Casa de muñecas, él niega rotundamente ser feminista; y frente a la creencia de que el espíritu nietzschiano de Peer Gynt es autobiográfico, lo cierto es que Ibsen fue cautivo de profundas depresiones toda su vida.

En Noruega empieza ahora la celebración del centenario de Ibsen, que las autoridades culturales y políticas de ese país han preparado con años de antelación y con la espléndida minuciosidad que les caracteriza, para compartir con el resto del mundo la obra y la huella del enorme dramaturgo. No es por nada, pero también en esta forma de hacer las cosas hay algo que aprender.