Teatro

Valle, el inaugurador

16 febrero, 2006 01:00

Tamayo estrenó la obra con Nati Mistral en 1961. Foto: Gyenes

Se abre con Divinas palabras el nuevo Olimpia que el anterior equipo del CDN dejó listo, o casi listo, para sentencia de inauguración. Eso se llama, para Gerardo Vera -refinado esteta de la escenografía- llegar y besar el santo. Divinas palabras es buena elección, sobre todo si se quiere resaltar con ella el valor central de Valle Inclán en el teatro español de todos los tiempos. Es una pieza gozne que, artísticamente, articula el tránsito del Valle de las Comedias bárbaras de los Montenegro al esperpento. A esta "tragicomedia de aldea" no le aplica Valle el buril envenenado de los esperpentos, y no porque, para ello, no le diera pie la lapidación moral de una adúltera: Mari Gaila. Divinas palabras queda lejos del florido esteticismo de Las sonatas y aún no ha accedido al ácido urticante del esperpento, en especial del esperpento de Los cuernos de don Friolera.

El esteticismo, según qué tiempos y por su propia naturaleza elíptica, puede ser una inmoralidad; y ahora corren por los desolados parajes de España, tiempos procelosos. Falta un Valle, un Ruedo Ibérico, y los espejos del callejón del gato que dejen constancia de los mismos. En España, todos los posibles Valles acaban adulando al poder: Gobierno u oposición. Pero ese Valle Inclán imposible no puede inaugurar el nuevo Olimpia y bien está Divinas palabras para tan magna ocasión.

Final divino
Mari Gaila, la sensual y retozona sacristana, es una de las mujeres más libres y luminosas del teatro español. Y la escena en que su marido, el sacristán, amansa a la plebe con latinajos y salva a la adúltera, tiene, a mi entender, un significado: verborrea retórica, caridad engañosa, perdonanza falsamente cristiana. Apología del perdón o crítica irónica del mismo, mucho mejor, sin duda, que el honor calderoniano: "si tu mujer te engaña, sájala". Contrasta este Pedro Gailo, piadoso y cornudo, no sólo con Calderón del que abomina Valle, sino también con el propio Valle de Los cuernos de don Friolera. El militar injuriado, borracho y calderoniano por deformación y exceso, clama: "en el ejército no hay cabrones". Aquí proclamas y consignas; allí, latines.

Divinas palabras se puso en el Bellas Artes, de la mano de José Tamayo, en 1961. Y el verbo valleinclanesco no debió de parecerle tan sagrado a los censores, pues tacharon siete u ocho centenares de vocablos. A finales de los noventa, Tamayo volvió a ponerla y ya estaban todas las palabras: las humanas, las divinas y las diabólicas. Y si alguna faltaba era, como le gustaba decir a Tamayo, cuestión de criterio y no de censura. Lo cierto es que muchas palabras censuradas se dijeron en las funciones de después del estreno en 1961; la censura, además de imbécil y burocrática era, a veces, relaxa (Tamayo).

¿En qué campo estilístico debe moverse Divinas palabras?¿ Realismo rural, pues "tragedia de aldea" se subtitula?; no exactamente. Se estrenó en 1933, años después de escrita, y la deplorable idea que Valle tenía del desgarro trágico de la Xirgu o de la ampulosidad de Borrás, no autoriza a pensar que aspirara al realismo; mas bien expresionismo de barraca. Feria y liturgia; liturgia, sobre todo. Y no sólo por los latines del sacristán cornudo: liturgia de la pobreza sin honor y sin esperanza, liturgia del sexo, pulsión del erotismo. Mari Gaila, desnuda sobre el carro de heno, esplendorosa y triunfante. Y reducida al orden por el perdón.


El nuevo Olimpia entra en escena