Teatro

Transformaciones

Portulanos

28 septiembre, 2006 02:00

El final del siglo XIX fue el periodo más extravagante de la historia del espectáculo. Eran los días en que Buffalo Bill presentaba caballistas árabes y cosacos rusos en su circo del Salvaje Oeste, mientras el rey Leopoldo de Bélgica visitaba el Moulin Rouge para ver a Joseph Pujol, Le Petomane, famoso por interpretar La Marsellesa a base de ventosidades. En ese marco de excentricidades triunfó Leopoldo Frégoli, actor italiano que cambiaba el aspecto físico de sus personajes delante de los espectadores a tal velocidad que la transformación se antojaba mágica. Hay algo similar en el kabuki, el hayagawari o cambio rápido, que se consigue sujetando las telas de un vestido a las de otro con un hilván; tirando del hilo, el vestido superpuesto oculta los ropajes inferiores. Lo que en el kabuki constituye un número ocasional Frégoli lo convirtió en el corazón de su espectáculo. El público veía desfilar ante sus ojos una imponente galería de personajes, hombres, mujeres, ancianos: todos eran Frégoli. Su habilidad era tal que hubo quien le acusó de llevar ayudantes que se repartían los distintos papeles. Era falso: Frégoli lo hacía todo él mismo. Cuando murió pusieron en su lápida: "esta fue su última transformación". Pero la popularidad de este arte pareció extinguirse con él, pese a que el nombre se conserva en psiquiatría para definir cierto trastorno de la personalidad. Hace unos años apareció en Italia un joven actor llamado Arturo Brachetti y con él volvió el fregolismo en todo su esplendor. Brachetti, con su físico a medias entre Danny Kaye y Pee Wee Hermann, su técnica prodigiosa y su delicioso sentido del humor, ha hecho evolucionar las lecciones del maestro trayéndolo a nuestra época. Quizá nosotros, espectadores del siglo XXI, nos dejemos sorprender menos por la idea de la transformación; al fin y al cabo vemos todos los días como los políticos se convierten en presos y luego en estrellas de Tv casi sin pestañear, lo cual resulta inaudito. Pero lo que hace Brachetti es, sin duda, mucho más hermoso.