Teatro

Espert y Gómez a dentelladas

Se miden por primera vez en las tablas con "Play Strindberg", de Friedrich Dörrenmatt

9 noviembre, 2006 01:00

Nuria Espert y José Luis Gómez. Foto: Sergio Enríquez

Nuria Espert y José Luis Gómez no se han medido nunca juntos en las tablas, pero conscientes de su idéntico rango escénico sabían que esta cita ante el público tenía que llegar. Será el 15 de noviembre, en La Abadía de Madrid, con un texto de Friedrich Dörrenmatt, Play Strindberg, que es una tremenda composición del odio que puede llegar a profesarse un matrimonio. En esta conjunción astral intervienen también el actor Lluís Homar y el director Georges Lavaudant.

Pregunta: Encantado de saludarle, señor Edgar. Porque supongo que, en Play Strindberg, usted es Edgard.
José Luis Gómez: Sí, sí, yo soy Edgard. Kurt es Lluís Homar.
-Y también encantado de saludarla a usted, Alice.
Nuria Espert: Sí, yo soy Alice. Aquí no hay duda posible.
-¿A qué se debe esta feliz coincidencia de tres estrellas juntas?
N.E: Nunca habíamos coincidido juntos. Y es una experiencia extraordinaria; algo que me faltaba.
J.L.G: Cierto. Nunca habíamos coincidido y era algo que también a mí me faltaba.
(Esta es la clave: dos estrellas conscientes de que lo son y de que los demás lo saben. Esa necesidad de completarse mutuamente no es el reconocimiento de una carencia, sino la tolerancia recíproca de los dioses; el orgullo de saberse y sentirse superiores. Y la certeza de que esa jerarquía se contrasta sólo con seres de idéntico rango. Nadie puede completar a nadie si no es desde un plano de igualdad en primera magnitud. A Lluís Homar, ausente de esta charla, le otorgan la misma importancia y primacía).

-¿Qué tal se llevan tres estrellas juntas?
N.E: Por el momento, bien, muy bien.
J.L.G: Sin problemas, estupendamente bien.
(Dentro de unos minutos, de unas horas quizá, cuando vuelvan al ensayo, se despedazarán sin miramientos. Pero ahora son todo mieles. Por un lado van, claro, Alice y Edgar y por otro Nuria Espert y José Luis Gómez. Echan de menos a Lluís Homar, el otro lado del triángulo, el otro ángel de la venganza y la destrucción. Pero da igual. También sería todo mieles si estuviera aquí. Almíbar, cortesía y academia. Play Strindberg, la obra que estrenan el día 15 en La Abadía bajo la dirección de Georges Lavaudant, es un nido de víboras: y los diálogos de esposa y esposo son aceite hirviendo, esgrima dialéctica brillante y acerada, de indisimuladas intenciones homicidas. No hay cuartel; cada palabra es un disparo, un navajazo, un veneno absolutamente letal).
J. L. G: Y, sin embargo, Edgar y Alice se han acostumbrado; se odian pero conviven. Además, es sabido que todo matrimonio, incluso saliendo bien, es una catástrofe.
N. E: Hombre, José Luis...
(Ya está. Ya van a sacar las navajas. No creo que la sangre llegue al río, aunque, si tienen bien interiorizados y asimilados los personajes de Edgar y Alice todo pudiera ocurrir. Una afirmación tan contundente de Gómez, delante de una gran señora que sigue recordando a su marido, Armando Moreno, con una devoción irrevocable sin que por el recuerdo pase el tiempo, seguro que va a desencadenar la guerra; pero no. Nuria Espert se limita a manifestar su desacuerdo sobre esta generalización con un leve gesto; un ligero mohín antes de extenderse en una larga teoría acerca del amor, las complicidades y la confrontación sentimental).
N.E: Y verdaderamente Edgar y Alice se odian hasta la muerte...

-Se traicionan, se mienten; aunque no estoy muy seguro de que aquí la palabra traición sea la adecuada.
N. E: Quizá sea más adecuada confrontación, desolación.
J.L.G: ¿Por qué no felicidad? No olvideis que el máximo reproche que Edgar le hace a Kurt es: "Has destrozado mi matrimonio feliz".
(Ciertamente Play Strindberg es una diatriba desesperada contra la institución del matrimonio como eje medular de una manera de organizar la sociedad. La estructura de la pieza, los diálogos, recuerdan la austeridad descarnada del absurdo, sobre todo del absurdo trágico de Samuel Beckett. Es un Strindberg pasado por Dörrenmatt que anduvo por los aledaños del absurdo. Es una obra que José Luis Gómez confiesa que sólo podía hacer con Lavaudant como director y con Nuria Espert y Lluís Homar. Cuatro astros al servicio de un texto que trae ecos evidentes de Quién teme a Virginia Woolf. Nuria Espert reconoce esa ligazón de los textos de Dörrenmatt y de Edward Albee y de ambos con la fuente prístina de Strindberg. Y recuerda cuando hizo ese texto ácido y espinoso con un Marsillach crepuscular; herido por el cáncer inaplazable y estimulado su cinismo dandy por la amenaza de la muerte. Sombras de tristeza por la mirada de Nuria. Le recuerdo que en Tan lejos, tan cerca Marsillach confiesa haber sido traicionado por todas las mujeres que amó. A lo cual Nuria, seria, replica que Adolfo fue un triunfador en todo.
Reconociendo la importancia troncal de Danza macabra, Gómez y Espert se preguntan si, en algunos momentos, Play Strindberg no es superior a los orígenes. Aceptan, dentro de una razón lógica y narrativa, cierta filiación beckettiana de los diálogos; pero también cierta presencia de Brecht. Esta discusión podría llevarnos horas y desistimos. Ambos adoran a Lavaudant, con quien confiesan sentirse en absoluta sintonía. Los veo y no acabo de creérmelo; sin llegar a la alucinación, la imagen de Edgar y de Alice se superpone a la de Gómez y a Alice. En cualquier caso, conociendo a los personajes de Play Strindberg, que se desgarran a dentelladas como la fauna salvaje del National Geographic, inquieta el equilibrio de esta charla).

-No es que yo crea que el intérprete deba ser abducido por el personaje; pero ¿no existe riesgo de digamos contaminación emocional?
N. E: No, no. El personaje no puedes llevártelo a casa. Además, esta actitud apacible que acabas de señalar es para contrarrestar la violencia del texto. Yo no creo en esa tesis de la identificación visceral con el personaje.
J.L.G: Se trata del placer del teatro; aunque sea un texto tan duro, cáustico y corrosivo como éste.
N. E: Además de un texto cáustico es, teatralmente, un texto bello compartido con unos compañeros excelentes. Lo cierto es que obras como ésta requieren un mayor esfuerzo para recuperarse de la tensión.
J.L.G: Pero no hay abducción, sería terrible. Hay naturalidad, capacidad para diferenciar el campo de la realidad y el de la escena. Un día en un ensayo me sorprendí pensando en cómo podía decirle a Lluís tal sarta de ferocidades, del texto claro; a Lluís que es un ángel. Y no pasa nada. Aparece el personaje y desaparece Homar.
N.E: Nosotros somos peores personas que Lluís Homar.
(Ante esta declaración de principios, yo creí que el ambiente se iba a calentar; pero no fue así. José Luis Gómez declara que Nuria Espert es un sol y Nuria le corresponde de parecida manera. Ante lo cual prefiero volver a Brecht, a Stanislawski, a Dörrenmatt y a Strindberg; a la realidad escénica y al teatro de la realidad; volvimos, en suma, a la paradoja del comediante. Tras de lo cual la conclusión me parece meridiana: con matices, ninguno de los dos es entusiasta del llamado Método de Stanislawski, aunque sobre ello habría mucho que hablar, pues ambos tiene por Stanislawski un respeto reverencial. Inferior, sin duda, al que profesan a Georges Lavaudant, como fácilmente se deduce de la respuesta a mi última pregunta.)

-¿Cómo encajan directores como vosotros, de personalidad tan acusada, la autoridad de otro director?
J. L. G: Con disciplina y, en ocasiones como ésta, con admiración a un magisterio. Sabemos lo que es eso.
N. E: Georges es adorable. Y ama a los actores.
(En lo cual, dicho sea de paso, y pese a la afirmación de Nuria Espert, Georges Lavaudant no coincide con Molière que los llamaba, adorables bestias de difícil manejo; o con Adolfo Marsillach, que no tenía piedad al considerarlos caballos merecedores constantemente de la fusta).