Cambiar el teatro para cambiar la realidad
Fiesta, fiesta, fiesta, de Lucía Miranda
En España coge ritmo el teatro comunitario, aplicado, inclusivo... Diversas formas de estar en la escena con vocación de transformar la sociedad. Hablamos con una de sus pioneras, Paloma Pedrero, que estrena en el Festival Ellas Crean Una guarida con luz. También con Pepa Gamboa, que revolucionó las tablas con sus gitanas de El Vacie, con Sánchez-Cabezudo, fundador de Kubik en Usera, con Lucía Miranda, impulsora de The Cross Border Project... Con este debate celebramos el Día Mundial del Teatro.
Fue el hito más sonado en España de lo que se ha dado en llamar teatro comunitario o aplicado, cuyo objetivo es visibilizar conflictos sociales y propiciar la integración de colectivos marginados. Aquí, antes incluso de que fuera bautizado, Paloma Pedrero ya lo practicaba. Su ONG Caídos del cielo es un referente en este terreno. La fundó para dar continuidad a iniciativas puntuales en las que se había embarcado con otras organizaciones. "Son personas en situaciones límite que, por momentos, te ponen a ti en situaciones límite. Pero necesito estar con ellos, volver todas las semanas, que sepan que no les voy a abandonar. Hacer teatro con personas desamparadas es esencial para mí, le da un sentido a mi existencia". La directora y dramaturga madrileña (la más representada en España) estrena este viernes en Conde Duque, dentro del Festival Ellas Crean, Una guarida con luz, obra que nace de una experiencia cercana a la muerte en un servicio de reanimación hospitalario. "Tenía la obligación de transmitirla a otros. Aprendí que cuando estás a punto de morir tu cerebro, tu alma, como quieras llamarlo, se pone alerta para protegerte y darte amor. La muerte no es lo que me habían contado. Puede ser un amanecer".
Pedrero cuenta de nuevo con refugiados e inmigrantes en el elenco, aparte de profesionales tan reputados como el compositor Jorge Fernández Guerra y la coreógrafa Teresa Nieto. Ética y estética se confabulan. El empeño filantrópico no está reñido con la ambición artística. Es un prejuicio que todos los implicados en este tipo de teatro niegan radicalmente. "Yo nunca me planteé un dilema entre ambos fines", zanja Gamboa, que tras La casa de Bernarda Alba montó Fuenteovejuna con sus ‘bernardas'. "A mí las gitanas me preguntaron al principio si iba a ir a sus chabolas para documentarme. Les dije que no, que no iba hacer turismo de miseria, que nosotras teníamos un trabajo artístico que hacer y que, si algún día nos hacíamos amigas, yo iría a su casa y ellas vendrían a la mía. No me movía el buenismo, lo primero era defender el texto de Lorca con la máxima exigencia"."No trabajé con las gitanas por buenismo. Lo primero era defender a Lorca con exigencia". Pepa Gamboa
Una guarida con luz, de Paloma Pedrero
Cárceles y banlieues
En Europa hay algunos gurús del teatro comunitario. En París está la compañía Théâtre de l'Opprimé, fundada en 1979. Desde 1998 la dirige el infatigable Rui Frati. Su troupe se remanga en las cárceles y en las banlieues más conflictivas de la capital francesa. Caso aparte es el italiano Pippo Delbono, un artista mimetizado con un grupo de colaboradores compuesto por vagabundos, refugiados, enfermos mentales... Con ellos se mueve por los grandes festivales europeos, con su talante anárquico y libertario.Delbono ha habitado los infiernos de donde proceden sus cómplices: psiquiátricos, las calles más oscuras y hediondas de las grandes ciudades, los campos de refugiados... Y de ahí brota su grito poético de rabia, tan pasoliniano en su autenticidad radical. El último que ha proferido lo vimos en el Festival de Almada. En su Vangelo un refugiado afgano narraba en el patio de butacas su traumático éxodo a Europa, jalonado por la muerte de amigos y familiares. Lo de Delbono es más bien una lucha personal, instintiva y espiritual. Nada que ver con las afianzadas estructuras inglesas, donde muchas salas tienen su propio departamento de teatro comunitario para fomentar el arraigo en sus barrios.
Miranda elaboró Nora, 1959, su peculiar visión de la protagonista de Casa de muñecas en la Kubik, la sala que, desde Usera, abanderó el trasvase de la actividad teatral del centro de Madrid a la periferia. Su fundador, Fernando Sánchez-Cabezudo, se inspiró mucho en la escena alternativa británica y argentina. Germinó la confianza con la gente del barrio poco a poco: "Fue un proceso muy progresivo. Primero fuimos conociendo a los parroquianos del bar de al lado, luego a los fontaneros y carpinteros que venían a hacernos trabajos, luego también contactamos con las asociaciones de vecinos...".
Fuenteovejuna, de Pepa Gamboa
El tópico del hermetismo chino
Sus logros en los seis años que estuvo abierta, de 2010 a 2016, fueron notables, a pesar del laberinto burocrático con el que tuvieron que lidiar. "La gente al final tenía un sentimiento de orgullo por la sala. La empezaron a considerar como algo propio. Y les dio pena cuando tuvimos que cerrar por los enredos con las licencias. Fue muy emocionante ver también todo el barrio inundado con los carteles de Historias de Usera cuando se estrenó en Matadero, ya con la sala cerrada". Sánchez-Cabezudo y su equipo consiguieron rizar el rizo en materia de integración. Desde Kubik crearon muchos lazos con la comunidad china, tan numerosa en Usera. Él, de hecho, se ocupó de la dirección artística de las celebraciones del Año Nuevo Chino, expandiendo su espíritu festivo al resto del vecindario. "Aquello nos demostró que lo de su hermetismo es un tópico. Lo que pasa es que hay que dar el paso, promover el acercamiento. Es algo que debería hacerse desde las instituciones públicas. Nosotros lo hicimos desde un pequeño teatro privado y eso es sólo sostenible por un tiempo", apunta Sánchez-Cabezudo. Su discurso alcanza mayor relieve al pensar en los recientes disturbios de Lavapiés.Lo cierto es que el teatro aplicado, comunitario, inclusivo va cogiendo ritmo en España. La Abadía acaba de anunciar el ciclo Partir/Venir/Quedarse. Incluye montajes como Kalimat, donde Helena Tornero presenta los testimonios de refugiados recabados en el campo Nea Kevala, al norte de Grecia. Hay que recordar también la perseverancia de Blanca Marsillach, quien, apoyada por la Fundación Repsol, dirigió a actores discapacitados en una nueva adaptación de la obra de su padre Yo me bajo en la próxima, ¿y usted? La compañía Palmyra de David Ojeda y Sara Akkad ha cristalizado producciones como Mi piedra Rosetta, del Premio Nacional de Literatura Dramática José Ramón Fernández. "Aprendí mucho poniéndome en el lugar de Christian [sordo] y Tomi [en silla de ruedas]. De las dificultades que pasan porque a menudo ni se nos ocurre pensar en ellos, en la anchura de una puerta, en un escalón, en un cartel…", recuerda Fernández. "Creo que crecí como persona, que miro al mundo de otro modo"."Alguien que vive en la calle o huye de la guerra necesita un espacio donde expresarse y rehacerse". Paloma Pedrero
Los efectos beneficiosos del teatro son múltiples. Paloma Pedrero destaca uno: recuperar la alegría. "Las políticas de integración les ayudan con lo material. Les dan cursos con los que puedan buscarse los garbanzos. Pero estas personas que están en la calle o vienen huyendo de guerras lo primero que necesitan es un espacio donde puedan rehacerse y expresarse libremente". Pepa Gamboa enuncia unos cuantos: "Las gitanas ganaron un dinerillo, viajaron y se sintieron valoradas". Pero le da especial importancia a uno concreto: "Por fin les dejaron entrar en el Carrefour". No está mal.
@albertoojeda77