Javier Gomá

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Teatro

Javier Gomá: "En la cincuentena nos quedamos con nosotros mismos, independientes y frágiles"

El filósofo confirma su vocación por la escena con 'Un hombre de cincuenta años', una trilogía teatral hilvanada por las tribulaciones y certezas asociadas a su edad actual

20 mayo, 2021 09:05

La cincuentena como punto de inflexión existencial. Así la concibe  Javier Gomá (Bilbao, 1965), básicamente porque la condición finita del ser humano cobra una robustez y una centralidad de la que carecía a edades más tempranas. Más si se pierde al padre, que es precisamente lo que le sucedió al autor de la Tetralogía de la ejemplaridad. A aquel suceso le dedicó un emocionante monólogo, Inconsolable, que Ernesto Caballero estrenó en el Centro Dramático Nacional. Era una visión trágica del 'medio siglo', más allá de puntuales concesiones humorísticas que aliviaban el trance luctuoso. Un año después, en 2017, escribió otra obra teatral, Quiero cansarme contigo o el peligro de las buenas compañías, donde la perspectiva sí era deliberada y esencialmente cómica. Y, entre 2018 y 2019, ‘despachó’ una tercera pieza dramática sobre este estadio vital, preámbulo de la senectud: Las lágrimas de Jerjes. Aquí la melancolía es el sentimiento imperante. Toda esta producción dramatúrgica la agrupa ahora Galaxia Gutenberg en un volumen titulado Un hombre de cincuenta años, en el que, a modo de entrante, se incluye el breve ensayo Sucio secreto, donde explica por qué es el teatro (o sea, la representación) el cauce más adecuado para comunicar la certidumbre de la muerte. Y todo lo que esa constatación supone en términos éticos.

Pregunta. Como comenta en Sucio secreto, la historia ha ofrecido diversas visiones de la cincuentena. Hay dos que contrastan particularmente. Por un lado, la que la asocia a la sabiduría (La República, de Platón) y, por otro, la que la relaciona con la locura en el Renacimiento (ejemplo: Don Quijote de la Mancha). ¿Son en realidad tan incompatibles?

Respuesta. No lo son. Ambos casos, y los otros ejemplos que ofrece la literatura, indican que esa edad posee un fuerte simbolismo, no es una edad como otra cualquiera. Lo que le presta ese carácter distintivo, en mi hipótesis, es justamente el conocimiento del ‘sucio secreto’, el último de los tres que existen en la vida, tras el de los reyes magos y el origen de la sexualidad.

P. Cumplir cincuenta años, ya sin padre entre uno y la muerte, intensifica la consciencia de nuestra condición mortal. ¿Se gana por esto en lucidez? ¿Se van despejando muchas dudas que con anterioridad turbaban?

R. Más que despejarse dudas, se afirma una certeza tremenda que ya no nos abandona nunca más. Los padres, héroes de nuestra personal mitología, han pasado a ser un cadáver, una cosa indigna. Luego nosotros seremos también uno de ellos. De eso va la vida. Eso es seguro, todo lo demás es dudoso.

P. ¿Y en libertad? ¿Se gana también en este terreno? ¿Ayuda a ello la ‘locura lúcida’? A atreverse a ser quien realmente se es.

R. Durante la primera mitad, no podemos evitar que nuestra identidad sea en gran parte resultado de un reconocimiento social, la imagen que los otros nos devuelven de nosotros mismos en un espejo. Somos los que los demás nos dicen que somos. Tras conocer el sucio secreto, ese espejo se rompe y nos quedamos con nosotros mismos, independientes y frágiles.

P. Podría entenderse que la cercanía de la muerte puede tener efectos éticos muy estimables. ¿Es de la opinión de que una sociedad que vive de espaldas a la muerte no madura y se estanca en un hedonismo de bajos vuelos? ¿La nuestra, por cierto, vive de espaldas a la muerte a pesar de la Covid?

R. Suelo distinguir entre muerte y mortalidad. La muerte, que compartimos con los insectos, está por todas partes en nuestra sociedad, desde el telediario a los videojuegos. Otra cosa es la mortalidad, privilegios de los hombres: la conciencia de nuestra propia condición. Paradójicamente, de la conciencia de esa tragedia de nuestra condición nacen todos los valores que hacen la vida digna de ser vivida, la cultura. Vivir de espaldas a la mortalidad nos aleja de esa dignidad.

P. Reconoce que el hecho de que los tres protagonistas de estas obras estén en la cincuenta es algo que no fue planificado. ¿Cómo se dio cuenta de que compartían este rasgo y qué pensó al descubrirlo?

R. Creo que recordar que me di cuenta cuando había terminado la comedia y preparaba los materiales para la tragedia, Las lágrimas de Jerjes. Palpitaba sin duda dentro de mí una pulsión que presentaba como motivo recurrente un hombre de esa edad que conversa con el espectro de su padre muerto. Pensé que esta recurrencia nunca prevista no podía responder a un capricho ni a una ocurrencia de la imaginación.

P. ¿Hasta qué punto a través de estas tres figuras se puede conocer quién es Javier Gomá hoy, con su cincuentena a rastras (o en ristre)?

R. En la modernidad, el arte nace del yo. En mi caso también. Pero, en mi literatura, lo que más me importa de mí mismo es lo que comparto con el resto de los seres humanos, lo común y compartido, no lo diferente, propio y exclusivo. Presento lo que a la generalidad de las personas les ocurre al llegar al medio siglo: desconsuelo (monólogo), cansancio (comedia) y melancolía (tragedia).  

P. Los tres personajes mantienen, dice, una comunicación de difícil definición con el espíritu difunto de sus respectivos progenitores. Tratándose de teatro, esta circunstancia empuja automáticamente a pensar en Hamlet. ¿Cuánto hay de hamletiano en esta trilogía?

R. Nada, diría yo. Hamlet es un joven lleno de resentimiento, sarcasmo, doblez, recelo, ánimo de venganza. Debo decir que Shakespeare me cae muy bien como persona, por lo que adivino de su personalidad, pero no soy un admirador de su obra, por mucho que lo intento. He llegado a la conclusión de que si la modernidad no hubiera estado dominada por la hegemonía inglesa, primero, y norteamericana, después, Shakespeare seguiría siendo un autor destacado, pero no gozaría de su actual predominio. Hace unos años volví a leer despacio Hamlet y, con todos los respetos a sus admiradores, muy respetables, me pareció una obra muy imperfecta.  

P. En Inconsolable uno de los pocos consuelos que le quedaban al huérfano era el humor. ¿Cómo ayuda este a reponerse de los reveses de la vida?

R. En determinado momento, la realidad se pone demasiado seria y, si la dejáramos, nos abrumaría hasta coagularnos. Lo mismo que la certeza de la muerte, que se nos impone como un totalitarismo. Como escribió Max Scheler, es necesario espolvorear la vida con gotas de frivolidad. El humor es esa gota relativizadora que hace la vida vivible.

P. ¿Qué hay detrás de ese llanto nostálgico de Jerjes en el monte Abido y por qué le conmueve tanto?

R. En cada vida individual se combina la buena con la mala suerte. Me pregunto qué siente quien, en la lotería de la vida, acumula el mayor porcentaje de buena suerte posible. Ese fue el caso de Jerjes: rey, poderoso, triunfante, con un futuro glorioso enfrente. ¿Y qué sintió? Melancolía. El sentimiento melancólico por la suerte humana es constitucional a nuestra naturaleza, por muy bien que le haya ido a uno.

P. En Quiero cansarme contigo… se adentra en el jugoso tema del ‘cuñadismo’ y lo combina con una de sus fijaciones intelectuales: la ejemplaridad. ¿Qué propósitos tiene esta mezcla?

R. Un principio que he desarrollado ampliamente en mi Tetralogía: el mal ejemplo genera buena conciencia y el buen ejemplo genera mala conciencia. Por eso la ejemplaridad es conflictiva: la presencia de una persona virtuosa abre juicio al vecino: si el primero se comporta de esa manera tan admirable, ¿por qué tú no? Así ocurre en la comedia: el protagonista es un abogado de éxito, pero su infortunio reside en su cuñado, una persona verdaderamente ejemplar y buena, con quien constantemente se le compara, saliendo, claro, mal parado de la comparación. El subtítulo de la comedia lo dice todo: El peligro de las buenas compañías.

P. Un escenario, por cierto, parece un lugar idóneo para mostrar ejemplaridad, vista esta en sus sentidos negativo y positivo (personajes edificantes vs personajes ruines), ¿no?

R. Usando los términos de Wittgenstein, la filosofía 'dice', el teatro 'muestra'. El instrumento de la primera es el concepto, el del segundo es la evidencia de unos cuerpos ante un público presencial. La verdad teórica se enuncia bien en conceptos, pero la verdad moral se conoce mejor ante ejemplos, los del escenario, por ejemplo. De ahí la fuerza extraordinaria del teatro, que ha sido designado muchas veces como “escuela de costumbres”.

P. En los últimos años se ha lanzado al teatro con fruición. ¿Cómo describiría su potencial para la transmisión de la ética y la filosofía?

R. Desde Ejemplaridad pública (2009) reclamé una recuperación para el pensamiento de la presencialidad y de la oralidad. También me he beneficiado de una larga experiencia de conferenciante, quien, como el actor, ocupa la escena. Me convencí de que la filosofía es idónea para dar claridad, pero distorsiona aquellas experiencias de lo misterioso y negativo de la condición humana. Mientras que la filosofía proyecta su luz sobre nuestros oscuros abismos, el teatro los representa como son sin alterarlos.

P. Ya vimos en el CDN Inconsolable, bajo la dirección de Ernesto Caballero. Adelanta que hay planes para el estreno de Quiero cansarme contigo… y Las lágrimas de Jerjes. ¿Puede concretar algo más?

R. La comedia, que se presentará con su subtítulo, El peligro de las buenas compañías, se estrenará en el Teatro Reina Victoria de Madrid, dirigido por Jesús Cimarro, el próximo mes de marzo del año próximo y luego girará por España, producida por el grupo Focus. Con la misma productora, hay planes firmes para montar Las lágrimas de Jerjes en 2023, aunque es prematuro dar más detalles.

P. Por cierto, Caballero también montó La conferencia y La sucursal. ¿Cuáles son las claves de la complicidad que sostiene el tándem que han formado?

R. Caballero es director y autor, además de otras cosas. Conoce perfectamente el universo del autor por propia experiencia. Como director, es un maestro consumado. Me atrevo a decir que está en su elemento sobre todo en los ensayos, allí pone en juego todos sus recursos creativos, que son enormes. Lo que le singulariza de otros directores es, a mi juicio, su don poético dentro de la sencillez y el desasimiento. Le gusta el teatro en el sentido original, el drama de la existencia sobre la escena, por encima del metateatro y los juegos ingeniosos o espectaculares. Y le gusta mucho la palabra teatral, en particular la que da que pensar, y esto le aproxima a la filosofía. De ahí nace nuestra complicidad.   

@alberojeda77