'Milk'. Foto: Eid Adawi

'Milk'. Foto: Eid Adawi

Teatro

Bienal de Venecia, el teatro que grita en silencio contra el odio al migrante musulmán

La cita escénica en la capital del véneto acoge La plaza, de El Conde de Torrefiel, y montajes que denuncian el maltrato a la tierra y los traumas de la maternidad

26 junio, 2023 16:07

Que en el arte está todo (o casi todo) inventado se podía comprobar estos días en la Bienal de Venecia de Teatro. En el montaje La plaza de El Conde de Torrefiel, cuya presencia en la ciudad de los canales acredita que la compañía sigue ampliando su proyección exterior, los personajes salen al escenario con las caras cubiertas por una suerte de velos que generan una mayor inquietud en la platea. No ver la cara de alguien siempre remueve miedos atávicos. Es una sensación que también se produce en el Museo Fortuny de Venecia, en el palacio Martinengo, donde Mariano Fortuny asentó sus reales para desplegar su universo creativo renacentista: igual le daba a los grabados que a la moda, a la escenografía que a la luminotecnia, a la fotografía que a la pintura…

Estancia del Museo Fortuny. Foto: EC

Estancia del Museo Fortuny. Foto: EC

En una de las estancias del museo, que suele ser un remanso de tranquilidad en medio del tráfago turístico de la capital véneta, encontramos una serie de maniquíes femeninos indumentados con finos vestidos salidos del magín de este veneciano de origen granadino, que fundió en su taller códigos estéticos españoles, italianos y orientales. Todos llevan la cabeza cubierta con fulares. De nuevo, la inquietud, entre la elegancia. Una inquietud que, no obstante, es más angustiosa en la pieza de Pablo Gisbert y Tania Beyeler.

Ambos creadores recurren, como es habitual en ellos, a la narración a través de sobretítulos. En el escenario vemos una estampa de cotidianidad en una plaza: mujeres que portan sus bolsas de la compra y se paran un rato para charlar con sus conocidas, empeñadas en los mismos menesteres. Es una imagen que transmitiría asepsia rutinaria pero la presencia de un soldado armado hasta los dientes, con su fusil terciado, evidencia que no estamos en un contexto pacífico. Las mujeres llevan turbantes en la cabeza, lo cual denota a qué religión pertenece. Y de qué conflicto estamos hablando.

[Venecia, laboratorio teatral hipnótico]

Beyeler y Gisbert destilan su reflexión en torno a la -compleja- integración de los migrantes musulmanes en sociedades europeas. Los conflictos entre ellos y la comunidad de acogida, espoleados por los atentados de raíz islamista, inducen a contemplar una ola de represión genocida contra los fieles Alá. Es una de las consideraciones lapidarias que afloran en un texto rico en referencias culturalistas, donde destilan sus lecturas, y se cuestionan los límites de la representación, el futuro del teatro, la saturación de violencia en el imaginario colectivo, la barra libre de pornografía… Una panoplia de temas de tremendo calado que dejan un retrato pesimista de las derivas de la humanidad en el presente. Como si caminásemos hacia el vacío final.

El viernes la Bienal amplió su radio de acción, que es una querencia del festival desde sus orígenes. La cita principal de la jornada estaba fijada en Mestre, localidad cercana a Venecia de cerca de 300 mil habitantes, ya en tierra firme. Allí, en el Parco Albanese, Noémie Goudal y Maëlle Poésy expresaron su canto a la tierra a través de un tríptico de pantallas que mostraban selvas trastocadas en sus equilibrios internos por la mano humana. Anima es una sucesión de trampantojos muestran el efecto destructivo y devastador: el follaje verdoso arde inmisericordemente dejando paso a parajes áridos y desérticos.

'Anima'.

'Anima'.

La compañía recuperó las teorías James Lovelock, médico, meteorólogo y escritor británico, que ya advertía que en la tierra todos sus seres vivientes estaban conectados, de modo que solo se podía abordar con criterios holísticos, como a un ecosistema único e interdependiente. Tras los fuegos destructivos, la pantalla central se queda en su esqueleto, una estructura metálica sobre la que la performer Mathilde Chamoux se cuelga si aparente esfuerzo, como si fuera un primate solitario que ha perdido su casa. Samples tecno van creando una atmósfera que oscila entre el dramatismo y la poesía más íntima. Una hipnótica llamada de atención para revertir el desastre o, al menos, paliarlo.

El sábado el protagonismo lo concentró sobre todo la compañía palestina Khashabi Ensemble, nacida en 2011 de la alianza entre dos actrices, un actor y un director, que tenían palpitaciones éticas y políticas comunes. Hablamos de Khulood Bhasel, Shaden Andrawes, Majdala Khoury y Bashar Murkus. En Venecia exhibieron una pieza de gran potencia visual, acaso en algún momento demasiado efectista, que tiene los traumas de la maternidad en el centro: el escenario acaba cubierto de la leche que brota de mujeres amamantadoras de sus vástagos.

Khulood Bhasel ofrece un buen número de estampas con mucha reminiscencia simbólica. Es imposible no pensar en los campos de concentración nazis cuando los maniquíes desnudos son apilados unos encima de otros, formando diversos sustratos de carne reseca por la inanición y lacerada por el odio. La irrupción de un bailarín en la segunda mitad del espectáculo de aire crístico eleva la carga alegórica, por momentos vemos la pietá bíblica sobre las tablas. Esperanza y dolor se alternan en una secuencia en la que la danza toma el mando de la producción.

Una producción en al que no se pronuncia ni una sola palabra, al igual que en Anima y La plaza. La oralidad del teatro es preterida, lo que no significa que pierda ni su esencia ni su fuera. La rabia también se grita en silencio.