Javier Cámara es un tío Vania en la Mancha, con gorra de la Caja Rural
'Vania x Vania', que se estrena este jueves en las Naves de Matadero Madrid, es una pirueta original y arriesgada de Pablo Remón.
29 febrero, 2024 02:28Pablo Remón (Madrid, 1977) alude a un concepto musical para justificar su tour de force con Tío Vania de Antón Chéjov: el de variación. O sea, la técnica que implica repetir una misma partitura introduciendo alteraciones en elementos como la melodía, la orquestación, el ritmo…
“Es algo que siempre me ha atraído hacer con una obra de teatro”, confiesa el dramaturgo y director a El Cultural. Y eso es lo que ha practicado sobre el emblemático texto de Chéjov, que también ejercía sobre él una atracción antigua.
Una querencia, esta última, que se podía apreciar ya en Los mariachis, pieza protagonizada por un grupo de habitantes de un pueblo de la Castilla vacía: seres varados en la inacción, con la voluntad anulada, sin esperanzas ni ilusiones, adictos al alcohol y la cocaína, conscientes de que todos los trenes que podían haberles llevado a otra parte ya han pasado en su vida.
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Un paisanaje, en fin, equiparable en buena medida a los que componen el dramatis personae de Tío Vania, atrapados bajo el mismo síndrome, el de la derrota existencial, aunque en la estepa rusa.
Remón engarza ambos mundos en la segunda versión. La Rusia rural del siglo XIX y la España rural del siglo XXI. Casi de manera simétrica. Si en un lado del escenario vemos un estanque, en el otro aparece una alberca.
"La primera versión es casi como una lectura: esencial y minimalista. La segunda es más realista", explica Pablo Remón
Un impepinable samovar contrasta con una no menos impepinable, si hablamos del campo patrio, gorra de Caja Rural. Son dos escenografías realistas que remiten a un tiempos y espacios concretos. Es, en ambos sitios, verano. El calor intensifica la lasitud y la sensación de tedio.
“Los personajes de la obra van transitando de un lado a otro, lo que provoca al principio pequeños cortocircuitos, hasta que ambos mundos colisionan. Yo lo veo como si el público tuviera la posibilidad de hacer zapping”, explica el artífice de semejante propuesta. O “locura”, según sus propias palabras.
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La ‘variación’ que abre el díptico chejoviano (remoniano) es de muy otra naturaleza formal. El dramaturgo madrileño la tilda de “esencial y minimalista”. Se refiere a su presentación escenográfica.
“Es como si fuera casi un ensayo o incluso una lectura dramatizada. Todos los personajes están todo el tiempo en el escenario, por lo que no hay salidas ni entradas. Ni atrezzo, salvo unas sillas verdes de plástico. Todo depende de la palabra. La palabra crea el contexto, crea todo. Es como ya hice en Barbados”, aclara Remón.
También es abstracta, porque no se indentifica ni época ni lugar, y minimalista, en lo que a la puesta en escena se refiere, no en su ambición textual. Hablamos de una pieza de unas 80 páginas, es decir, dos horas (que se suman a las otras dos de la versión ‘realista’, por lo que hablamos de un espectáculo de cuatro horas en total).
Remón, en su relectura absolutamente personal, como la genial que ofreció de Doña Rosita la soltera de Lorca, se siente libre para mover al clásico por los terrenos que a él más le motivan e interesan. Sin salirse del espíritu del propio clásico. Sin traicionarle.
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Aquí, además, nos muestra el carácter precursor de Chéjov, “en el que se ven embriones de lo que luego desarrollarían autores como Pinter, metiendo pequeñas obras dentro de la obra, o Beckett, con esa acción que mana de la no-acción”.
Ahí estriba, a su juicio, la modernidad de su legado. “En esto y en la combinación de géneros, como la tragedia y la comedia, que , por cierto, también está en Vania, aunque muchas veces quede tapada en los montajes que se hacen”.
"No hay 'atrezzo', salvo unas sillas verdes de plástico. Todo depende de la palabra. La palabra crea el contexto, crea todo". Pablo Remón
Él, por el contrario, la potencia. En la segunda versión, en la que se desmarca más de la trama original, Remón se lanza de lleno a ese registro de –digamos– surrealismo carpetovetónico que con tanta gracia cultiva, para ofrecernos pasajes delirantes y desternillantes, marca de la casa.
Para llevar el peso interpretativo de este juego, Remón ha vuelto a contar con Javier Cámara, con el que ya se alió en su último trabajo, Los farsantes. El popular actor se meterá la piel de Vania, el encargado de gestionar la finca de su cuñado, el crítico literario Alexander Serebriakov, que, cuando su actividad intelectual no le da suficientes réditos en la ciudad, decide volver a su predio, con las orejas gachas.
Para Vania, que lo tenía idolatrado, es un bajonazo tal que no puede dejar de experimentar desprecio hacia él, por lo que la convivencia entre ambos deviene insostenible. Para más inri, Vania empieza a encapricharse de su segunda mujer, la bella pero desencantada Elena.
Ese principio de enamoramiento hace despertar a Vania de su letargo, de su anquilosamiento en una rutina vacía de alicientes. Es como un atisbo de resurrección existencial.
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“Es algo que ocurre con el resto de personajes. En ellos también se da esta paradoja: llegan unos deseos o unas obsesiones que los reviven pero al mismo tiempo, al ser estos insostenibles, les terminan abocando de nuevo al dolor. Eso cualquiera en el público lo puede entender: el deseo y el aburrimiento como espacios antagónicos, ya que cuando estás en uno querrías estar en el otro, y viceversa”.
A Cámara lo acompañan actores que ya han colaborado con Pablo Remón, como Israel Elejalde, estelar en Los mariachis encarnando un político corrupto, y Manuela Paso (Doña Rosita, anotada). También encontramos a Marta Nieto, Juan Codina y Marina Salas.
“Han hecho todos un viaje alucinante porque, como yo, deben hacer dos ataques diferentes sobre los mismos personajes, con sus mismos conflictos. Es muy interesante porque se aprecia que algunos momentos están muy apegados a lo que hicieron anteriormente y, en otros, en cambio, se alejan bastante. En los tonos, por ejemplo: lo que sonó dramático luego suena cómico. Es un ejercicio curioso”. Curioso, en realidad, es todo en este Vania multiplicado por dos.