Soldados estadounidenses antes de desembarcar en Omaha, el 6 de junio de 1944. Foto: U.S. Navy Naval History and Heritage Command

Soldados estadounidenses antes de desembarcar en Omaha, el 6 de junio de 1944. Foto: U.S. Navy Naval History and Heritage Command

Historia

'El Día D de Churchill': la jornada que cambió el rumbo de la guerra a pesar de las dudas del 'premier'

Cuando se cumplen 80 años del Desembarco de Normandía, un ensayo detalla la actuación del primer ministro británico, sin ocultar sus dudas sobre la operación.

6 junio, 2024 02:29

Pasaban solo tres minutos del mediodía cuando Winston Churchill entró en la Cámara de los Comunes. El parlamentario laborista Harold Nicolson escribiría más tarde que aquel día, el 6 de junio de 1944, el primer ministro inglés estaba “pálido como la cera” y parecía “a punto de anunciar algún desastre espantoso”. Los británicos llevaban toda la mañana pegados a la radio. A la vez que el resto del mundo –incluidos los alemanes– se habían enterado de que a las seis y media de la mañana había empezado la Operación Overlord (Señor Supremo) o, lo que es lo mismo, el Desembarco de Normandía.

El Día D de Churchill

Allen Packwood Y Richard Dannatt. Traducción de Gonzalo García. Crítica, 2024. 384 páginas. 29,90 €

Churchill, que lamentaba no estar en primera fila en algún buque británico, se disponía a informar al pueblo sobre el desarrollo de la que sería, y sigue siendo, la mayor operación anfibia de la historia militar. Cuentan Richard Dannatt y Allen Packwood, autores de El Día D de Churchill (Crítica), que “la cháchara nerviosa de los parlamentarios dejó paso enseguida a un silencio expectante”.

A esas horas el éxito de Overlord no estaba garantizado, pero el primer ministro británico, soberbio actor en la escena parlamentaria, prefirió hablar primero de otra cosa. Parsimonioso, celebró la liberación de Roma, que se había producido el domingo anterior. Y elevó el tono para elogiar al general Harold Alexander, al mando de las operaciones en Italia.

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Tras esta demora aparentemente teatral se escondía, sin embargo, una cuestión esencial para el premier: Churchill se había empeñado en no descuidar el flanco mediterráneo, ni siquiera a costa de una operación como la de Normandía, llamada a abrir un nuevo frente a los alemanes y a descorchar la liberación de Francia.

Churchill volvía a ser en esto un verso libre –y ante todo un representante de los intereses británicos– entre los líderes aliados. Muchos historiadores y memorialistas, sobre todo americanos, han cuestionado el papel del primer ministro británico durante los preparativos del Día D. Se le ha acusado de retrasarlo o de no respaldar del todo la operación, una idea reforzada por ciertos testimonios posteriores a la guerra.

Churchill en Caen, Francia, con el general Montgomery y el teniente general Dempsey, el 22 de julio de 1944. Foto: Imperial War Museums

Churchill en Caen, Francia, con el general Montgomery y el teniente general Dempsey, el 22 de julio de 1944. Foto: Imperial War Museums

El más sangrante fue el de Eisenhower, que introdujo un comentario ladino en su libro Cruzada en Europa, de 1948. En él cuenta que Churchill temía “que el mar se enrojeciera con la sangre” y que aún el 15 de mayo el británico le había dicho, en referencia a Overlord: “Esta operación la veo cada vez más clara”. ¿Acaso a esas alturas aún no estaba convencido?

Aunque los autores del libro no omiten las dudas que a Churchill le generaba la operación, tratan de contextualizarlas. Según ellos, la experiencia de la primera guerra mundial había marcado al mandatario, que cargaba con el peso del desastre de Galípoli, de 1915, una operación que él apoyó y en la que murieron doscientos cincuenta mil soldados aliados.

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Churchill, además, no quería repetir el “colapso de Noruega”, de 1940, una intervención británica en Escandinavia mal planificada y a la postre desastrosa. Aún bajo el liderazgo de Chamberlain, Churchill había sido el principal promotor de aquella ofensiva que pretendía cortar el suministro de hierro sueco a los alemanes, un ataque que finalmente supuso un nuevo triunfo militar para la Wehrmacht. Por último estaba la batalla de Dieppe, de 1942, un primer –y calamitoso– ensayo de abrir un nuevo frente a los alemanes en Francia.

A Churchill, dicen Dannatt y Packwood, “le impulsaba el deseo claro de no ser además quien presidiera la liquidación del Imperio, y su posición política en el Mediterráneo y los Balcanes se caracterizaba por una doble orientación: una claramente imperial, otra antisoviética”. De ahí que se resistiera a que la “tiranía de Overlord”, como la llaman los autores, opacara la necesidad de seguir combatiendo en otros lugares.

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Esa era su duda estratégica. Pero quizá lo que mejor resuma la posición de Churchill en aquella época sea la frase que le dijo a su mujer la tarde previa al desembarco: “¿Te das cuenta de que, cuando te despiertes por la mañana, es posible que hayan muerto veinte mil hombres?”.

Al día siguiente, cuando entró en la Cámara de los Comunes para informar de la operación, Churchill era ya un político declinante. Estaba muy lejos del brillante orador de 1940 que había pronunciado el famoso discurso del “nunca nos rendiremos” y que había sabido encarnar la resistencia de un pueblo por entonces aterrorizado y a la defensiva.

Soldados ingleses en la playa de Normandía

Soldados ingleses en la playa de Normandía

Ahora Churchill era un hombre achacoso de sesenta y nueve años, recién recuperado de una neumonía que había estado a punto de matarlo esa Navidad. Su hija Mary recuerda que en aquellos meses se le veía más apesadumbrado que de costumbre. Y según algunos colaboradores, una vez concluido el desembarco, Churchill empezó a mostrarse errático y a divagar en las reuniones sobre estrategias militares.

Aún quedaba, sin embargo, casi un año de guerra. Y aún caerían sobre Londres alrededor de dos mil quinientas bombas volantes, más otras casi tres mil quinientas en otras zonas del país, que matarían en total a seis mil británicos más.

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El Día D desembarcaron en las costas francesas ciento treinta y tres mil hombres y mujeres, de los que tres mil ochocientos murieron en las primeras veinticuatro horas. Pero esa jornada fue solo la primera de una campaña que duró noventa días, hasta que se cruzó el Sena y se liberó París. Para entonces los aliados contaban ya doscientas cincuenta mil bajas.

Así pues, se había cumplido lo que Churchill temía: se había derramado mucha sangre. Pero tal vez había valido la pena. Europa estaba liberada, gracias, entre otros, a él.