Letras

Las moras agraces

Carmen Jodra Davó

30 mayo, 1999 02:00

Premio Hiperión 1999. Hiperión. Madrid, 1999. 78 páginas, 900 pesetas

Quizá sólo Rafael Alberti y Miguel Hernández mostraron ya desde sus comienzos un tan prodigioso virtuosismo verbal, semejante capacidad de mímesis

Pocas veces se habrá encontrado el lector con un libro tan sorprendente como el que ha obtenido el último premio Hiperión. A sus dieciocho años, la autora parece conocer como nadie la tradición poética clásica y contemporánea. Quizá sólo Rafael Alberti y Miguel Hernández mostraron ya desde sus comienzos -Cal y canto, Perito en lunas- un tan prodigioso virtuosismo verbal, semejante capacidad de mímesis.
"Apuntes de la biblioteca" se titula -muy adecuadamente- la primera parte del volumen, que tiene mucho de cuaderno de ejercicios, pero ejercicios que sorprenden por su brillantez y audacia ya desde el comienzo. En "Duelo homérico" -el de Aquiles a la muerte de Patroclo- los versículos que tratan de recrear en nuestra lengua el hexámetro enmarcan un soneto; "Amor y Psique" entremezcla el mito clásico con los versos de un villancico popular; el "Retrato gongorino" es un pastiche que nada tiene que envidiar a la "Tercera soledad" y a otras emulaciones de Góngora escritas en los años 20. "Divertimento erótico" se titula uno de los poemas; mucho de divertimento tienen la mayoría de ellos, y muy especialmente el que se titula -con un verso de Huidobro- "El horimento bajo el firmazonte" y que es un soneto escrito todo él, como cierto pasaje de Altazor, con palabras desfiguradas, con palabras que intercambian sus sílabas: "¡Democrad! ¡Libertacia! ¡Puebla el vivo!/ ¡No dictaremos más admitidores!/ Prolometemos, samas y deñores,/ nuestro satierno va a gobisfacerles".
¿Sólo es el libro un muestrario de la habilidad retórica de la autora? No es únicamente eso, aunque ya sería bastante cuando la autora apenas si ha pisado, como en este caso, el umbral de la juventud. A la habilidad formal, al buen conocimiento de las diversas tradiciones poéticas, se añade un refrescante sentido del humor. Uno de los más breves poemas del libro -un libro que podría utilizarse en los colegios para estudiar métrica- termina así: "Venga Catulo, excuse/ Safo la bella:/ una lengua está viva/ si río en ella". La lengua de Carmen Jodra Davó está viva, admirablemente viva, y en ella ríe y nos hace muy a menudo reir o sonreír a nosotros: "Vamos a ver,/ señor Baudelaire:/ quiero ganar un premio,/ ¿qué tengo que hacer?/ ¿Impresionarles con la fuerza de mi rabia?/ ¿Hacerles/ estremecer?/ Pero, señor, si ya se ha hecho todo:/ cada ocurrencia que pueda tener/ ya la han tenido otros mil antes que yo,/ ya la han escrito,/ y, si una vez lo hubo,/ ahora ya sí que no hay nada nuevo/ bajo el sol".
Melancolías y tremendismos -"mi alma está cansada y triste y tiene frío"-, muy adolescentes, ocupan la segunda parte del volumen, "época negra". Pero no hay en estos poemas, cuya temática parece invitar al mero desahogo, a abrir la espita del alma, ningún descuido formal: la autora es consciente, muy consciente, de que no está confesándose ni psicoanalizándose, sino haciendo literatura, y casi siempre excelente literatura.
"La vida real y otros poemas" se titula la sección final de Las moras agraces. Hay de todo en ese puñado de poemas: desde la melodramática "Escena" inicial, que parece una dolora de Campoamor, hasta el soneto que comienza "¡Vaya visión! Para rendirle honores/ al humor implacable de Quevedo", que no es enteramente indigno de Quevedo, al igual que otros del libro, pasando por la gracia ingenua de "Cumpleaños feliz": "Ya tengo dieciséis años./ Se nos escapa el tiempo entre las manos,/ y sigo virgen y no bebo vino/ ni conozco las dos lenguas de Claudio".
Ciertamente, como no podía ser de otra manera, no todos los poemas de este libro están a la misma altura: algunos ("Anacreóntica", "Retrato naïf") son ejercicios fallidos que parecen figurar sólo para hacer bulto, y a otros ("Y dijo la Biblia...") les falta el toque de humor o de distanciamiento que eviten lo que tienen de lección simplista. Pero los posibles errores -quizá sólo sean, por mi parte, errores de apreciación- no disminuyen el asombro que Las moras agraces despierta en su conjunto.
Carmen Jodra Davó ha escogido el mejor camino para ser poeta, el mismo camino que siguieron todos los grandes poetas que en el mundo han sido: el conocimiento de la tradición, la emulación de los maestros. Es cierto que, como sabemos bien desde el romanticismo, eso no basta: hace falta algo más, el toque personal y mágico e indefinible que convierte un puñado de palabras -las mismas palabras que están al alcance de todos en cualquier diccionario- en algo único e insustituible, en un descubrimiento y un deslumbramiento y una alegría para siempre.
Sí, sabemos que no basta el buen conocimiento del oficio, pero no es mal comienzo mostrar que se domina lo que el arte tiene de artesanía (muchos poetas de fama no pasan de torpes aprendices al lado de esta adolescente).
Un nuevo nombre que añadir a la nueva poesía española. Carmen Jodra Davó tiene todo lo que no dan los años. Lo que algunos lectores echan de menos se lo irá dejando en las manos, inevitablemente, el paso y el peso del tiempo.