Image: Borges, el hacedor de sí mismo

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Letras

Borges, el hacedor de sí mismo

25 julio, 1999 02:00

Borges, por Grau Santos

En su correspondencia con Maurice Abramowizc encontramos a un Borges más íntimo que asume una adolescencia compartida. También resalta la visión de España que Borges transmite a un extranjero, y que posiblemente no se atrevería a confesar a un español como Sureda.

"A veces pienso
que es idiota tener esta ambición de ser un hacedor más o menos mediocre de frases. Pero ése es mi destino". Estas palabras escritas por Jorge Luis Borges a los veinte años forman parte del epistolario que publicará el próximo otoño la editorial Galaxia Gutenberg con el título de Cartas del fervor. Correspondencia con Maurice Abramowizc y Jacobo Sureda (1919-1928). Más de cincuenta años después de tal declaración de principios a su amigo ginebrino Maurice Abramowicz, Borges escribiría un texto autobiográfico en inglés, An Autobiographical essay (1970), en donde remontaría a su infancia la convicción de que su destino estaría para siempre unido a la literatura: "Desde la época en que yo era niño, cuando le llegó la ceguera, quedó tácitamente entendido que yo debía cumplir el destino literario que las circunstancias le habían negado a mi padre. Esto fue algo que se dio por descontado (y tales cosas son mucho más importantes que las meramente dichas). Se esperaba que yo fuera escritor".

En la apasionante correspondencia con Maurice Abramowicz y Jacobo Sureda aparece de manera patente, carta a carta, el proceso de formación del escritor argentino que hoy nadie duda en equiparar con los grandes escritores de este siglo como Kafka, Joyce o Pessoa. La larga estancia en Europa de la familia Borges fue el caldo de cultivo inmejorable para dotar al futuro creador de Ficciones de las lecturas, en lengua original, de incontables autores que, desde entonces, formarán parte de su bagaje literario, y para curtirlo, ya en España, en la camaradería y la combatividad de un movimiento de vanguardia como el ultraísmo, del que formaría parte y que más tarde lideraría en Argentina.

Será en Sevilla, en enero de 1920, cuando el joven aprendiz de escritor se encuentre con otros jóvenes de su edad que le confirmarán su destino de escritor y le invitarán a publicar en sus revistas y a colaborar en sus proclamas. Poco después la familia se traslada a Madrid, donde Borges conocerá a Cansinos Asséns, que lideraba una de las tertulias en donde reunía a sus "discípulos" ultraístas y a quien Borges seguiría considerando toda su vida como uno de sus "maestros".

La imagen que tenemos de Borges a través de esta correspondencia varía según dirija la carta a Abramowicz o a Sureda. Como cualquier corresponsal, el reflejo que nos dejan sus confesiones, noticias y reflexiones depende del interlocutor a quien vayan dirigidas. En su correspondencia con Maurice Abramowicz encontramos a un Borges más íntimo que asume una adolescencia compartida. También resalta la visión de España que Borges transmite a un extranjero, y que posiblemente no se atrevería a confesar a un español como Sureda, su fascinación con el país que encuentra tras cuatro años en el corazón de Europa: "Toda esta España que voy descubriendo tan áspera, tan fuerte, tan triste, tan silenciosa y tan diferente de lo que se imaginan en esa honesta Suiza tan fea y tan bonachona, me gustaría encontrar la manera de mandártela con sus organillos, sus casas claustrales, sus hombres lúgubres, sus mujeres tan hermosas y la inmensa ruina de sus paisajes desnudos frente a los atardeceres bárbaros y espléndidos..." La perspectiva del regreso a Buenos Aires tras siete años en Europa coloca a Borges en el dilema crucial sobre su identidad cultural por el que han pasado tantos hispanoamericanos: "¿No seré yo, después de todo, ‘un buen europeo', como quería Nietzsche?"

Pero la correspondencia con su amigo mallorquín toma el relevo y, desde su llegada a Buenos Aires, proseguirá la relación epistolar con Jacobo Sureda, poeta y camarada ultraísta, vástago de una conocida familia de mecenas instalada en Valldemosa. Si estas cartas son menos íntimas que las dirigidas a Abramowitcz, también son, sin duda, más metódicas a la hora de exponer un pensamiento y una poética que encontraremos años más tarde reflejadas en algunos de sus cuentos más memorables como "Tlün, Uqbar, Orbis Tertius": "Un teorema de Euclides no es menos real que una canilla. Podemos incluso afirmar que las cosas reales, las cosas por las que los hombres están dispuestos a matarse entre sí, son cosas espiritualmente reales: el honor, la patria, etc... Las cosas no existen: sólo existe nuestra idea de las cosas". El intercambio epistolar con Sureda prosigue tras su regreso a Argentina y, a medida que va languideciendo, podemos observar cómo Borges, tras su paso por la vanguardia internacional, emprende una reivindicación de lo autóctono y una recuperación de ese mundo que abandonó a los trece años apostando por la argentinidad, que se verá reflejada en su primer libro de poemas Fervor de Buenos Aires: "Estoy volviendo a una llaneza criolla en el decir y a un vocabulario sin lujos..."

Este es el Borges que desvelan estas cartas: un joven apasionado y entusiasta en la amistad, el amor y, sobre todo, en su entrega a ese asumido destino literario de "hacedor" de frases que irían labrando "ese paciente laberinto de líneas que traza la imagen de su cara".

Borges desconocido

Jorge Luis Borges escribió esta carta a su amigo mallorquín Jacobo Sureda en 1921

[Desde Buenos Aires a Palma de Mallorca, 22 de junio de 1921]

¡Salve! -Esta misiva impar y fuera de serie, la empróo hacia tus montes con la finalidad de darte mis nuevas señas:calle Bulnes 2216, Buenos Aires, de transmitirte varias noticias de imprecisa y hasta nebulosa importancia y de tender hacia tu alma -sobre los hectólitros de Atlántico y el rebaño de lenguas encrespadas que nos separan- muchos millones de calorías procedentes del dinamo de mi corazón... (¿Qué frase más enrevesada, éh, Jacobo?). La primera finalidad, como ves, ya la he cumplido. Nos hemos anclado en Buenos Aires en un barrio geometral, serio y sosegado. (Casas de un piso, filas de plátanos otoñales que cubren sus ramas pobres con frías sendas de sol, tranvías, pentagramas telefónicos rayando el flaco y aguachirle azul del cielo, risas de niños en la calle...) Esto no nos entusiasma gran cosa y, en cuanto hayamos ultimado una serie de asuntos que nos molestan, volveremos al viejo continente, más nuevo que este, que esta América donde todo parece flojo y marchito.

Volveremos tal vez antes de un años.
No sé si te hablé en mi última carta de un tal Macedonio Fernández y de un muchacho Nobove con los cuales proyecto urdir una novela fantástica en colaboración. El argumento, ideado por mí y todavía muy esquemático y fragmentado, trata de los medios empleados por los maximalistas para provocar una neurastenia general en todos los habitantes de Buenos Aires y abrir así camino al bolchevikismo. El título -elegido no por su problemática belleza sino en vista del público- es: "El hombre que será Presidente". El medio empleado por los maximalistas es la multiplicación de muchas pequeñas molestias que, insignificantes cada una en sí, carcomerían combinadas los ánimos de todos. Por ejemplo: que los pianos de manubrio no tocasen nunca entera una pieza sino la cortasen por la mitad; que se llenase la ciudad de objetos inútiles, como barómetros, que se aflojasen las varillas de los tranvías donde se agarra la gente, etc... No hay gran peligro de que escribamos jamás esa novela, pero es un útil campo de batallar para las luchas verbales. A veces me parece irrealizable, otras creo que con tal argumento podríamos arquitectar un lindo desatino, estilo de Ramón Gómez de la Serna.

¿Y tú, qué opinas? Contesta "con libertad marginal" como me dices en tu última carta. ¿Te parece un disparate máximo, absoluto, sin redención posible?

En lo referente a los proyectos de Exposición de tu madre lamento verdaderamente tener que daros malas noticias: Hablé de eso con un señor Manuel Rojas Silveyra, amigo de Zubiaurre, y que se ocupa de organizar aquí sus exposiciones y me dijo que no tratándose de firmas universalmente conocidas era inútil esperar ventaja alguna pecuniaria de una Exposición en B. A., que aquí primaban una incomprensión y una diferencia desconsoladora por todo lo que es arte, que toda esa chusma millonaria que rige ahora la República antes quiere ostentar su riqueza gastando en automóviles y en trajes que no en cuadros o en libros...

Hace unos días recibí una carta plañidera y frondosa de Abramowicz que no me dice nada de haber recibido saludos tuyos.

Yo sigo sumergido en la lectura. ¿Sabes que Quevedo fue un formidable ultraísta? Le dedica un poema a un jilguero que comienza: Flor que cantas, flor que vuelas... Y después

Voz pintadas, canto alado
Poco al ver, mucho al oído,
¿Dónde tienes escondido
Tanto instrumento templado?

Y en otra parte lo llama: Laúd de plumas volante...

Contéstame: no me abandones en este destierro abarrotado de arribistas, de jóvenes correctos sin armazón mental y de niñas decorativas. Te abraza furiosamente tu hermano

Jorge Luis BORGES

P.D.: Vaya aquí mi último poemático.

ATARDECER
La vihuela
dormida como un niño en tu regazo
El silencio que vive en los espejos
ha forzado su cárcel
la oscuridad es la sangre
de las cosas heridas
En el poniente pobre
la tarde mutilada
rezó un avemaría de colores.

J.L.B.

Como ves, sigo barajando los ponientes y las etapas del día. […]

¿Y tú, qué tramas literariamente?

Remite muchos saludos de mi parte a los tuyos y a Abramowicz. Dime, ¿te despediste de Alomar, de Pin, y de tu conmovedora y deleitable Paulita?