Jorge Herralde, editor
" Lo peor son algunos colegas"
13 febrero, 2000 01:00La muerte súbita de los libros, la apocalipsis de la superconcentración editorial, la conducta rufianesca de algunos de sus colegas, el ruido mediático, el imperio de la cuenta de resultados, la caza y captura del autor, agentes, críticos, pasión, riesgo, escritores y literatura... Jorge Herralde se las sabe todas. Y habla. Es ya un viejo zorro de la edición, consciente de su prestigio y orgulloso de su independencia. Así que habla. Más aún: no da puntada sin hilo. Han pasado treinta años desde que Herralde montara en Barcelona aquel tinglado para contribuir a la agitación política y cultural de España, que ése fue el punto de partida de Anagrama, y ahora el editor no para de recoger la siembra. Mil ochocientos títulos en su catálogo y ahí sigue: explorador, belicoso, apasionado, tenaz y provisionalmente optimista. Nuestra conversación recorre los distintos garitos de la edición hoy en España y termina así: "Querías que me mojara, pues bien, yo me noto empapado".
-Hay que admitirlo: la suya ha sido una historia, de treinta años ya, cuajada de éxitos, pero, ¿qué cambios fundamentales ha vivido usted en este recorrido?-De entrada haría una enmienda a la totalidad, respecto a los éxitos. En la década de los 70, una década muy dura, abundaron los fracasos comerciales. Y luego tenemos tantísimos autores tan extraordinarios como poco leídos: desde Manganelli, Von Rezzori o Ackerley. El cambio en el mundo de la edición ha sido radical. Antes las editoriales eran independientes y a menudo unipersonales, y el catálogo reflejaba los gustos y, si se quiere, caprichos del editor. Había también mucho amateurismo, para bien o para mal. Primaba la cultura, la literatura, el riesgo. Ahora el terreno está muy colonizado por los grandes grupos y lo que impera es el mercado, la cuenta de resultados, los presupuestos (y el terror de no alcanzarlos) etc. Es decir, ahora prima el negocio, la copia.
Conducta de rufianes
Con frialdad de notario y una palabra irritantemente sosegada, añade Herralde que "antes era impensable que nos quitáramos los autores unos a otros, era una conducta de impresentables, de rufianes. Naturalmente, si un autor no estaba satisfecho con una editorial la dejaba. Ahora es todo lo contrario: la tarea del neoejecutivo avispado es intentar atraer a los autores que otros editores han descubierto y con quienes se sentía a gusto".
-Se está usted poniendo estupendo pero, vayamos por partes, crucemos al otro lado de la frontera y hablemos primero, si le parece, de los lectores, de esos seres casi inexistentes según las últimas encuestas. ¿Tiene usted la impresión de que, efectivamente, leemos tan poco?
-A pesar de los estudios sobre el tema, inevitablemente terroríficos, como el reciente de la SGAE, mi impresión es que se lee más de todo y también más literatura de calidad: si no, Anagrama no existiría. ¿El perfil del lector medio? Me temo que saldría un garabato. No creo que exista el lector medio, o al menos se me escapa: "invoco mi ignorancia", como decía Borges. Sí existe lo que se llama en Francia el "lector fuerte" que lee muchos libros, se entusiasma con algunos y hace de caja de resonancia. Y luego hay lectores o compradores que dependen del ruido mediático, o que no quieren quedarse fuera de las conversaciones sobre el libro de moda de la temporada. Por otro lado, no sé si la edición va tan bien como se dice. Va mejor, claro está, que otros sectores de la cultura. Hace un par de años en un almuerzo de editores con el secretario de Estado, Cortés, éste nos llenó de elogios: nosotros sí que éramos guapos, exportábamos, no éramos unos pedigöeños insaciables como los cineastas, etc. Sin embargo, Cortés, como fundamentalista neoliberal que es, y muy contento de serlo, se quiso cargar el precio fijo del libro, cosa que impidió una contundente respuesta de los editores, a lo Fuenteovejuna.
La abolición del precio fijo -aclara el editor- se reveló catastrófico en Francia, tanto es así que se volvió al mismo al cabo de un año. En Inglaterra los efectos de la abolición han sido también negativos. Pero la doctrina del presunto libre comercio es una doctrina muy doctrinaria, no aprende de la historia, o no le interesa aprender: toma la stock option y corre.
-Todo el mundo se queja del mismo exceso: los cincuenta y tantos mil libros editados al año.¿A usted también le parecen demasiados para un país de escasos lectores?¿Donde está el remedio?
-En efecto es una espiral demente, una huida hacia adelante que el mercado se encarga de castigar con el peligro que entraña depender de tal árbitro.
-Supongo que estas alegrías son posibles gracias a los mercados iberoamericanos. ¿Están los grandes editores españoles dominando Iberoamérica?
-Evidentemente, sólo en España no hay mercado para tal orgía. Las exportaciones de Anagrama oscilan entre el 20 y el 25 por ciento de las ventas globales. La presencia de nuestros libros es extraordinaria en los dos mercados más importantes con diferencia, Argentina y México, y buena en Uruguay y Chile. En los demás países oscila entre aceptable y testimonial.
-¿Es cierto que las tiradas disminuyen cada año? Por ejemplo, ¿cuál es la tirada media de una novedad de Anagrama, y en qué cifra de ejemplares tiene usted establecido que un título es rentable?
-Las tiradas iniciales de Anagrama, las únicas que controlo, aumentan: oscilan entre 4 y 10 mil, con algunas excepciones por arriba. La del último premio Herralde de novela fue de ocho mil ejemplares, ya está en segunda edición. Un excelente resultado para un libro muy literario. Las reediciones ahora son posibles en una semana. En cuanto a las ventas, un libro puede ser un miniéxito con 5.000 ejemplares o con 20.000, según el anticipo pagado, un factor imprescindible para el diagnóstico.Quizá lo más característico de Anagrama sea el elevado número de reediciones, unas doscientas anuales, que indican la vitalidad del catálogo.
La muerte súbita del libro
De la vitalidad pasamos a la muerte en un instante. A la muerte súbita, como la llama decididamente Herralde, de gran parte de los libros publicados ahora en el mundo, porque el diagnóstico parece universal e irremediable. ¿O no?
-Estamos, sí, en la era de la muerte súbita. La vida en librerías se acorta vertiginosamente, no sólo en España, aún más en Estados Unidos. Los libros de Anagrama, por ejemplo, se exponen un par o tres de meses, luego pasan a estar de perfil, en estanterías, y finalmente puede producirse el regreso drástico a los almacenes. Posiblemente hay otros libros que estén aún más castigados.
-Hace algún tiempo, publicó en EL CULTURAL un artículo profético: "la concentración se concentra". Dado que la cosa va a más, ¿cuál sería hoy su "parte de guerra"?
-Mi artículo, más que profético, era una foto polaroid de aquel momento. Como fenómenos recientes, los más espectaculares son la compra de Anaya por el coloso francés Havas, y el acuerdo nada menos que entre Bertelsmann y Planeta para el libro de bolsillo y la venta a crédito, al que quizá sigan acuerdos más amplios. A un nivel comparativamente micro, pero simbólicamente importante, Tusquets ha cambiado de pareja, de Planeta a RBA. Todas ellas, noticias con mucho tam-tam, con muchas hipótesis.
Y añade el editor algo incuestionable: "La concentración tiende a eliminar la diversidad, la exploración, el riesgo: es la apoteosis del mercado, un mercado cautivo, cuya caricatura es el monopolio con sus secuelas inevitables. Al eliminar la competencia, dicta su ley impunemente: beneficio para las empresas y sumisión para la clientela, que debe tragar la papilla precocinada más rentable. En fin, de manual".
-Sigue pensando que es usted el único editor independiente:
-Yo no me tengo por el único editor independiente. Ahí están desde la veterana Pre-Textos hasta la joven Lengua de Trapo o las jovencísimas El Acantilado y Acuarela, además de los sellos de ensayo, Trotta, Kairós, Castalia, Paidós, Icaria, etcétera. Las editoriales independientes, vocacionales, no van a desaparecer. Son muy necesarias, como bien saben los grandes grupos. En cuanto a mi trabajo, está documentado en un catálogo de unos 1.800 títulos. Podría resumirse en la búsqueda de la calidad, la exploración permanente de nuevas voces narrativas y nuevas corrientes de pensamiento y los oportunos, o inoportunos, toques de transgresión. Poniéndome estupendo, tocar el nervio de la época, la editorial como contraseña para lectores inquietos, exploradores.
-¿Donde está la diferencia sustancial entre su editorial y otra grande, Planeta, por ejemplo?
-Imagino que la pregunta es retórica ya que las diferencias son obvias para cualquier conocedor del paisaje. Digamos, para resumir, que, en la relación entre negocio y cultura que constituye la edición, nuestros énfasis son distintos.No podía ser menos: estoy en las antípodas del patriarca Lara, tanto política como editorialmente. Recuerdo que Lara bromeaba a menudo sobre los editores que corrigen galeradas; yo empiezo a ser un corrector competente. Dicho esto, Lara ha construido de la nada un poderosísimo imperio, es decir que "chapeau" empresarial. Y así como con él no he tenido trato, aunque me halagó su persistente interés por Anagrama, he tenido una relación muy cordial con sus dos hijos, José Manuel y el fallecido Fernando.
-Vino primero la la literatura francesa, luego la americana, la italiana, la inglesa. ¿Qué horizonte geográfico otea ahora?
-No tengo patriotismos editoriales, ni tampoco descubro nada: descubrir me parece una palabra un tanto imponente. Sí que intento publicar lo más valioso que va apareciendo en ámbitos diversos. Quizá la literatura más esplendorosa en los últimos años ha sido la angloindia, con Arundhati Roy, Vikram Seth, Salman Rushdie, Gita Mehta y Amitav Ghosh, bien conocidos por los lectores españoles. Mis próximas apuestas en este área son Ardashir Vakil, Pankaj Mishra y Shauna Singh Baldwin.
Lo peor no son los agentes
-Los agentes literarios son ya, también aquí, uno de los palos del sombrajo de esta industria. ¿Son necesarios?
-El asunto de los agentes literarios es un tema de seminario, aunque tengo una excelente relación con la mayoría de los agentes anglosajones, y tampoco es mala y a menudo buena con los españoles, o las españolas, para ser exactos. Por otra parte, el trípode de los anticipos está formado por agentes, autores y editores. Y estoy de acuerdo con mi buen amigo Mario Muchnik: lo peor no son los autores, ni siquiera los agentes -y que el Dios de la edición me perdone-, sino algunos queridos colegas.
Piensa Herralde que hay actuaciones irresponsables que dañan el ecosistema de la creación literaria y de la edición. Algún gran grupo -dice- ahora ya no sólo persigue a escritores más o menos cuajados, sino directamente alevines. Hace pocos días, una ex venerable editorial, filial de Planeta, empezó a perseguir, con constancia, a un joven autor con sólo una obra publicada, con éxito de crítica y ventas nada espectaculares, ofreciéndole prácticamente un cheque en blanco por sus futuros libros no escritos, con el consiguiente sobresalto. Me recuerda un poco la pesca de los bebés chanquetes o la pesca con dinamita... Hace unos días, en una entrevista, el modista Antonio Miró se lamentaba de la copia descarada de sus modelos por parte de Zara. Hay editores que prefieren seguir el modelo Zara, como metáfora, que invertir un duro en descubrir autores.
-Fue usted uno de los principales responsables de la llamada nueva narrativa española: no creerá que todo lo que se publica al amparo de esa etiqueta es bueno, ¿verdad?
-Los falsos prestigios proliferan en el mundo de la edición y quizá también de la filatelia. En cualquier caso, duran poco: si ya Marx dijo que "todo lo sólido se desvanece en el aire", imagínate los soufflés de temporada. Ahora está como bien visto hablar mal de la nueva narrativa que surgió en los 80. Por mi parte, prefiero hablar de aquellos nombres que, sin alharacas ni gorgoritos, van ganando un culto creciente. Por ejemplo, Chirbes, Vila-Matas, Zarraluki o Gopegui, por limitarme sólo a algunos autores de Anagrama, a jóvenes maestros.
Hablamos ahora de deserciones y fidelidades y suelta Herralde que "las fidelidades con F mayúscula, con F fundamentalista están de baja", y me acuerdo de Javier Marías, al que Anagrama convirtió en un verdadero fenómeno literario. Ahora, con la distancia que da el tiempo, ¿cuáles fueron las verdaderas razones de su ruptura con Anagrama y con usted?
-Javier Marías está fuera de nuestro catálogo y, en lo posible, de mi conversación.
Está bien. Cuenta Jorge Herralde que su editorial recibe más de mil originales al año no solicitados y que, pese a tal inundación, los autores desconocidos suelen tener razonables esperanzas de ser leídos, incluso editados, "así lo demuestra la larga lista de inéditos que hemos publicado. Desde Martínez de Pisón hace 15 años hasta Pablo J. d’Ors anteayer, pasando por Rafael Chirbes, Paloma Díaz-Mas, Belén Gopegui, Marcos Giralt Torrente, Eloy Tizón y muchos otros". Explica también que lee con bolígrafo los manuscritos que van a publicar, que aconseja a favor del libro y del autor y que casi siempre el diálogo funciona. Respecto al filtro, "es el habitual en las editoriales", dice. "Un lector, en nuestro caso una colaboradora de muchos años, da un primer vistazo al manuscrito, y si atisba que el autor puede ser anagramatizado se pasa a un lector que lo lee íntegramente y hace un informe, a veces otro lector hace un segundo informe. Conforme va saltando las vallas, llega hasta la última, la mía".
Canon superstar
-Dígame, por último, y como lector, no como editor, cuál es su canon.
-El canon es cosa de críticos, de críticos superstars. Pero, para contestarte de alguna manera, los autores que han tenido más importancia en mi juventud fueron Sartre y Kafka. Entre mis preferidos, pongamos Nabokov y Borges, nombres obvios, y menos obvio Gombrowicz.
-Ya que ha mencionado a los críticos, defínamelos: en general, la crítica es más amiga que imparcial, más sabia que vengativa, más justa que maniquea?
-La crítica acostumbra estar a favor de los excelentes autores que publicamos. Debido a ello, suelen leerlos con interés, aunque sean des- conocidos, porque en ocasiones anteriores se han visto literariamente recompensados. En cuanto a la valoración de los críticos, el abanico coincide bastante con la de los "españoles todos": de excelentes a pésimos, de demasiado amigos a vengativos. También hay peculiaridades que pueden provocar derrapajes, como los varios grupos mediáticos que a su vez controlan editoriales, o los periódicos plagados de columnistas que son también escritores y que cuando publican sus libros colonizan el suplemento de turno. Pero en conjunto mi valoración es positiva. ¿No me crees?
A pies juntillas.