Image: Isabel Allende

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Letras

Isabel Allende

"Siempre hubo mujeres de vanguardia que desafiaron su tiempo"

18 octubre, 2000 02:00

Con sueños, mucha imaginación, algunos episodios de la más sangrienta historia de Chile y amor, y aventuras, y sexo, y muerte, Isabel Allende ha cocinado uno de esos libros llamados a ser un best seller en todo el mundo antes incluso de aparecer. También después. Se titula Retrato en sepia (Areté) y es algo más, bastante más, que la segunda parte de Hija de la fortuna. De hecho, enlaza con su primera gran novela, La casa de los espíritus, recupera personajes como Eliza Sommers, y crea algunos inolvidables, como Nívea del Valle. Mientras aguarda la inevitable avalancha de entrevistas, Isabel Allende se refugia en su casa de Sausalito, San Francisco, antes de viajar a Madrid. Se confiesa cansada y expectante. "Al terminar un libro me siento siempre agotada y muerta de miedo, porque pienso que lo he escrito en trance y la experiencia no volverá a repetirse. Cada libro es un regalo para mí".

Dedicada a Carmen Balcells y Ramón Huidobro, "dos leones nacidos el mismo día y vivos para siempre", la novela está además arropada por unos versos de Neruda -"Por eso tengo que volver/ a tantos sitios venideros/ para encontrarme conmigo// sin más tarea que existir,/ sin más familia que el camino"- que iluminan su sentido. Porque de familia y de caminos que se cruzan y se pierden para reaparecer después, están cuajadas las páginas del libro.

-Retrato en sepia es la segunda parte de Hija de la fortuna... Me gustaría que nos contase cómo y por qué nació la trilogía, y que nos anticipase algo de la tercera parte... ¿Quién será la protagonista, acaso una de las hijas de Nívea...?
-A pesar de que Retrato en sepia es la historia de una nieta de Eliza y Tao Chi’en, no se trata exactamente de la segunda parte de Hija de la fortuna, puesto que puede leerse en forma independiente. La idea de escribir sobre Chile durante el siglo XIX había estado en mi mente por algunos años. Es una época fascinante: tuvimos varias guerras y una sangrienta revolución; gran parte del carácter nacional se formó en aquella época. Las atrocidades que en los años setenta y ochenta cometieron los militares en Chile bajo las órdenes del general Pinochet, tienen antecedentes históricos. Cuando se publicó Hija de la fortuna, mucha gente me pidió que escribiera una segunda parte, porque quedaron con deseos de saber más sobre los protagonistas. Aproveché algunos de los personajes de esa novela para Retrato en sepia. La tercera parte de esta trilogía ya está escrita: es La casa de los espíritus. Severo y Nívea del Valle son los padres de Clara y Rosa en mi primera novela.

El amor y otros fantasmas

-Quizá lo que más llame la atención del libro sean los extraordinarios personajes femeninos. ¿No son Eliza Sommer primero o Paulina del Valle o Nívea ahora mujeres muy de este siglo... y no del pasado? ¿Por qué los personajes masculinos del libro son tan débiles, casi desdibujados, con la excepción de Tao Chi’en o Severo, y tan poderosos los femeninos?
-La idea de que las mujeres fuertes sólo pueden existir en nuestra época es errónea. Siempre hubo mujeres de vanguardia que desafiaron las normas y convenciones de su tiempo. Por supuesto, me interesan mucho más que las pálidas heroínas de las novelas románticas, por eso Paulina, Eliza, Aurora, Nívea, son mujeres fuertes. Los hombres también lo son: Además de Tao Chi’en y Severo del Valle están Frederick Williams y el doctor Iván Radovic, también otros personajes masculinos que ejercen influencia negativa, como el padre y el marido de Aurora. En general en mis libros las mujeres tienen papeles protagónicos, tal vez porque me identifico mejor con ellas.

-Tanto Paulina como Eliza lo dejan todo por amor. También la hija de ésta, Lynn, y su nieta, Aurora, se enamoran de una quimera y acaban pagándolo... ¿es inevitable? ¿De qué manera el amor lo condiciona todo en sus personajes? ¿Por qué están tan unidos en su obra amor y muerte?
-Respecto al hecho de que las mujeres se enamoran como tontas y en el proceso pierden la cabeza y casi todo lo demás, no creo que en la vida real sea inevitable, pero como esa ha sido mi experiencia, tiendo a castigar a mis protagonistas con ese duro destino. ¡Ay, el amor! ¡Cuántos trabajos y lágrimas cuesta! Pero ¿quién quiere vivir sin amor?
»El amor y la muerte son los faros que iluminan nuestro viaje por las aguas tormentosas de la vida. El primero nos obliga a navegar hacia adelante, aunque sea en aguas tormentosas y en la oscuridad. La segunda es el último puerto, hacia donde todos vamos. Sin el impulso del amor y la finalidad de la muerte ¿quién quiere escribir novelas? ¿para qué?

Mujeres con carácter

-Hay en el libro personajes espléndidos, como Paulina o Nívea... madre de quince hijos, sufragista y enamorada, que sabe que se casará con el hombre al que ama y que morirán juntos en un accidente... ¿Cuál es su favorito y por qué?
-Nívea es mi personaje favorito en Retrato en sepia, tal como Tao Chi’en lo es en Hija de la fortuna y Clara del Valle en La casa de los espíritus. Todos estos personajes tienen una dimensión espiritual, son desprendidos de lo material, tienen una visión amplia de la vida, son generosos. Son gente buena, por eso me gustan; además ninguno calza dentro de los marcos convencionales de su tiempo, por eso los necesito en las novelas.

-¿Qué papel desempeñan en esta obra la magia y los sueños?
-Hay muy poco -nada, casi- de magia en Retrato en sepia, pero los sueños son fundamentales. La protagonista, Aurora, ha perdido la memoria de sus primeros cinco años debido a un trauma terrible. En sus pesadillas recurrentes revive ese episodio sin poder descifrarlo o comprenderlo. Esos sueños determinan su personalidad y muchas de sus acciones.

Agotada y muerta de miedo

-Retrato en sepia está cuajado de historias cuyo hilo a veces se pierde para reencontrarlo después, y de alguna manera acaba en círculo, pues la reaparición sorprendente de Eliza explica los cabos sueltos... ¿de qué manera el relato se ha apoderado de la trama, tenía perfectamente estructurada la novela o los personajes la han ido transformando?, ¿cómo ha sido el proceso de creación, con qué ritmos y sorpresas?
-No escribo con un guión o una idea preconcebida. Cuando empiezo la primera frase no tengo idea para dónde voy, pero confío en que por el camino irán apareciendo personajes que me contarán sus vidas. Mi trabajo consiste en sentarme ocho o diez horas al día, con infinita paciencia, frente a mi computadora, para permitir a esos personajes que se manifiesten en toda su complejidad. Ellos determinan el ritmo, la orientación y el desenlace de la historia, siempre me sorprenden. Al terminar un libro me siento siempre agotada y muerta de miedo, porque pienso que lo he escrito en trance y la experiencia no volverá a repetirse. Cada libro es un regalo para mí. No controlo el proceso ni el resultado: la novela se posesiona de mí.

-Mientras que en la entrega anterior el telón de fondo era California y la fiebre del oro, en la trama aparecen algunos episodios dramáticos de la historia de Chile, como la Guerra del Pacífico o la guerra civil, ¿cómo condicionan a los personajes?
-Tal como expliqué en la primera pregunta, deseaba contar la historia de Chile. Los personajes empiezan en California, pero dos terceras partes del libro ocurren en Chile. Los eventos históricos de Chile en la segunda mitad del siglo XIX condicionan las vidas de los personajes de muchas maneras, desde la pérdida de una pierna en el caso de Severo del Valle, hasta la inquietud social y política de Nívea y más tarde de Aurora.

-"Lo único que tenemos a plenitud es la memoria que hemos tejido", escribe al final del libro Aurora, que también reconoce que "el tono para contar mi vida se ajusta al sepia". ¿Cuál sería el que más se ajustase a su vida?
-Cada uno crea su propia leyenda. En mi caso he procurado contar mi vida en tecnicolor, pantalla gigante y sonido estereofónico. Soy una incorregible exagerada: deseo que mi vida tenga una dimensión épica.

Retrato en sepia

1862-1880

La novela arranca en 1880, un martes de otoño. La protagonista de la novela, Aurora del Valle, nace en San Francisco en casa de sus abuelos maternos, Eliza Sommers y Tao Chi’en -protagonistas de Hija de la fortuna. Desde el principio, muestra sus cartas:

"He venido a saber los detalles de mi nacimiento bastante tarde, pero peor habría sido no haberlos descubierto nunca: podrían haberse perdido para siempre [...] Hay tantos secretos en mi familia, que tal vez no me alcance el tiempo para despejarlos todos: la verdad es fugaz, lavada por torrentes".

Por que de eso se trata, de narrar su historia, una historia que se enreda con la de Chile y la de un buen puñado de personajes mágicos.

Para empezar, retrocede a 1862 para contar la historia de la inmensa cama florentina que Paulina del Valle, la abuela paterna de Aurora, encargó para afrentar a la amante de su esposo, Amanda Lowell, una escocesa "comestible, de carnes lechosas, ojos de espinaca y sabor de durazno" que marcaba con rayas, una por amante, su lecho.

Desengañada de la fiebre del oro de su marido, Feliciano, con el que huyó siendo muy joven, Paulina ha forjado una fortuna gracias al transporte de productos frescos. Por pudor ya no comparten el lecho, porque ha perdido la batalla contra su cuerpo -"los senos y la barriga eran un solo promontorio de monseñor"- y, como consuelo, se refugia en la pastelería de Eliza, donde su sobrino Severo, de apenas siete años, conocerá a Lynn, la hija de Eliza y de Tao Chi’en, cuyo amor describe así la autora:

"La pasión que los unía [...] y que alimentaban con extraordinario cuidado, los sostuvo y protegió en los momentos inevitables de adversidad. Con el tiempo, fueron acomodándose en la ternura y la risa, dejaron de explorar las doscientas veintidós maneras de hacer el amor porque [...] ya no era necesario sorprenderse".

Tras esa primera estancia en San Francisco, un Severo del Valle "hecho y derecho, con las nobles facciones de sus antepasados españoles, la contextura flexible de un torero andaluz y el aire ascético de un seminarista"

es enviado a San Francisco para interrumpir sus coqueteos con los ambientes liberales de la ciudad. A pesar de su pasión infantil por Lynn Sommers, está comprometido desde niño con su prima Nívea, sufragista culta e independiente que sabe, como buena discípula de sor María Escapulario, que Dios te dio cerebro para usarlo; pero te advierto que el camino de la rebelión está poblado de peligros y dolores, se requiere mucho valor para recorrerlo"

Quizá por eso comparte con Severo sus preocupaciones políticas y sociales y le ama contra el tiempo y las certezas. Porque cuando Martín, el primogénito calavera de Paulina, seduzca y deje embarazada a Lynn -la joven más bella de San Francisco-, se casará con ella y le dará su apellido al bebé... Pero Lynn muere en el parto y Severo regresa a Chile para luchar en la Guerra del Pacífico. Al saber del nacimiento de su nieta, Paulina intenta lograr su custodia en vano: por vez primera "le había fallado su mejor herramienta: la habilidad para regatear como mercader árabe, que tanto éxito le había aportado en otros aspectos de su vida. Por ambicionar demasiado, lo había perdido todo".

1880-1896

"Nadie se dio el trabajo de explicarme por qué de pronto mi vida daba un vuelco dramático" recuerda ahora, a sus treinta años, Aurora. Está "sin marido" y es "poco menos que un esperpento". Ni soltera ni viuda ni divorciada,

"vivo en el limbo de las ‘separadas’, donde van a parar las infortunadas que prefieren el escarnio público a vivir con un hombre que no aman".

No importa. Prefiere no dejar Chile y seguir retratando sus gentes y paisajes gracias a la fotografía, con la que logra "esa combinación de verdad y belleza que se llama arte. Esa búsqueda es sobre todo espititual. Busco verdad y belleza en una hoja de otoño [...] Algunas veces, al trabajar con una imagen en mi cuarto oscuro, aparece el alma de una persona."

La segunda parte de la novela regresa a 1880, al momento en el que Eliza se presenta con la niña en la mansión de Paulina, que acaba de enviudar de Feliciano. Eliza también ha perdido a Tao Chi’en. Viene a dejarle a la niña y renuncia a verla mientras Paulina viva, por lo que sólo volverá al final de la novela, para iluminar los traumas de Aurora, acosada desde niña en sueños por una banda en piyamas negros.

Mientras, Severo del Valle regresa a un Chile en guerra, y se reencuentra al fin con Nívea, informada por Williams, el mayordomo de Paulina, de la muerte de Lynn. La joven le consuela pero deja muy claro sus intenciones:

"¿quién te dijo que deseo ser feliz, Severo? Es el último adjetivo que emplearía para definir el futuro al cual aspiro. Quiero una vida interesante, aventurera, diferente, apasionada, en fin, cualquier cosa antes que feliz".

Además, Nívea cree que la guerra "es un asunto demasiado serio para entregárselo a los militares". Tal vez por ello, la autora logra páginas espléndidas al narrar batallas y miserias. Por ejemplo, en el episodio en el que Severo sufre la amputación de una pierna. Debe aprender a sobrevivir, pero cuenta con la ayuda de Nívea, que le convence para que se casen. Como "tenía veinte años, un corazón apasionado y buena memoria", cada noche, aprovechando el sueño de la monja que vela al enfermo, se desliza en su habitación y pone en práctica lo aprendido en la biblioteca erótica de su tío. Y queda embarazada por primera vez... (le esperan catorce más).

También Paulina y Aurora regresan a Chile, pero no viajan solas. Frederick Williams, el mayordomo, las acompañará fingiendo ser el marido de la abuela. Allí Aurora pasa por colegios de monjas donde

"la sumisión y la fealdad imperaban y el objetivo final consistía en darnos algo de instrucción para que no fuéramos totalmente ignorantes [...] Nos metían miedo a Dios, al diablo, a todos los adultos, [....], a nuestros propios pensamientos y deseos, miedo al miedo" pero en el caso de Aurora, en vano. Tanto que su abuela contrata a Matilde Pineda, que la enseñará "a no creer a ciegas, a dudar".

Al tiempo que Aurora llega a la pubertad, estalla en Chile la revolución y "una guerra civil espantosa" tras el golpe del presidente Balmazeda. Se trata de uno de los episodios más vigorosos de la novela, puesto que tanto Nívea como Marina o el propio Williams utilizan la mansión de Paulina como imprenta ilegal de pasquines revolucionarios. Cuando las fuerzas reaccionarias están cerca de descubrirles, se refugian en la mansión de los tíos Del Valle. Severo, mientras, lucha en las montañas. Tras el saqueo de Santiago acaba la tragedia.

Reaparece el padre de Aurora, Matías, pero para morir. Del apuesto seductor apenas queda nada,

"un esqueleto cubierto por un pellejo de culebra, tenía los ojos vidriosos hundidos en las órbitas y las mejillas tan delgadas [...] Parecía un viejito desconcertado y triste".

Con su padre agonizante, Aurora recupera al fin su pasado. Además, a los trece años, recibe el regalo que cambia su vida: Severo le regala una cámara fotográfica.

1896-1910

La tercera y última parte de la novela nos lleva a la clínica inglesa del doctor Hobbs, en donde Paulina intenta curarse de un tumor gastrointestinal. Allí Aurora conocerá a Ivan Rádovic, médico chileno con aspecto de Gengis Khan, clave en su futuro. Paulina sobrevive y para acabar de recuperarse viajan a París, donde visitarán los talleres de Cezanne, Sisley, Degas, Monet, en los que la abuela se surte de obras maestras que provocan la hilaridad en Chile, donde nadie apreciará "los cielos centrífugos de Van Gogh".

Y así pasa el año. El día de la Fiesta de la Independencia chilena, en el baile de la Embajada, Aurora conoce a Diego Domínguez, un "pretendiente potencialmente admirable, hijo de gente conocida, seguramente rico, con impecables modales y hasta guapo [...] irradiaba salud y fuerza, tenía el rostro agradable, ojos azules y un porte viril."

Pertenece a una antigua dinastía de terratenientes del sur, de los que "nacían, crecían y morían en el campo" y provoca en la joven el mismo efecto que Feliciano en Paulina, que Joaquín Murieta en Eliza, o que Matías en Lynn: se enamora sin remedio. Pero es pronto para saber de amores prohibidos, de engaños y mentiras. Ahora ella "apenas podía creer el milagro de que se hubiera fijado en mí". Como descubrirá al poco de casarse con él y regresar a Chile, más que milagro era espejismo pues "se casó conmigo por pereza y conveniencia". Por cierto, en el barco que la lleva a su nuevo hogar, en casa de los Domínguez, se reencuentra con Gengis Khan, es decir, con Rádovic, con quien alcanzará al fin la felicidad, ya que "el hecho de no estar casados facilita el buen amor", pero mientras, se consuela de la traición de su marido con la fotografía.

Cuando la salud de Paulina decline definitivamente, su nieta regresa a Santiago, donde vuelve a tratar a Nívea, futura madre de Clara, "la más extraña de las criaturas nacidas en este estrafalario clan Del Valle", y de Rosa, "una criatura de mar con sus ojos amarillos y su pelo verde", que serán las protagonistas de La casa de los espíritus.

Aurora no volverá jamás con su marido ni abandonará Chile. Habrá más sangre, y más vida, y más amor y más muerte. Es el final, cuando "lo único que tenemos a plenitud es la memoria que hemos tejido. Cada uno escoge el tono para contar su propia historia; quisiera optar por la claridad durable de una impresión en platino, pero nada en mi destino posee esa luminosa cualidad. Vivo entre difusos matices, velados misterios, incertidumbres; el tono para contar mi vida se ajusta más al retrato en sepia..."