Dientes blancos
ZADIE SMITH
10 octubre, 2001 02:00La publicación de Dientes blancos supuso un terremoto en el panorama literario británico de una intensidad inusitada. ¿Motivos? Los 50 millones de pesetas pagados por la primera novela de una joven de apenas veintidós años, hija de jamaicana e inglés. La novela se inicia allí donde terminaba la magnifica ópera Flotante de John Barth: con un intento frustrado de suicidio. Si Toddy Andrew había entendido que “No hay razón para vivir (o para suicidarse)”, el protagonista de Dientes blancos, Archie, se ilusiona pensando que “por primera vez desde que había venido al mundo, la vida había dicho sí a Archie Jones”. Alfred Archibald Jones, Archie, es un trabajador que, en el nuevo año londinense de 1975, intenta matarse tras un desafortunado matrimonio.
Conoce casualmente a Clara, una hermosa jamaicana a la que le faltan las dos “paletas” centrales superiores y, a pesar de que Archie ha superado con creces la cuarentena y Clara todavía no llega a los 20, deciden casarse. Se instalan en uno de los barrios del norte de Londres, cerca de donde vive Samad Iqbal, un musulmán de origen bengalí que es camarero en un restaurante hindú y está casado con Alsana, también mucho más joven que él. Archie y Clara tienen una hija, Irie, que significa en jamaicano “sin problemas”, aunque problemas son lo que provoca la joven. Samad y Alsana tienen gemelos, Millat y Magid. El primero se radicalizará en torno al extremismo religioso, y Magid defenderá los valores occidentales.
La novela, galardonada con premios como el Whitebread y el Guardian, tiene un valor literario innegable. Smith sabe construir personajes atractivos, juega con el tiempo y el espacio, y su estilo, pese a la traducción, resulta sumamente atractivo. Obviamente, el más importante de todos los temas que trata es el racial. Smith aborda con exquisita sutileza la segregación y la asimilación, el racismo y la tolerancia... Pero también los conflictos generacionales, los problemas conyugales, los nuevos modelos sociales... Todo parece tener cabida en esta ambiciosa novela, y tal vez por ello el lector llega a sentirse abrumado, sin llegar a entender el objetivo de la autora.
Pero estos pasajes no logran hacer olvidar la fuerza de las dos primeras secciones, escritas con la maestría de quien parece llevar décadas zambullida en el universo de las letras. Hace poco afirmaba, a propósito de Ishiguro, que buena parte de la literatura británica de calidad la escribían autores de distinta procedencia étnica. Pues bien, a los nombres citados se debe añadir ya el de Zadie Smith en un puesto de honor.