Tolstói y Gorki en Yásnaia Poliana en 1900

Tolstói y Gorki en Yásnaia Poliana en 1900

Letras

Diarios (1847-1894)

Lev Tolstói

14 noviembre, 2002 01:00

Lev Tolstói

Traducción de Selma Ancira. Acantilado. Barcelona, 2002. 504 págs. 27 €

La obra literaria de Tolstói, desde las grandes novelas como Resurrección, Ana Karénnina o Guerra y paz, pasando por relatos como La sonata a Kreutzer o el insuperable La muerte de Ivan Ilich, y los ensayos morales y artísticos, están precedidos, acompañados y superados en el tiempo por la escritura ininterrumpida de sesenta años de diario.

Ese inmenso material, hecho de anotaciones y fragmentos fechados, se reunió en trece de los noventa tomos de la edición de las Obras Completas en ruso. De carácter íntimo y familiar, pero también reflexivo, documental y metaliterario, el diario de Tolstói cubre casi toda una vida, aunque se puede completar la información respecto de los primeros años con la trilogía autobiográfica Infancia, Adolescencia y Juventud. Selma Ancira ha editado en un volumen impecable una amplia selección de los diarios, desde las primeras anotaciones del año 47 hasta el comienzo de la última década de la vida del escritor, material que queda reservado para un segundo volumen cuya publicación, a mi juicio, no debería demorarse. La traductora confiesa que ha conservado la mayor parte de los pasajes relacionados con el Tolstói escritor, con su pensamiento, con su visión de los problemas sociales, de la educación y de la religión, pero también lo relativo a su vida afectiva, familiar e incluso sexual.

Tolstói es uno de los escritores más biografiados, aunque eso no nos garantice ninguna clase de verdad. Aprendices de poeta como Bunín, Chéjov o Rilke fueron en peregrinación hasta Iasnaia Poliana, pero apenas pudieron entrever el misterio. Contamos con una larga serie de conjeturas sobre su obra.

“El conde León Tolstói (1828-1910) era un hombre robusto de alma inquieta, que vivió toda su vida desgarrado entre su temperamento sensual y su conciencia hipersensible”. Con estas certeras palabras comienza Nabokov su lección sobre el más admirado de los maestros de la prosa rusa. Con demasiada frecuencia se ha buscado en su personalidad los principios de una racionalidad artística que desborda los estrechos límites una subjetividad meramente intuida. En un progresivo desplazamiento desde lo conocido a lo ignoto, el diario muestra los indicios del fracaso personal de un ser contradictorio y extremo, dispuesto en teoría a emprender cualquier reforma, empezando por la de su espíritu.

El 6 de octubre de 1863 escribe: “Estoy terriblemente descontento conmigo mismo. Me tambaleo, me tambaleo en la montaña de la muerte y apenas siento en mi la fuerza para detenerme. Y no quiero la muerte, quiero y amo la inmortalidad”. La lectura del diario nos permite acercarnos a ese yo autobiográfico, que es siempre otro, asistir al desarrollo de una comedia llena de altibajos, idas y vueltas por un viaje interior cuya última estación ansiamos conocer, aunque tampoco nos vaya a desvelar lo verdaderamente decisivo.

Como ha mostrado A. Cavallari en La fuga de Tolstói (Península, 1997), el mayor obstáculo para la comprensión, en el caso del novelista ruso, se encuentra en el carácter omnímodo que adquiere en su vida la escritura y con ella la obsesión malsana por la verdad. Imposibilitado para vivir con espontaneidad el instante, siempre mediado por la escritura, el polígrafo contempla horrorizado la metástasis imparable que se extiende por esa vía a todos los ámbitos de la realidad, especialmente a las relaciones humanas. Será demasiado tarde cuando descubra que la escritura puede sofocar la vida real a fuerza de fijarla en palabras “verdaderas” que pronto serán convertidas en públicas.