Image: La silla del águila

Image: La silla del águila

Letras

La silla del águila

Carlos Fuentes

22 mayo, 2003 02:00

Carlos Fuentes, por Gusi Bejer

Alfaguara. Madrid, 2003. 376 páginas, 16,50 euros

Obedeciendo al ya conocido hábito de ensayar en sus novelas diferentes modalidades de estructura compositiva, Carlos Fuentes se ha decidido en esta ocasión por la novela epistolar. Y, entre la variante del epistológrafo único -que hallamos en La incógnita, de Galdós, o en La novela de Don Sandalio, jugador de ajedrez, de Unamuno- y la que mezcla cartas de distintos personajes, el escritor mexi- cano ha optado por esta última, que facilita la presencia de más voces en el discurso narrativo y ofrece una realidad fragmentada, poliédrica y repleta de perspectivas diversas, cuyas líneas maestras deberá reconstruir el lector. En este sentido, el modelo estructural que planea sobre La Silla del águila es Les liaisons dangereuses, de Choderlos de Laclos, y hasta la omnipresente y manipuladora María del Rosario Galván que Fuentes perfila en su novela tiene mucho de la intrigante marquesa de Merteuil, de igual modo que en el joven y ambicioso Nicolás Valdivia pueden advertirse rasgos del Valmont de Laclos. La novela francesa constituye un descenso a los instintos más depravados del ser humano, aquellos que envilecen el sentimiento amoroso y pisotean cualquier virtud; Carlos Fuentes ha enfocado una lente similar hacia el afán desmedido de poder y la utilización de la política para satisfacer las propias ambiciones. Y todo ello, claro está, inscrito, como el resto de la obra del autor, en la realidad de México, en este caso trasladada a un futuro cercano: el año 2020. No parecía necesario este desplazamiento, y acaso ni siquiera haber fijado una fecha concreta para las acciones narradas, pero no es la primera vez que el escritor acude a este recurso. En la novela Cristóbal Nonato, publicada en 1987, los hechos se situaban en 1992, cuando, según el relato, comenzaban a percibirse fisuras en la férrea armazón del todopoderoso PRI.

Varios elementos presentes en las obras anteriores de Carlos Fuentes resurgen aquí con faz renovada: la visión negativa de la política mexicana, la idea de retorno incesante de las situaciones, el poder corruptor, incluso cierta tendencia al uso de símbolos. La pareja de gemelos que eleva casi a construcción alegórica Cristóbal Nonato tiene aquí su equivalencia en el niño con síndrome de Down cuyo monólogo cierra la novela, abandonado por unos padres que pretendieron antaño contribuir a la creación de un México nuevo para desviarse más tarde de aquellas ilusiones y centrarse en el logro a toda costa del poder.

Porque, en efecto, ninguno de los individuos de esta amplia galería de retratos que contiene la novela parece preocupado por el bienestar del pueblo, sino por el propio beneficio. Como se afirma de cierto secretario de Estado para la Vivienda, "sólo ha construido una casa: la suya" (pág. 45). Pero lo que confiere riqueza narrativa a la novela es la multiplicación de perspectivas, los puntos de vista dispares, las informaciones contradictorias, emanadas a veces del mismo personaje, en función de la índole del destinatario. La tenebrosa red de intereses, mentiras, ocultos rencores, venganzas largamente acariciadas, misterios utilizados para el chantaje y la extorsión, traiciones y asesinatos políticos lleva al lector de sorpresa en sorpresa. Cada personaje, muy precisamente delineado, va descubriendo facetas diferentes en su conducta y hasta en su habla, que exhibe una notable variedad de registros lingöísticos convertidos también en elementos caracterizadores y no rehúye los juegos de palabras: "No les hagas caso a los salvadores demagógicos, nuestros Mahatma Propagandi. Pero cuídate de nuestros represores bufos, nuestros Robespierrot" (pág. 247). De todo este friso de personajes destacan la gélida y calculadora María del Rosario Galván y el ambicioso Nicolás Valdivia, cuya historia merecería un relato por sí sola. Pero los demás, de aparición menos frecuente, no están menos acabadamente dibujados: el brutal Cícero Arruza, el sutil Tácito de la Canal, el enigmático Mondragón von Bertrab y otros permanecen con nitidez en la memoria del lector gracias, sobre todo, a su espléndida caracterización verbal, que permite disculpar algunas digresiones excesivas.

Y sobre todas estas cartas se extiende una visión crítica y desoladora de la política ("el arte de la política es la forma más baja de todas las artes", pág. 248; "todo político tiene que ser hipócrita", pág. 15), del poder, que "da una sensación irremediable de impunidad" (pág. 236), de la corrupción, un aceite que "lubrica el sistema" (pág. 255), y de la vida pública en México, donde "todo pensamiento es un contrabando" (pág. 248). Novela de lectura absolutamente recomendable.