Image: Jamás saldré vivo de este mundo

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Letras

Jamás saldré vivo de este mundo

Benjamín Prado

10 julio, 2003 02:00

Benjamín Prado. Foto: M.R.

Alfaguara. Madrid, 2003. 272 páginas, 16 euros

Toma su título el nuevo libro de Benjamín Prado de uno de sus nueve relatos, pero bien podría llevar un rótulo que no se correspondiera con ninguno de ellos.

No estamos ante una simple colección de cuentos dispersos, sino frente a un conjunto de piezas que responden a un estímulo principal y básico, aunque, eso sí, se desarrolle mediante técnicas y anécdotas muy variadas. La idea nuclear del volumen podría formularse algo así como lo sorprendente que es la vida. En varios de los textos, a alguien le ocurre algo inesperado que tuerce o determina el rumbo de su existencia. Tanta fuerza tiene esta idea que se convierte en motivo central de "Mi día de suerte", cuya protagonista se explaya sobre las consecuencias de un accidente en el tren. Es ésta una percepción del mundo que Prado había planteado en obras anteriores, y que ahora retoma para modularla mediante la gran flexibilidad argumental y formal que permite el cuento. De ahí que las piezas se ambienten en una geografía muy dispersa, distintos lugares de España y de América, y con diferente grado de concretización, de lo costumbrista a lo fantástico.

De ahí proceden también las otras abundantes pruebas de la diversidad de estos relatos. El que los asuntos se aborden bajo prismas tan alejados como una ironía sutil o un intenso dramatismo. O que la forma admita la narración oral, la metáfora, el punto de vista omnisciente y la exposición en primera persona. O, en fin, que esta literatura de fondo existencial, y muy cercana en varios casos al documento de época, se permita un intenso juego literario. Los novelistas Javier Marías y Juan Marsé se incorporan con sus propios nombres a un par de relatos y otros dos escritores, Almudena Grandes y Vila-Matas, tienen algo que ver en sendas piezas, según se explica en una nota final.

Este culturalismo, que es ya una marca de la casa Prado, no siempre resulta pertinente ("Las banderas son para los idiotas" ganaría mucho en la concentración requerida por el relato corto si se eliminara la presencia pegadiza de Marsé), pero tampoco estorba mucho, pues no distrae demasiado al autor de esa pasión suya por detectar y glosar las paradojas consustanciales a la realidad. Para desarrollar esta inquietud, Prado pone en juego historias con fuerte carga argumental.

Este es un mérito básico del libro. Interesa, en una primera instancia, por lo que cuenta. No en todos los casos en la misma medida, pero sí en los más notables. Así en "Hay que matar a Roco", peripecia entreverada de onirismo en la que palpita uno de los motivos básicos del conjunto, la soledad. O en "La epidemia", cuya historia, ceñida a la relación ocasional de una pareja, se asoma a los misterios de la comunicación humana y concluye con uno de esos desenlaces inesperados, además de hondamente poético, que de siempre se han tenido como piedra de toque del cuento. También en "Todo lo que vio Alberto", donde una joven se aleja de su prometido al tener una revelación iluminadora.

Otros cuentos más destacan por esta relevancia de lo argumental, y, entre ellos, el ya mencionado del título, tal vez el mejor del conjunto, con andadura de novela corta, adornado con ese acierto capital no fácilmente explicable que consiste en tener la medida exacta. Arranca con la sucinta anotación de un hecho decisivo en el porvenir de alguien. Un emigrante pobre, ratero de poca monta, cree engatusar a una joven rica y guapa. Con la cuerda que ella le da teje a la vez la imprevista red de una venganza ritual. Dicho así podría parecer la recreación de un episodio de actualidad periodística, pero Prado lo convierte en un texto complejo de densidad trágica.

Humor y drama, realidad y aprensiones, cotidianeidad y absurdo, esperanza y tristeza, felicidad y dolor, culpa y redención, paraíso e infierno... se entremezclan en estos interesantes y logrados relatos que además destilan una filosofía algo sentenciosa: "hay dos clases de personas, las que temen lo que desean y las que desean lo que temen"; algunos "cuando más rápido corren es cuando corren hacia su destrucción"; "la vida, esa mezcla de química y estupor"... Se trata también de otra marca de la misma casa Prado, que, sin abusar de ella en esta ocasión, añade profundidad a unas historia que orlan de misterio y poesía la vida más o menos común.