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Letras

El cazador de autógrafos

27 noviembre, 2003 01:00

Zadie Smith

Traducción de Ana María de la Fuente. Salamandra, 2003. 384 páginas. 17,50 €

En pocas ocasiones un autor novel ha logrado impresionarme tanto como Zadie Smith con su primera novela, Dientes blancos. La grata sorpresa se amplificaba al conocer la edad de la autora, apenas veinte años, pues la madurez que mostraba su novela resultaba envidiable.

Tal vez sea por las virtudes de aquella primera novela por lo que nos acercamos a El cazador de autógrafos con la esperanza de reencontrarnos con la mejor prosa británica de nuestros días. Por desgracia nuestras expectativas no logran satisfacerse. La trama de El cazador de autógrafos (traducción poco afortunada del original The Autograph Man, pues como reconoce el protagonista, “No soy cazador de autógrafos”, pág. 79) es muy imaginativa: Alex-Li Tandem, un joven de 27 años que encarna la mezcolanza de razas y creencias, vive en Londres y se gana la vida “buscando, verificando e intercambiando” (pág. 64) autógrafos: “Es un negocio como cualquier otro” (pág. 79). Un trabajo, afición, que “tiene mucho en común con la conquista de una mujer y el temor de Dios” (pág. 70). Es decir, el valor del autógrafo radica en la “rareza” del personaje, por eso el autógrafo de una mediocre actriz de los años 50, Kitty Alexander, se convierte en una obsesión para Alex, quien viajará a los Estados Unidos en busca de tan deseado trofeo.

El desarrollo de la acción transcurre en un tiempo relativamente corto, aunque el “Prólogo” nos retrotrae a la infancia de Alex, cuando junto a su padre y un par de amigos acudió a presenciar un combate de lucha libre en el Royal Albert Hall, momento en que descubrió la obsesión de algunos por hacerse con la firma de sus ídolos. Fue un momento traumático porque su padre murió de una insuficiencia cardiaca. En el libro encontramos a un Alex adulto que en plena alucinación psicodélica tuvo un accidente de coche que terminó con su novia en el hospital. El libro II se desarrolla en Nueva York, hasta donde ha viajado Alex ante la posibilidad de conocer a su idolatrada Kitty.

Cada uno de los dos libros parece abrazar una suerte de “vocación” mística: la cabalística que representa Adam, uno de los amigos de Alex, y la de inspiración zen del protagonista. Sin embargo, ni lo uno ni lo otro llegan a sustanciarse en la narración y su significado no logra trascender el ámbito personal de la autora. Las inconsistencias no terminan aquí, pero sería injusto minusvalorar esta novela, pues, repito, la valoración sería distinta de no mediar Dientes Blancos. No albergo duda sobre el futuro de Smith: madera de escritora tiene; puede que sea cuestión de reposar la gripe de la fama.