Salto mortal
El último trabajo de Kenzaburo Oé es una excelente novela que opone un pacifismo ecológico, de inspiración humanista, a las tendencias destructivas de la sociedad japonesa
25 marzo, 2004 01:00La literatura de Kenzaburo Oé nunca ha abandonado el territorio del compromiso ético y político. Sus primeras novelas surgen bajo la influencia de Sartre, pero los conflictos que soportan sus personajes, su impotencia ante las circunstancias y la necesidad de elegir, evocan el orbe narrativo de Dostoievski.
Sería inútil buscar en su prosa la tensión lírica de Kawabata. Está más cerca de Thomas Mann o Camus. En Una cuestión personal (1995), Oé recreaba su experiencia como padre de un discapacitado, sin eludir la desesperación que inspira el cuidado de un enfermo. El protagonista asumía su situación tras fantasear con la muerte del hijo y no sin explorar el consuelo del alcohol y el sexo. En la vida real, Oé se apoyó en la terapia del doctor Satoshi Ueda, según la cual las heridas del alma no cauterizan sin transitar previamente por el rechazo, la confusión y el esfuerzo. En su correspondencia con Vargas Llosa, Oé identifica ese itinerario con la matriz de su escritura. La concesión del Nobel en 1994 no modificó esa perspectiva. Aunque la producción posterior ha sido escasa, Oé redunda en ese horizonte de superación que imprime al hecho literario una función catártica. Salto mortal (1999) es una excelente novela que opone un pacifismo ecológico, de inspiración humanista, a las tendencias destructivas de la sociedad japonesa, un país que refleja elocuentemente ese conflicto entre tradición y modernidad, donde se gestan las tragedias del mundo contemporáneo.
Aunque la Iglesia del Salvador y el Profeta que aparece en el relato invoca la herencia cristiana, no es difícil advertir la alusión a la secta de inspiración budista La verdad suprema, que en 1995 causó 12 muertos en un ataque con gas sarín en el metro de Tokio y que intoxicó a otras 5.000 personas. En este caso, el objetivo es una central nuclear, pero poco antes del atentado los líderes del grupo abandonan la organización, desautorizando la iniciativa. El sen- timiento de orfandad que experimentan sus seguidores les ayuda a mantener sus vínculos, evitando la disolución de la comunidad. La evolución de la secta hacia posturas pacifistas no excluye los planteamientos milenaristas, que postulan un ejercicio colectivo de expiación. Oé explora las consecuencias de la secularización en la sociedad moderna, su incapacidad para habitar en un mundo que ha expulsado lo sagrado, la nostalgia de la religión, del misterio, del liderazgo mesiánico.
Los aspectos políticos y religiosos no interfieren en la historia de amor entre Kizu, un mediocre pintor enfermo de cáncer, y su antiguo alumno Ikúo. Kizu bordea los sesenta años, pero su cuerpo aún experimenta deseo. Su incapacidad para realizar una obra meritoria no frustra ese anhelo de belleza que se manifiesta en una pasión tardía. No hay culpabilidad en ese amor que se consuma con dificultad. Oé se demora en los problemas de la vejez, comparando las erecciones de Ikúo y sus generosas eyaculaciones con las de Kizu, extenuado por el esfuerzo. El sexo pertenece al mismo dominio que la muerte. El cáncer crece con la misma fuerza que el deseo. Morir o amar son dos formas de incertidumbre. Oé cita a Keats para justificar su convicción de que la creación artística surge del misterio y la duda, de esa zona donde la identidad se disuelve para abrir un espacio a la obra. La poesía de Ronald Stuart Thomas, sacerdote de la iglesia de Gales, y la historia bíblica de Jonás actúan como referencias permanentes en la novela, invitando a meditar sobre el verdadero significado de la experiencia religiosa. Oé entiende que el ser humano está incompleto sin la dimensión espiritual, pero la experiencia religiosa no hay que buscarla en iglesias o sectas sino en la creación artística o en la pasión amorosa.
Al igual que Murakami, Oé denuncia las miserias de la clase política. Su corrupción ha contaminando a la sociedad japonesa, pero no se trata de restaurar los valores tradicionales. La sangrienta protesta de Mishima sólo evoca los crímenes del ejército nipón en Filipinas o Manchuria. Admirador del Quijote, Oé aún cree en ese humanismo cervantino que, sin ignorar las deficiencias de nuestra condición, no pierde la fe en la capacidad del hombre para infundir esperanza en el porvenir.