Image: Isabel II

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Letras

Isabel II

Isabel Burdiel

29 abril, 2004 02:00

Isabel II

Espasa. Madrid, 2004. 440 páginas, 25 euros. Isabel II. Los espejos de la reina Juan Sisinio Pérez Garzón. Marcial Pons. Madrid, 2004. 350 páginas, 21 euros

El 9 de este mes de abril se cumplieron cien años de la muerte en París de la última reina de España que lo fue por derecho propio: Isabel II. Tal vez podría decirse también que fue la primera y única reina de España, ya que su predecesora, de la que, casualmente también se cumple en este año el centenario de su muerte, fue sobre todo reina de Castilla y de León, junto con otros muchos títulos patrimoniales.

Por si no fuera ya poca la distancia entre ellas -la primera tiene incoado un parsimonioso proceso de beatificación-, la trayectoria política de la segunda ha merecido habitualmente la condena casi unánime de los historiadores. Sólo Galdós se mostró dispuesto a echar un piadoso manto sobre la memoria de la que llamó "la de los tristes destinos" y poco antes de su muerte la entrevistó en París y nos ofreció el mejor alegato que hemos recibido de la propia interesada sobre su reinado.

Isabel II era, en esos años iniciales del siglo XX, una mujer que había pasado casi la mitad de su vida en un exilio que constituía la expresión patente de su fracaso. La tarea que le había tocado en suerte -la consolidación de una monarquía constitucional y parlamentaria- era de una complejidad extraordinaria y desbordaba ampliamente las deficientes condiciones de la joven reina que, ya al final de su vida, se quejaba a Galdós de unas circunstancias que le habían obligado a "andar palpando las paredes" para moverse en aquel tenebroso escenario político español de mediados del siglo XIX.

El fracaso de su gestión política es difícil de ocultar y tampoco ha sido beneficioso para la imagen de la Reina las circunstancias de su vida privada, muchas veces aireadas por sus enemigos políticos entre los que se cuentan apellidos tan conocidos como el de los hermanos Bécquer, que contribuyeron al desprestigio de Isabel con un libro de grabados semipornográficos que se ha vuelto a editar hace unos pocos años. Isabel Burdiel ha subrayado certeramente que su condición femenina añadió dificultades a la tarea que le tocó desempeñar, de un estilo similar a las que sufrió su colega portuguesa, la reina Maria da Gloria. Sólo un sistema político más maduro como el británico pudo asimilar la indudable fragilidad de otra figura femenina que reinó por aquellos años: la reina Victoria de Inglaterra.

Los profundos claroscuros del reinado de Isabel II han explicado las muchas reticencias que se han suscitado en la conmemoración de este centenario. En septiembre del pasado año, dos personalidades destacadas del mundo académico cruzaron opiniones enfrentadas sobre la oportunidad de realizar algún gesto conmemorativo, lo que no ha impedido algunas iniciativas de alcance limitado y carentes de sentido crítico. Esas iniciativas parciales se han visto superadas por la excelente exposición que la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, con el trabajo de Carlos Dardé como comisario, ha llevado al Museo Arqueológico Nacional ya que lo que hubiera sido su marco más deseable, el Palacio Real de Madrid, está sometido a las atenciones que exige el próximo enlace nupcial.

No ha habido los mismos reparos entre los historiadores profesionales que son conscientes de las grandes transformaciones experimentadas durante esos treinta años centrales del XIX. Si se utiliza, como hace Morales Moya en el volumen coordinado por Pérez Garzón, la distinción conceptual entre sistema político y sistema de poder que sugiriera Artola, resulta inevitable reconocer que, más allá de las carencias de la reina y de las disfunciones del sistema, el periodo registró cambios decisivos. El esfuerzo codificador y las medidas institucionalizadoras del Estado moderado cambiaron la fisonomía del país, de la misma manera que lo hicieron los grandes empresas económicas de la época, entre las que jugó un papel decisivo la construcción del primer tendido ferroviario y la acometida de una incipiente industrialización.

Ninguna de estas circunstancias ha difuminado el papel crucial de Isabel II, sobre la que ahora vuelven una serie de historiadores académicos, muy representativos de la buena salud de los estudios históricos en nuestro país.La empresa más ambiciosa es la acometida por Isabel Burdiel que ya hace seis años reunió a algunos de los más destacados espe- cialistas para ofrecernos una excelente puesta al día de la política en el reinado de Isabel II. Ahora, en solitario, acomete una obra más ambiciosa sobre la biografía de la reina hasta 1854, lo que podría interpretarse como un estudio de los años decisivos de la formulación en la revolución liberal española. Es una conclusión que podría derivarse de su advertencia de que no concibe la biografía como un simple género auxiliar sino como una forma específica de hacer historia, lo que convierte a este libro en un brillante análisis político del periodo que va desde 1830 hasta 1854, al hilo de la peripecia personal de la hija de Fernando VII.

Para ello, Burdiel ha manejado con mucha inteligencia fuentes documentales hasta ahora poco frecuentadas, entre las que sobresalen los papeles de la madre de Isabel II, la Reina Gobernadora María Cristina, que se conservan en el Archivo Histórico Nacional. A ellas añade las del todavía poco explorado Archivo del Palacio Real y de la Academia de la Historia. El resultado es una apasionante y muy bien escrita crónica de los años de la Regencia y de la década moderada, en la que queda muy bien reflejado el ambiente antiliberal en el que se crió la Reina y las dificultades que esa formación le ocasionó para cumplir la función simbólica exigible a los monarcas en el proceso de establecimiento de los regímenes liberales.

Pérez Garzón, por su parte, coordina un trabajo colectivo de muy diferente factura en el que su responsabilidad como editor debiera haberle llevado a procurar la utilización de un mínimo aparato crítico, que no se resuelve con la bibliografía final y, sobre todo, a la inclusión de un índice, aunque sólo fuera onomástico, que debería ser siempre un elemento indispensable de cualquier trabajo de edición.

En su calidad de editor literario Pérez Garzón advierte que no trata de ofrecer una imagen homogénea de la Reina sino, de acuerdo con el recurso cinematográfico que utilizara Welles en La dama de Shanghai, una acumulación de perspectivas procedentes del juego de tantos espejos como colaboradores del volumen. El resultado es, a veces, el de imágenes muy dispares, desde la un tanto rebuscada que ofrece el propio coordinador, que caracteriza a la Reina como la "máxima responsable de Estado constituido en nación española" hasta la de quienes no tienen el menor reparo en llamarla Reina de España y analizan sus relaciones con la Iglesia (La Parra), las fuerzas ajenas al sistema (carlistas y republicanos), o los siempre sugerentes temas de la construcción de una imagen, ya sea esta artística (Reyero), fotográfica (Ruiz Gómez) o literaria (Ara). Perspectivas, todas ellas, que permitirán un avance muy sensible hacia la mejor comprensión del personaje y del periodo en el que le tocó reinar.

Liberalismo y romanticismo
La Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales (SECC) ha organizado, con la colaboración de Patrimonio Nacional, la exposición Liberalismo y romanticismo en tiempos de Isabel II, que reúne unas doscientas cincuenta piezas. Son cuadros, esculturas, grabados, fotografías, libros, diversos objetos y periódicos de la época, como la caricatura de la imagen, publicada por Vanity Fair en septiembre de 1869. Prestadas para la ocasión por medio centenar de instituciones nacionales y extranjeras, muchas de las piezas expuestas resultan desconocidas e incluso inéditas. La muestra se abre con una panorámica de La Europa liberal y de las nacionalidades, para centrarse luego en La implantación del régimen liberal en España, 1833-1868. El siguiente capítulo se centra en La Reina y su entorno. La muestra se cierra con la imagen de nuestro país en el siglo XIX con el apartado España vista por los extranjeros.

Explica Carlos Dardé, comisario de la exposición, que no pretende tanto explicar la biografía de la reina como "los aspectos más destacados de la historia política, económica y cultural de España entre 1933 y 1868". Y para eso, el catálogo recurre a colaboraciones científicas de una veintena de historiadores y especialistas de primera magnitud que toman el pulso a los vaivenes políticos, la economía, las transformaciones sociales y culturales de la época isabelina comparándola con la situación del resto de Europa.

Una reina desdichada
Hija de Fernando VII y su cuarta esposa, María Cristina de Borbón, Isabel II nace el 10 de octubre de 1830.
A los tres años es proclamada reina de España tras la muerte de su padre en septiembre de 1833. Para alcanzar la corona, el rey abolió la Ley Sálica. Comienza la regencia de María Cristina. Estalla la I Guerra Carlista.
1836. Desamortización de Mendizabal.
1837. Se promulga una Constitución progresista.
1840. Regencia del general Espartero.
1843. A los 13 años Isabel es declarada mayor de edad e inicia su reinado.
1843. Narvaez, presidente del Consejo de Ministros. Comienza la Década Moderada.
1845. Se promulga una nueva Constitución.
1846. Se casa con su primo don Francisco de Asís de Borbón y Borbón, duque de Cádiz. De este enlace nacerán once hijos.
1854. Estalla una nueva conspiración, la Vicalvarada, que precede a la revolución de julio. Los progresistas son llamados a ocupar el poder, siendo Espartero el elegido para formar gobierno. Se inaugura el Bienio Progresista, momento en el que se elaboró la Constitución de 1856 -no promulgada- y se llevó a cabo la desamortización general de Madoz.
1868. Estalla la revolución. La reina parte para el exilio y busca refugio en Francia, instalándose en París.
1870. Isabel II abdica a favor de su hijo Alfonso.
1876. Regresa a España para instalarse en El Escorial aunque no definitivamente por sus disputas con su hijo primero, y con su viuda después.
1904. Muere en París el 9 de abril.