Danza de la muerte
por Leopoldo María Panero
20 mayo, 2004 02:00Leopoldo María Panero. Foto: Jaime Villanueva
El 20 de mayo comienza "Barcelona Poesia", un festival que llenará de versos las calles de la capital catalana hasta el próximo día 26. 16 escenarios, 78 actividades, 62 poetas. Y, entre ellos, el siempre admirado y controvertido Leopoldo María Panero, que cerrará la semana con los versos de su nuevo libro, Danza de la muerte (Igitur) el más descarnado de los suyos, que se pone a la venta esta semana y del que hoy adelantamos sus mejores poemas junto con el prólogo de Bernardo Atxaga que les sirve de pórtico.
La vida es un vendaval, una tempestad, una espuma
-l’écume des jours- y todos los días tras de la tempestad
se hace la calma, y el sol
brilla de nuevo por la locura,
en que escupe el hombre y tiembla mi figura
que sólo de lejos se parece a la vida
único horror, pedo o peste
Oh Belphegor, demonio pedo o crepitus,
Ah decre-pitus, viejo contra el mar
marea de la copa, ah batallas de amor, campo de plumas,
pluma
contra el hombre, escritura contra el hombre
oh señor del mal, príncipe de la locura
ten piedad de mi alma.
Ay del hombre...
Ay del hombre al que sitia el recuerdo
el recuerdo de las interminables noches
que repiten la pesadilla
la pesadilla atroz de vivir,
de vivir sin sueño, y sin arrimo
seduciendo a Dios, a Cordelia
con el aroma atroz de mi destino
porque huele mal la vida
huele y el mal es cierto
y la poesía
es la única verdad de la pesadilla.
Sioux
Como una bala en el espejo
ah Pat Garret del hombre
cazador de cabelleras
rostros pálidos
que persiguen al sol en la llanura
en la llanura sin labios, sólo
espuma
de una copa contra el hombre
contra el hombre y contra Dios
ya apenas figura humana
vivo
como un disparo contra el
hombre.
Caballero de la negra armadura...
Caballero de la negra armadura, ah Tennyson
contra la muerte
marchando sobre el poema como si marchara
sobre el filo de una espada
cabalgando el insomnio
dans la Morgue
avec les yeux grands ouverts
porque el hombre que vive
es un moribundo
que se arrastra sobre la página
para caer sobre ella
y que los pájaros se alimenten de mi vida.
Ah Strindberg...
Ah Strindberg del silencio
mosca que vuelas sobre el papel
papel que se inclina ante
el hombre
hombre contra la pared
destino oscuro de vivir
sin sentido
y pegado a la página como a un
árbol,
en que mueren los hombres
y el pájaro llora (Verlaine dixit)
oh pájaro, oh vida dime ahora
qué hacer con el recuerdo.
Peeping Tom
"daddy, give me your hand
I am afraid"
Oh botella de Ballantines, en pie sobre la nada
amanecer en que sitia y persigue el recuerdo
el recuerdo feroz de la mesnada
llamada por los hombres
el eterno corazón de la nada, del corazón
silencioso que aún escupe
a los hombres y al fin, peor que un recuerdo
porque ya no queda
ni el recuerdo, sino hambre tal vez
de felicidad y de vida, cuerpo
de la palabra "tal vez"
que escupirá a los hombres la palabra "tal vez"
corazón secreto de la nada:
y ya todo es posible, menos morir tal vez
como un disparo en la sien,
en la sien oscura de mi frente
que sobre el papel bloquea, como sobre la playa
los peces Shakesperianos, que aún tienen
terror al ser, y a la manada
que escupirá mañana otra vez
en mi desnudo, en mi frente que tiembla ante la nada,
oh existir aun como un esputo
escupitajo último que es sólo este poema,
esta
nada que ante el ser se arrodilla
y reza para que sólo exista la nada.
Prólogo a Danza de la muerte
Poeta maravilloso
Tomo en la mano los originales del maravilloso poeta Leopoldo María Panero, y contemplo la mancha que deja el texto sobre el papel. Ahí están las líneas escritas con una máquina de escribir antigua, más grises que negras; ahí están, también, las tachaduras hechas con una serie de "x" y las indicaciones escritas a mano. Me viene a la memoria una roca que se exhibe en un museo de Milán, Il masso di Bormo, sobre cuya superficie unos seres humanos de hace siete mil años hicieron rayas y estrías, inscripciones que nosotros, ahora, llamamos geométricas. En mi mente, los textos de L. M. Panero y las inscripciones de la piedra forman una sola imagen, como si fueran el haz y el envés de una misma lámina.
Me asalta la asociación por la semejanza entre la superficie del papel y la de la roca, pero, sobre todo, por la identidad de los mensajes. "Estuvimos aquí, hicimos esto", nos dicen aquellos que cogieron un objeto punzante y marcaron la piedra. Y lo mismo nos dice L. M. Panero: "Estoy aquí, condenado a la vida eterna, a vejez sin llanto". Lo único que cambia es que, ahora, las inscripciones son eso que llamamos poemas, y que ya no es posible trazarlas con la inocencia que, para bien y para mal, reinó en el corazón de los hombres que vivieron hace 7.000 años. El mismo acto de marcar, de escribir, es ahora un acto crítico, a vida o muerte. "Caballero de la negra armadura, ah Tennyson contra la muerte, marchando sobre el poema como si marchara sobre el filo de una espada...", escribe L. M. Panero, y escribe bien.
Escribe bien, L. M. Panero, y quiere que sus poemas sean lo que deben ser, mensaje memorable que, como las inscripciones, duren todo el tiempo del mundo. Pero no hay seguridad, y L. M. Panero sufre mucho al pensar que quizás no lo vayan a ser; que sean lo contrario, banales, contingentes; en ningún modo tan necesarios como los cielos estrellados de Van Gogh o la mariposa que acompañaba a Anne Sexton en sus noches de hospital. "Casi no existo y sólo tú evitas que caiga en la nada", parece decir L. M. Panero en el poema. Luego pregunta: "¿Mereces la pena? ¿Durarás? ¿Se acordará alguien de ti?". No hay seguridad. Vivimos en un mundo en el que los cielos estrellados no asombran, y las mariposas tampoco, y los poemas aún menos.
Si yo pudiera intervenir en esta lucha sin cuartel, a vida o muerte, en la que él participa, tendría la tentación de decirle lo que ya le habrán dicho muchos lectores, que esté tranquilo con respecto al futuro de su trabajo, y que, reservando fuerzas, persiga también el gozo, la alegría, la vida. Pero, estoy seguro, él no admitiría ese tono. Nada de buenas palabras, nada de boberías. él me diría, leyéndome el final de uno de los poemas de este libro: "y te ofrezco a ti, lector, mi cabeza como un pedo, como el pedo atroz de vivir, hecho sólo memoria del vivir". Porque L. M. Panero es así, y posee la cualidad que, según todos los indicios, más necesitaban aquellos hombres de hace siete mil años: la fiereza. Sus poemas -agónicos, dolientes- nunca son débiles, nunca piden sopas. No sólo está en la lucha, L. M. Panero, sino que además va por delante, lleva la bandera.
Pienso ahora, una vez más, en la roca marcada, y me digo que si L. M. Panero hubiese estado allí, en Bormo, habría grabado figuras que, como los poemas de este libro, expresarían desesperación, una visión tanática de la existencia, una dura tristeza; como si, además de estar condenado a vivir, estuviese también, nuevo Sísifo, condenado a llevar la roca. Pero que, a pesar de ello, sus marcas -sus rayas, sus estrías- indicarían una gran viveza, un dinamismo y una agilidad poco comunes; una extraordinaria salud. Me imagino a mí mismo allí, en el Borno, ante la roca de L. M. Panero: siento enseguida un zumbido casi eléctrico, el sonido de un enjambre. Y, pensándolo bien: ¿no eran las abejas las que, al decir de los antiguos, servían de mensajeras, las que informaban de todos los sucesos importantes? Piedra oscura llena de palabras, llena de electricidad, de vida. Poesía de Leopoldo María Panero.
Y va la última, va la posdata: quizás sea esa dualidad, ese choque entre lo visible y lo oculto, entre la figura y los trazos que la componen, lo que le distinga de otros que también escriben bien y conocen el oficio; lo que hace que Leopoldo María Panero sea, vuelvo a decirlo, un poeta maravilloso. Bernardo ATXAGA