Pedro Zarraluki: "Me horroriza la universalización de las hamburgueserías"
Autor de una decena de libros de relatos y novelas, Pedro Zarraluki forma parte, junto a Vila-Matas, Bolaño y Pombo, del póker de ases de Jorge Herralde, el editor “que me convirtió en escritor” y con el que celebró el premio la noche de la concesión en el bar del Hotel Ritz. “Empecé -recuerda - hace más de treinta años, escribiendo relatos breves, y técnicamente siempre he controlado mejor el cuento que la novela. Hasta ahora construía las novelas como rompecabezas. El resultado era parecido a un castillo de naipes, con todo lo que tiene de bueno y de malo. Me gustaba, y me sigue gustando. Pero, a partir de cierta edad, te aburres si practicas sólo lo que sabes. Por eso, con Un encargo difícil me propuse contar una historia desde ese sostenido variante que caracteriza la novela convencional. Al principio me perdía en mis propias ideas. Luego empecé a disfrutar. Lo he pasado muy bien escribiendo este libro”.
-Ha tardado más de dos años en escribir la novela, y uno más en corregirla, pero ¿cuál fue su origen?
-Tenía una idea abstracta. Pero un amigo, profesor de Biología, me invitó a pasar unos días con un equipo que estaba trabajando en la isla de Cabrera. Estudiaban los delfines mulares. Ellos salían al mar muy temprano, y yo hacía excursiones por la isla. Por las tardes bebía cerveza en la única cantina del lugar. Allí la abstracción se disolvió en una historia muy clara, tan clara que veía pasar por delante de mí a sus futuros protagonistas. Allí estaban todos los personajes de la novela. Me puse a trabajar sin ninguna prisa. La atmósfera de Cabrera es incompatible con la velocidad.
-¿Y cuáles fueron los cambios más importantes que introdujo ese año de correcciones?
-La primera redacción de una historia es un trabajo arduo, aproximativo. Son labores de picapedrero. La historia va naciendo a medida que se corrige. Es cuando se profundiza, cuando se llena de matices. Yo reescribo mucho sobre la marcha, pero cuando llego al final sé que es cuando empieza la verdadera escritura.
Ambiente desabastecido y amoral
-¿Qué influencia ha tendido en usted, como lector y escritor, el premio Nadal?
-El premio Nadal era ya la principal referencia literaria cuando yo empezaba a escribir. Piense en Nada de Carmen Laforet, en El Jarama de Rafael Sánchez Ferlosio, en tantos otros. Hoy en día, en este país de premios, sigue siendo uno de los de mayor prestigio. Y como consecuencia tiene una gran repercusión. A mí me va a ir muy bien para llegar a un público lector más amplio, o eso espero. Lo necesitaba, y mi único deseo es haber escrito un libro a la altura del prestigio del Nadal.
"Supongo que estoy empezando a hacerme viejo. Mis asuntos me interesan cada vez menos. Pero el humor no lo he perdido, me asusta pensarlo"
-¿Qué le movió a cambiar el punto de vista habitual de sus novelas anteriores, corales, sin que el autor aparezca en el relato, con menos humor y más profundidad?
-Supongo que estoy empezando a hacerme viejo. Mis asuntos me interesan cada vez menos, en la misma medida en que me interesan cada vez más los de los demás. Pero el humor no lo he perdido, me asusta pensarlo. Es lo único que tengo.
-¿Por qué de nuevo la guerra civil y una historia de derrotados en una isla (como en La noche del tramoyista)?
-La guerra civil, y mucho más la larga posguerra, son y serán filones inagotables. En nuestro país la literatura aún tiene que acabar de asumirlas. Y tiene que ser una literatura no testimonial, no maniqueísta, consciente de que de una guerra civil salen derrotadas la inmensa mayoría de las personas. Las guerras sólo las ganan la banca y los jerifaltes. Para mi novela quería un ambiente de penuria extrema, desabastecido y amoral, pues no existen los valores cuando sólo se busca sobrevivir. Quería explicar que es la gente la que acaba recuperando la normalidad cuando ésta se ha venido abajo, y no las instituciones.
-Quizá lo mejor de la novela sean los personajes femeninos, como el de Felisa García, que al principio parece una bruja y acaba descubriéndose como un ser bondadoso, en torno a quien gira la vida del pueblo.
-En esta novela las mujeres cargan sobre sus espaldas el regreso a la alegría, a cierta alegría formal. Pero son mujeres normales, no son heroínas. Con los años he aprendido que es mucho menos interesante la vida de una persona poderosa que la del cocinero que le sirve la comida. Y Felisa representa esa retaguardia que necesitan todos los insensatos que salen a conquistar el mundo. La tragedia actual de Iraq sucede en Iraq, de eso no cabe duda, pero me hago consciente de ella cuando veo una madre llorosa frente a una casa humilde del corazón de los Estados Unidos llorando por la muerte de su hijo. ¿A dónde creía éste que iba? ¿Dónde está la realidad?
-¿Y el personaje del verdugo, de Benito, con ese “miedo indefinible en las pupilas”, por qué no le cuesta nada matar, sólo por sobrevivir?
-La lucha por la supervivencia, entendida en un sentido individual, suele acabar convirtiéndose en la peor degradación. Pero tampoco la entrega es buena en sí misma. Los grandes momentos épicos se llenan de héroes dispuestos a matar y a morir por defender sus ideas o sus intereses. Y eso es horrible. A mí no me interesa el desprecio por la propia vida cuando se trata de silenciar un nido de ametralladoras, sino cuando lo que se persigue es conseguir un saco de patatas para alimentar a una familia.
-Sigamos con los personajes: ¿hasta qué punto Camila, la niña, es la clave de todo?
-Camila es el futuro, y por eso es víctima del presente. En Camila se ceba el horror más extremo, la esencia misma de un mundo hundido. A pesar de todo es una niña y tienela vida por delante. Por lo tanto, tendrá que ser ella la que reclame el regreso a la cotidianidad, la que pida que se celebre su cumpleaños, por ejemplo. Camila representa la inagotable capacidad que tenemos para reponernos de los desastres, de la ceguera de los gobernantes, de los horrores de la historia.
"A mí no me interesa el desprecio por la propia vida cuando se trata de silenciar unas ametralladoras, sino cuando lo que se persigue es conseguir patatas para alimentar a una familia"
-A pesar del mensaje positivo que destila la novela, está repleta de sentencias pesimistas, como “despréciate ahora, mañana podría ser demasiado tarde”.
-Quería que la vitalidad de los personajes no naciera de la inconsciencia, sino de una actitud batalladora ante la adversidad. Para ello tenían que demostrar que sabían en qué medida luchaban contra un enemigo infinitamente más poderoso que ellos. Tenían que ser capaces de reflexionar contra su propia voluntad de seguir adelante. Sólo así se volvían poderosos ante la desgracia.
-Por supuesto, pero aunque el libro ofrece una visión positiva de la vida, algo así como que la bondad acaba derrotando al mal, que la solidaridad puede más que los intereses políticos... ¿no demostró nuestra guerra civil lo contrario?
-Claro que sucede todo eso. Sucedió en nuestra guerra civil y sucede en la actualidad en muchas partes del mundo. Yo no creo en la bondad natural de la humanidad, más bien lo contrario. Pero sí creo que es la integridad de ciertas personas, más que la bondad, la integridad y lucidez de esas personas, lo que permite que una y otra vez regresemos a una vida normal y razonablemente feliz. ¿No le asombra que las sociedades se repongan con tanta energía de sus desgracias? ¿De dónde sale esa energía? O mejor, ¿de quiénes?
La perversión del nacionalismo
-Hablando de futuro, ¿el nacionalismo es el problema del siglo XXI?
-Los nacionalismos no son ningún problema salvo para los que se ganan la vida pervirtiéndolos. Pero de algo hay que vivir, y hay gente para todo. Estoy con Steiner en la defensa de la diversidad lingöística, cultural y social. Me horroriza la universalización de las hamburgueserías. No soporto llegar a una pequeña ciudad italiana y encontrar un McDonald’s presidiendo la plaza. La Europa que puede interesarme depende, como para Vladimir Nabokov la novela, de los detalles. Nabokov los llamaba los “divinos detalles”. Y Steiner bebe de él. En cualquier caso, los nacionalismos dejan de preocupar desde una perspectiva federal y dialogante. A algunas personas no les interesa aceptar que estamos todos condenados a entendernos.
-Para terminar, explíquenos su secreto: ¿cómo puede dedicarse a escribir sin prisas, sin depender del dinero? ¿no le presionan su agente, sus editores?
-Escribo por placer. El dinero lo consigo trabajando, y le aseguro que me lo gano. Las editoriales no me han presionado nunca, pero he tenido siempre editores que primaban la calidad por encima de la prisa. En cuanto a mi agente, Mónica Martín, me comentó una vez que estaba cansada de que los autores le diéramos las novelas a medio acabar. Tomé buena nota, y ahora tiemblo cuando se las entrego. Es una correctora implacable. Por mucho que haya trabajado el libro, al final resulta que estaba a medio acabar