Image: La habitación del poeta

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Letras

La habitación del poeta

Robert Walser

10 febrero, 2005 01:00

Robert Walser. Foto: Archivo

Trad. J. de Sola. Siruela. Madrid, 2005. 116 páginas, 15 euros

La perspectiva de Robert Walser (Berna, 1878-Appenzell, 1956) es la de un escritor que pretendía escamotearse, "no ser nada", sin otra ambición que fabricar "cosas pequeñas" para periódicos y revistas. Su escritura preconiza la desaparición del yo para hallar la palabra exacta. Las obras de Walser se basan en una concepción estética que postula la renuncia a la subjetividad como condición necesaria para la creación artística.

Este principio se cumple en las miniaturas que componen este volumen, apenas un centenar de páginas que reflexionan sobre el paisaje, la poesía, la ficción y la condición humana. El hombre habita cerca de los dioses. Su esencia se confunde con el misterio, pero esa oscuridad no impide que se objetive en formas. El artista es un hombre que trasciende su ensimismamiento, sin abdicar de lo incomprensible.

Walser entendía que hay cierta belleza en destruir manuscritos. Su disposición a sacrificar algunos textos y su descuido al gestionar su obra (agravado por su internamiento en un psiquiátrico) explican la pérdida de relatos, artículos e incluso una novela. Kafka, Musil y Benjamin no escatimaron palabras de admiración hacia una literatura que mezclaba transparencia, rigor, sueño y locura. Las prosas aquí exhumadas se demoran en las emociones humanas. El adulterio excita indulgencia cuando los amantes están unidos por un afecto sincero ("El disparo"). La vocación literaria nace de la observación. El escritor es un ojo que recorre el mundo, buscando lo extraordinario. Su sensibilidad siempre permanece despierta, pues sabe que el conocimiento de lo verdadero es necesariamente fugaz. Anhela la verdad y no desprecia ningún aspecto de la realidad. Recrea la armonía y el equilibrio, pero también el desorden y la maldad. Su territorio es lo inconcebible, lo que acontece y se resiste a la expresión. La literatura es un acto de donación, que surge del olvido de sí mismo. No hay literatura sin experiencia interior, pero la experiencia interior sólo se convierte en literatura cuando se esfuma el yo y el texto emerge de una voz colectiva. La Ilíada y la Odisea responden a este planteamiento. Son poe-mas de Nadie. Por eso pertenecen a Todos ("El escritor").

Walser no concebía la prensa como algo menor. El periódico es un reflejo de todo lo que existe. Es como el paseo. Parece algo banal, pero constituye un ejercicio de comprensión, una forma de aproximarse a las cosas, donde convergen humildad y profundidad ("De la lectura de la prensa"). La desgracia es el origen del impulso creador. Kleist recorre París, pero la inspiración no surge de sus calles, sino de una intimidad rebosante de conflictos. Hipersensible, violento, impaciente, Kleist nunca olvidó que la ética del poeta consiste en preservar su insatisfacción. "La esperanza es algo ofensivo". El verdadero escritor no espera nada, salvo el placer de la renuncia o de la humillación. Cuando una doncella ofrece sus servicios a la Duse, sólo anhela renunciar a sus deseos para identificarse con los de su señora. Es el mismo placer de servir que inspira Jakob von Gunten (1909), donde Walser escoge la forma de la novela para elogiar lo impersonal e insignificante.

Los poemas redundan en el mismo horizonte. La belleza está en lo nimio y la felicidad en la disolución del yo. Walser tampoco desprecia las paradojas. Exalta el viaje como experiencia necesaria en la formación de la sensibilidad, pero reconoce que no hay paisaje más hermoso que nuestro interior ("El invierno"). Al igual que Hülderlin, Walser se hundió en las aguas de la locura. Su enajenación tal vez surgió de una lucidez insoportable, que le reveló algo que ya había enunciando Joseph Conrad en El corazón de las tinieblas (1902). El universo cabe en una palabra: "el horror". El aniversario de la liberación de Auschwitz sólo corrobora algo que ya había descubierto mucho antes la literatura.