Hitler: una biografía
Resulta un consuelo que, entre el aluvión de libros de historia tan oportunistas como irrelevantes que inundan nuestras librerías, aparezca, de vez en cuando, una obra consistente, que responda a un tema de tanto interés como aún sigue siendo la biografía del Führer nazi, y se trate con la calidad científica que se deriva del uso de un impresionante aparato crítico como el que aquí se exhibe, y al que no cabe poner otra pega que la de que hubiera sido deseable que la bibliografía se hubiese revisado, en lo posible, para dar noticia de los libros editados en castellano.
La biografía del veterano historiador Joachim Fest (Berlín, 1926) no es, en cualquier caso, una absoluta novedad porque una primera versión de esta obra apareció en Alemania en 1973 y fue traducida en España, al año siguiente, por la editorial Noguer. Años antes también se había traducido un trabajo suyo sobre los dirigentes nazis.
En el horizonte de mediados de los setenta la biografía de Fest significó un gran avance entre la oleada de títulos que, desde muy poco después de la muerte de Hitler (Alan Bullock, 1951), se habían ido acumulando en relación con la trayectoria de un personaje nacido en 1889, como súbdito del viejo Imperio austrohúngaro y que, después de varios intentos fracasados para adquirir una formación artística en Viena, se había trasladado a Munich -parece que huyendo del servicio militar austriaco- un año antes del comienzo de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, a los pocos días de empezar ésta se alistó en el ejército bávaro y su actuación le valdría dos cruces de hierro que ostentaría con gran eficacia cuando, acabada la guerra, entró en contacto con los grupúsculos nacionalistas que protestaban por las condiciones de la paz impuesta a Alemania, a la vez que combatían las formas democráticas de la República de Weimar, en la que veían un régimen cómplice con las imposiciones de las potencias vencedoras.
A partir de 1919 transformó el pequeño grupito (DAP) al que se había incorporado en una organización, orientada a la acción directa, que atrajo a numerosos afiliados, aunque el primer enfrentamiento abierto con el poder (putsch de noviembre de 1923) se saldara con un fracaso y con casi un año de prisión que utilizó, entre otras cosas, para escribir la primera parte de Mi lucha (1925-1926), que se convertiría en el libro de horas del militante nazi. Las elecciones de septiembre de 1930 le abrirían el camino hacia el poder, que conseguiría en enero de 1933 para iniciar, inmediatamente, un proceso de aniquilación del sistema político alemán que se transformó en una dictadura personal, asistida por masas de fanáticos.
Un hombre ante la Historia
Hitler pudo desplegar, a partir de entonces, un programa político de agresiones que le llevaría a la guerra y, fracasado en ésta, al suicidio en el búnker de la cancillería berlinesa. Son los hechos recogidos en el apartado último del libro, que servirían, hace tres años para la publicación de un libro aparte (El hundimiento, 2002) que fue traducido inmediatamente por Circulo de Lectores/Galaxia Gutenberg y ha sido la fuente principal de la película de Oliver Hirschbiegel que se proyecta estos días en casi todo el mundo. Son también los mismos acontecimientos que Trevor-Roper abordara en 1947, en un libro que también ha sido objeto de numerosas ediciones españolas, la última del 2003 (DeBolsillo).
En la nueva edición de la biografía de Hitler que ahora se presenta, con una traducción de dificultosa lectura que tal vez proceda de los problemas que pueda plantear el texto original, hay una abierta reivindicación del papel del individuo en la historia, que es también una crítica, nada encubierta, a la brillante biografía que publicara en 1998 Ian Kershaw quien, según Fest, “intenta explicar la llegada de Hitler al poder, y su sistema de gobierno, desde el punto de vista de las diferentes fuerzas sociales”.
Un planteamiento que difuminaría al biografiado en abierta contradicción con la gran acumulación de testimonios que hablan de la centralidad del personaje y de su afán de intervenir en todos los asuntos. “Quizá -concluye Fest con no poca socarronería- resulte demasiado contradictoria la idea de que un historiador social (subrayado en el texto) pretenda escribir la biografía de un personaje que resultó ser decisivo para la Historia".
El autor se pregunta sobre la posibilidad de aplicar a Hitler el calificativo de “grande” y, al margen de los recelos morales que pueda suscitar el adjetivo, y de la vulgaridad de su apariencia y sus comportamientos, acude a un concepto de Walter Benjamin, el de “carácter social”, para encontrar la clave que haga posible entender a Hitler como el verdadero centro de aquellos acontecimientos. “Hitler -concluye- se convirtió en una figura histórica porque se constituyó en el punto de convergencia de nostalgias, temores y resentimientos”. Eso le permitiría imponer una fuerza interior propia, que no era el simple resultado mecánico del terror y de la manipulación que desplegaría, de una manera masiva, durante los doce años que duró el régimen.
El método de Fest, aunque ya desde la primera edición fuera tachado de anticuado, es decididamente contrario a la idea de difuminar al personaje en el torbellino de las fuerzas que desencadenó. Los casi treinta capítulos del libro, divididos en ocho grandes apartados, ofrecen una detalladísima información que se extiende desde los orígenes familiares de Hitler -en los que no deja de apuntarse la irónica e improbable circunstancia de un posible abuelo judío que trajo de cabeza a los investigadores de la Gestapo- hasta los tenebrosos suicidios del 30 de abril de 1945 en medio de las ruinas de un Berlín que ya estaba en manos de los rusos. Más de ciento cuarenta páginas de notas, que sólo pueden ser útiles para el investigador familiarizado con la bibliografía en alemán, acompañan al final del libro.
Con todo, el elemento articulador de esa detallada crónica vital, que tiene mucho de periodística, lo constituyen las consideraciones que abren y cierran el libro, así como los intermedios que tratan de sugerir las claves de los periodos que se analizan a continuación. El primero de ellos, que analiza el gran temor que se apoderó de la sociedad alemana después de la derrota de 1918 y del establecimiento de la República de Weimar, está dedicado a ilustrar la fragilidad del aparente triunfo de las democracias que, en Alemania, se vio incrementado por el rechazo a la paz de París, el temor a una amenaza revolucionaria espoleada por la reciente experiencia rusa y una crisis económica de proporciones descomunales. En ese clima de terror los gestos violentos de Hitler conseguirían una sintonía profunda con sectores muy sensibles a los elementos antimarxistas y antisemitas que parecían resumir todas aquellas frustraciones. La decidida y hábil explotación de esas ideas llevaría hasta el triunfo electoral de 1930.
El éxito de Hitler, en cualquier caso, no hacía inevitable el hundimiento de la República de Weimar pero el juego de la política de aquellos años facilitó su ascenso en la medida que algunos políticos (Schleicher, von Papen) no supieron ver el peligro que albergaba el nuevo movimiento emergente. Hitler pudo así desplegar un programa que nunca se había recatado en exponer y que apuntaba, indefectiblemente, a la guerra que aseguraría el espacio vital que necesitaba Alemania. La guerra, en todo caso, se convirtió en una trampa en la que naufragaría todo el proyecto y el propio dictador que buscó en su propia muerte la expresión del final completo de una ensoñación loca. De ahí, como señala el propio Fest, que no hubiera resistencia armada ni intentos consistentes de resucitar lo que quedó enterrado en aquellas ruinas berlinesas en la tímida primavera de 1945.
A la medida de Stalin
El 30 de abril de 1945 Hitler se suicidaba en el búnker de la Cancillería. La noticia corrió como la pólvora pero Stalin no estaba seguro de que no se tratase de una última estratagema del föhrer para huir, así que encargó a la policía secreta soviética que indagase. La operación se llamó “operación mito”. El informe resultante, basado en los interrogatorios a dos ayudantes de Hitler, Otto Gönsche y Heinz Linge, se redactó en forma de biografía que abarca desde la llegada de Hitler al poder hasta su muerte, y detalla sobre todo los momentos especialmente interesantes para Stalin, como los preparativos de la invasión de Rusia. Una biografía de 413 páginas a la medida de Stalin cuyo único ejemplar guardó en un archivo personal el tirano soviético. El informe/biografía ha dormido en los archivos estatales rusos hasta hace apenas unos meses, cuando los historiadores alemanes Henrik Eberle y Matthias Uhl lo encontraron. Ahora acaban de publicarlo en Alemania con el título El libro Hitler (Löbbe).
El relato del ascenso al poder de Adolf Hitler suele ir acompañado de un adjetivo: “irresistible”. Aparentemente, nadie intentó nunca detenerle mientras se hacía con todo el poder, ni tampoco cuando lanzaba a su país a la loca carrera de una guerra genocida y suicida. Sin embargo, sí hubo intentos de detenerle, aunque todos fracasaron. El Fürher sufrió dos atentados de los que salió ileso. El 8 de noviembre de 1939 una bomba estallaba en la cervecería Burgerbraukeller de Munich, donde Hitler reunía una vez al año a la plana mayor de su partido. Pero justo ese día, precisamente ese año, Hitler abandonó la reunión diez minutos antes de lo previsto, salvando su vida. El autor del atentado, Georg Elser, fue detenido ese mismo día, pero sólo sería ejecutado pocos días antes de la capitulación nazi.
Otra bomba estallaba el 20 de julio de 1944 en el “Wolfchanze”, cuartel general de Hitler en Prusia oriental. En el atentado murieron cuatro miembros del Estado Mayor, pero Hitler apenas sufrió heridas leves: una nueva casualidad le había salvado la vida. La bomba la puso el conde Klauss Schenk Von Stauffenberg, que la había llevado consigo durante semanas sin encontrar el momento propicio para hacerla estallar: siempre ocurría algo que, en el último momento, frustraba sus planes. El conde Stauffenberg fue detenido inmediatamente después de su fallida acción y sería ejecutado sin tardanza, como ocurrió con todos los militares vinculados a movimientos de resistencia, por tímidos que fuesen.