Espejos de humo
Moisés Pascual Pozas
14 abril, 2005 02:00Moisés Pascual Pozas. Foto: Archivo
El escritor burgalés Moisés Pascual Pozas es un caso singular. Sus obras han aparecido espaciadas, como frutos de una tenaz y lenta escritura, y casi siempre en editoriales minoritarias.Lástima, porque se trata de un narrador profundo, capaz de concentrar en una sola página hechos y sensaciones de gran complejidad, con un lenguaje denso y preciso, muy alejado del registro gacetillero y previsible que predomina en nuestros narradores. Espejos de humo es un título metafórico. En un fantasmagórico coloquio, Candines dice a su madre muerta: "Me llegué acá bien tarde, cuando eras espejo de humo" (pág. 55), es decir, ‘cuando ya habías muerto’. Los "espejos de humo" del título son muertos recordados, que evocan sus vidas o las de otros a lo largo de los capítulos -o más bien secuencias- de esta novela, por medio de alucinantes monólogos, transformados a veces en diálogos imaginarios (VI, X, XXII, XXVI, etc.) o en relatos en tercera persona. Es casi obligado recordar, como dechado lejano, The Spoon River Anthology, aquella colección de poemas como epitafios de un cementerio publicada por Edgar Lee Masters en 1915, y el propio autor orienta en este sentido al recoger como lema unos versos del libro. Pero también incluye unas líneas de Rulfo, otro inevitable recuerdo, al que habría que añadir La fatiga del sol, la gran novela de Luciano G. Egido urdida como un encadenamiento de monólogos de los muertos de una familia. Y algo hay en Pascual Pozas de los parajes desolados de Benet, o de la geografía misteriosa de Luis Mateo Díez, que asoma en la elección de topónimos de imposible localización, como Alhuma, Cumara, Malenda, o de antropónimos exóticos: Ruilo, Birlo, Ontalo, Lumba, Oludio, Sulca, Zalenda.
Las coordenadas literarias del autor son indudables. Sin embargo, la obra es de una extremada originalidad. Las historias entrelazadas que pueblan su nuboso territorio se organizan en torno a pasiones violentas o tienen como actores a personajes solitarios, frustrados o sumidos en la desgracia, todos ellos habitantes de un medio hostil, un páramo áspero y duro de clima inmisericorde. Así, en la lista de muertos del cementerio de Alhuma anotada por Alino Canero se registra una tumba sin nombre, con una cruz, y el memorialista apunta: "Nació, le palmea-ron en las nalgas, gritó y no volvió a gritar" (pág. 151). Amores contrariados, venganzas, suicidios, existencias miserables y primarias se acumulan en las páginas de Espejos de humo con fuerza extraordinaria. Algunos capítulos son antológicos. El XXI, que podría leerse independientemente -y en esta excesiva desconexión de algunos episodios radica el único lunar de la obra-, constituye por sí solo una impresionante narración. En el XIII, las múltiples biografías posibles que sugiere el nombre desgastado de una tumba son otros tantos embriones de relatos sugeridos con gran poderío imaginativo. Las sensaciones físicas y sensoriales se expresan con gran originalidad, y las acuñaciones verbales tratan de rehuir las fórmulas desgastadas: "Me casé por pura obligación, porque me saboreé a la Caria y se le escandalizó la tripa" (pág. 34). O bien: "Deshacía el carbón con una piedra y lo metía en un saco de hierro, y lo encendía para quemar el frío de la escuela" (pág. 56). Pero podrían señalarse multitud de ejemplos de este jaez, porque la obra está repleta de hallazgos de magnífico escritor. Sería injusto que pasara inadvertida.