Image: El quiosco de los helados. Miguel Delibes de cerca

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Letras

El quiosco de los helados. Miguel Delibes de cerca

Ramón García Domínguez

23 junio, 2005 02:00

Miguel Delibes, por Gusi Bejer

Destino. Barcelona, 2005. 640 páginas, 28 euros

Rasgo fundamental de la personalidad de Miguel Delibes es la discreción, que no quita una fuerte presencia pública, y no sólo en el campo literario, durante varias décadas. Por eso se ha negado a escribir una autobiografía o unas memorias canónicas.

No quiere decir esto, sin embargo, que haya ocultado su privacidad por completo, pues el personaje íntimo se ha ido trasparentando con frecuencia en sus obras narrativas y, todavía más, aparece de modo explícito en otros numerosos libros, dietarios o crónicas, que llevan incluso un sujeto o un pronombre de primera persona en el propio título: Mis amigas las truchas, U.S.A. y yo, Un año de mi vida, Mi vida al aire libre o He dicho, entre otros. Tampoco faltan trabajos ajenos que facilitan una buena aproximación al personaje, así la pionera e inexcusable conversación con su discípulo el periodista César Alonso de los Ríos, o las cinco horas de charla con Javier Goñi.

Pero faltaba un recorrido organizado y completo por la fecunda trayectoria del escritor vallisoletano. Este empeño lo colma Ramón García Domínguez en un extenso El quiosco de los helados, cuyo subtítulo, Miguel Delibes de cerca, muestra la clave desde la que se aborda la pormenorizada semblanza del autor de El camino. García Domínguez, estudioso de Delibes, colaborador con él en algunos trabajos literarios o cinematográficos, confidente desde hace treinta años, cuenta cómo es y qué ha hecho su amigo. Hace así algo parecido a lo que, dicho con locución de moda, se llama una biografía autorizada, cordial y cálida, incluso con una fibra emotiva en los últimos apartados. El riesgo de una postura como ésta radica en que nuble la neutralidad, pero un sabio punto de contención evita la hagiografía y sale un relato biográfico detallista y documentado escrito desde la simpatía y la admiración. Y como en ningún momento se disimula esta perspectiva, el lector cuenta con una clave clara y previa.

He hablado de biografía, pero tal etiqueta no le viene del todo bien a El quiosco de los helados. Lo es en la medida en que describe completo el curso vital y profesional de Delibes, e incluso rastrea con desconocidas aportaciones sus antecedentes familiares y la raíz francesa paterna. Pero también es mucho más: algo así como una sólida guía de lectura de todas y cada una de las novelas del autor. De modo que García Domínguez convierte su estupendo trabajo en una aproximación total a Delibes, al personaje, al periodista, al narrador. Para profesores, ésta es ya una obra de referencia inevitable por los datos e interpretaciones. Y también por las novedades que trae: ha tenido Domínguez la suerte de manejar uno a uno los manuscritos del autor y ofrece primicias no sólo muy golosas para la erudición sino para comprender cabalmente los libros delibeanos (no me convence este apelativo; mejor sería delibesano) desde la curiosa historia interna de algunos.

Sin reducir este gran valor para los estudiosos, el destinatario primordial de la biografía es ese lector común interesado por la peripecia de este hombre que desde la provincia se ha convertido en referente de incertidumbres globales de nuestro tiempo y que cuenta con legión de personas que buscan un sentido a la vida en sus obras, de ayer y de hoy. El biógrafo distingue tres grandes etapas en su personaje: la primera, hasta que el premio Nadal lanza con La sombra del ciprés es alargada en 1948 al gran narrador que luego fue; la segunda, desde ese descubrimiento hasta la traumática y temprana muerte en 1974 de ángeles, la esposa, la protagonista de Señora de rojo sobre fondo gris, con 49 años. Y la última, a partir de esta fecha y hasta hoy, en que el escritor respetado pasea convaleciente cierto desaliento vital por el Campo Grande de su ciudad natal donde está el quiosco de los helados en el que suele citarse con su biógrafo.

Unos acordes básicos enlazan esas fases. Uno es un carácter pesimista, y un temperamento dado a la tristeza y la hipocondría, con marcadas preocupaciones existenciales, sobre todo una aguda vivencia de la muerte, obsesión de la que ya parte la citada opera prima. Otro, una afición a la naturaleza que de algún modo compensa la tendencia anterior, y se convierte en uno de los ejes del pensamiento y la escritura del autor, esa conocida militancia suya a favor de un mundo más equilibrado, menos economicista, con urgente preocupación por los efectos destructivos del progreso indiscriminado. Y una doble constante más, la firme lealtad a las convicciones y la supremacía de los valores éticos.

Todo ello lo muestra García Domínguez con abundantes testimonios, extraídos de fuentes diversas: declaraciones del escritor transcritas con generosidad, fragmentos periodísticos y literarios (el libro es casi también una amplia antología) y las confidencias al propio biógrafo. Así vemos cómo se fragua una personalidad, sólida en los criterios básicos y a la vez en una evolución ejemplar. Ello afecta tanto a la persona como al escritor, si es que pueden separarse en el caso de este "cazador que escribe", como se ha referido a sí mismo el autor con simpática modestia.

La persona: un hombre de clase media e ideas tradicionales al que un impulso ético le lleva tanto a oponerse frontalmente a la dictadura desde los opresivos años 50 como a reclamar una y otra vez los valores de un humanitarismo solidario y a la mencionada denuncia materialista del mundo moderno. Particular importancia tiene, durante esa segunda etapa, la actividad periodística de Delibes, ligada a "El Norte de Castilla" y donde el biógrafo pone de relieve el temple del personaje. Un Delibes sin ataduras indeseadas, firme, jugando la carta de la justicia y la libertad hasta el límite del posibilismo. Ahí desarrolló enérgicas y valientes campañas en pro de una Castilla moribunda, esa Castilla sin idealismos noventayochistas ni utopismos regeneracionistas que también está en sus novelas y en tantos otros libros suyos, hasta convertirse en almendra de su obra. Y ahí escribió también una página insoslayable en la historia de la lucha de la prensa por la independencia, y no sólo de los poderes públicos, también de otros intereses que siempre ponen en la cuerda floja a este capital cuarto poder.

El escritor: alguien autocrítico que descalifica con una severidad inusitada sus primeros libros; que siempre mantiene una alerta sobre las exigencias del arte; que busca el medio mejor de comunicar sus ideas y vivencias, incluso arriesgándose en lo formal; que un día, en fin, encuentra su voz, esa naturalidad expresiva que convierte su obra un hito de la prosa castellana. Siempre, eso sí, dentro de la fidelidad a su conocida tesis de que una novela se construye en torno a un hombre, un paisaje y una pasión.

¿Qué ha hecho este hombre, Delibes, para llegar a una edad bien avanzada con el crédito personal íntegro y con una obra prestigiada en los medios académicos y leída sin cesar por la gente de la calle? La respuesta está en la peripecia de honradez privada y de vigilancia artística que paso a paso sigue García Domínguez. Promediada la vida adulta, Miguel Delibes escribía en una "nota" de la revista "Destino" en 1970: "Cada día soy más celoso de mi independencia y me resisto a que nadie me lleve más allá (o me deje más acá) de donde yo quiero ir". Acaso esta sea la clave total de una aventura humana ejemplar.