La casa en ruido... Prosas inéditas
Juan Ramón Jiménez
22 septiembre, 2005 02:00Juan Ramón con Berta Singerman y un niño vendedor de flores, en La Habana 1937
Destino presidente(Casual)
Siempre, y desde muy joven creí, mejor, sentí a dios como una conciencia inmanente del universo; una especie de destino presidente casual surjido de una acción parecida a nuestra acción física y química, que nos da nuestra conciencia; pero, es claro, una conciencia diferente a la nuestra, ciega, sorda, muda para nosotros. De este modo me pude esplicar siempre ciertas coincidencias mías con ese dios, y todas las separaciones.
Y si me dirijí a él muchas veces, como también me dirijí de muchacho al demonio, por angustiosa curiosidad (y esto era muy natural en un interno de jesuítas) fue, claro es también como un esperimento, a ver qué ocurría, por si acaso.
Pero ¿cómo llamo yo ahora a este dios ni a ese demonio? Ahora el asuntos es más serio. Es problema [cosa] de hombres que existimos, [vida] duda por nosotros mismos, porque vemos, oímos nosotros mismos, existimos. ¡Y cómo! Y cómo puede nadie pensar ¿con la problemática conciencia inmanente del universo, con un problema local tan gande? Como el de España, prólogo [indudable] del de todo el mundo?
(1936)
Si hay un Dios
Si hay un Dios, una conciencia suprema que sea la verdad, y por quien yo ame la verdad, yo no puedo engañarlo ni engañarme diciéndole o diciendo a mis semejantes que creo en Cristo como Dios, puesto que no creo.
Yo creo que nadie que no quiera cerrar los ojos (por fe o por lo que fuere) a la verdad, puede creer que Cristo es Dios, a menos que no quiera dejar de ser ignorante. Yo creo en Dios, como en una esencia universal que todavía no comprende el hombre, que acaso pueda comprender el hombre un día, que pueda tener la conciencia que atribuímos a Dios, mientras no lo encontramos, a un Dios que corresponda en secreto a la palabra Dios dicha en cualquier idioma y en cualquier tiempo.
(1949)
Las dos eternidades de cada hombre
Yo no creo necesario (insisto) que nuestro dios esté fuera de nuesto mundo ni sobre todo, de nosotros hombres. ¿Para qué? Cada mundo y cada hombre pueden tener su dios, su concepción y su uso de dios. ¿Por qué no, si todos los mundos no son lo mismo, ni todos los hombres de este mundo nuestro fuimos, somos, seremos iguales?
Nuestro dios, esto es, el dios mío de hombre, hombre en este planeta tierra con esta atmósfera de aire, quiere decir, me parece a mí, la conciencia superior que un hombre igual o parecido a mí crea con su sensibilidad y su intelijencia más o menos claripensante, clarisintiente. Dios, para mí, quiere decir conciencia universal presente e íntima; como un gran diamante de innumerables facetas en las que todos podemos espejarnos lo nuestro diferente o igual, con semejante luz; entendemos por encima de todo lo demás; digo por encima, porque todo lo demás no puede ser sino el fundamento de este Dios.
Si el fin del hombre no es crear una conciencia única superior, el dios de cada hombre, un dios de cada hombre con el nombre supuesto de dios, yo no sé lo que es.
Pero sí, yo sé lo que es. Que nuestro dios no es sino nuestra conciencia. Por ella, por él, podemos ser desgraciados o felices en nuestra vida; tener dios o no tenerlo; tenerlo de modo más o menos consciente; junto o separado, sólo o dividido.
Y esta conciencia nuestra puede darnos la eternidad figurada primero; luego la real, con nuestra alegría de permanecer, por dios, en nuestra acción y nuestra obra a través de lo posible venidero.
La casa en ruido
Yo estaba embriagado... la obra no es nada, le dije a mi vecino de butaca que era el amigo de la concertista pianística; pero como lo interpreta de ese modo... Precisamente, me dijo él sonriendo con inteligencia y despejo de frente ancha, ahora se acaba de publicar en Francia una obra interesantísima que es la actualidad de la música. Es una obra brevísima: "De la interpretación buena de las obras malas". Y es tal el encanto de los resultados que los mejores virtuosos se dedican a buscar, y los mejores compositores a escribir obras malas, cosa que según parece tiene bastante dificultad y son muy pocas las que los primeros aceptan como suficientemente malos para lucirse. ¡Es curioso! le respondí yo.
Estábamos en una altísima meseta desierta, él y yo, desde donde se abarcaba un paisaje natural malísimo, pero interpretado maravillosamente por la obra, que no era otro que unhorizonte y un cuadro de J. Díez que yo había visto en el Jugend en que D. Quijote y Sancho contemplan desde un promontorio castillos rosas, malvas y de oro, claros y puros, que las nubes levantan cumulosas sobre unas llanos de jugosos matices coloristas.
Yo sentí un vehemente deseo de escribir algún libro muy malo, más malo que si fuera de D. Enrique de Mesa, pero ahora resultaba que ya ellos no me parecían lo suficientemente malos para escribir un buen libro que un lector como V. Lindsay interpretara maravillosamente con su amiga pantomímica.
Era curioso cómo todos los valores se me trastornaban y cómo yo sonreía moviendo la cabeza sorprendido. Díez Canedo era, en un periódico de Bayona de Francia el que sabía más de los libros malos de todos los países y la casa editorial Calleja los pagaba al precio de oro y no daba nada abasto en publicarlos. La mala clase del papel de guerra era ahora una ventaja, pues cuanto peor fuera el papel mejor para el intérprete, que encontraba en ello no sé qué resorte secreto, ya descrito en el "De la interpretación..."
Acebal se había encontrado, de pronto, con que "La lectura" era una gran revista y se pagaban sus colecciones a precio de oro. El primer lector era Bonilla y San Martín.
[Mi padre...]
Mi padre, al pasar yo en el coche de la madrugada por el cementerio blanco [?] y luminoso bajo el lucero de la madrugada, se incorpora otra vez en su nicho.
Nosotros nos callamos, descubiertos. Y en el frío de la hora, una plenitud de amor silencioso lo para todo -sólo se oye fluir el mundo inmenso- en el coche que se va y él no viene que se queda.
Pasa el camino, viene la luz, cantan los pájaros, hablan, preguntan los niños. Mi padre vuelve a echarse en su nicho, con sus ojos azules, y se vuelve a morir contento.