Letras

La vida en minúscula

Alfred Polgar

10 noviembre, 2005 01:00

Traducción de Manuel Lobo. Acantilado, 2005. 147 páginas, 12 euros

Alfred Polgar (Viena, 1873-Zurich, 1955) cultivó el formato breve. Su obra imita el modelo de P. Altenberg, donde se exploran las posibilidades del fragmento, el apunte y la prosa menor. La vida en minúscula es una colección de relatos que eluden la retórica o lo superfluo. Hay narraciones que apenas ocupan una página, cuentos que recrean lo real con una asombrosa brevedad, sin producir la sensación de lo inacabado. No es extraño que esta concepción de la literatura concitara el interés de Kafka, Benjamin o Musil. Kafka advirtió un impulso moral en la prosa de Polgar, señalando que la pretensión de educar no malograba el efecto estético. Benjamin le consideró el cronista de la decadencia vienesa y Musil apuntó que su ironía desvelaba las imposturas de la sociedad burguesa, tan perversa como autocomplaciente.

En algo más de cien páginas, Polgar muestra las insuficiencias de la condición humana, la extraordinaria precariedad de los afectos o la coexistencia de lo posible y lo improbable. Ironiza sobre las palabras, que nombran las cosas, sin reflejar su esencia, o sobre las nociones morales, que se invisten de comprensión para disfrazar su intransigencia. En "La cabina telefónica", un indigente intenta establecer comunicación con la razón de Estado, pero nadie atiende su llamada. En "Adiós en el andén de una estación", se evidencia la elasticidad del tiempo, que se dilata o encoge de acuerdo con los sentidos o las emociones. En "Discurso, por desgracia nunca pronunciado, ante la tumba de las víctimas", se deplora la inutilidad de la guerra. En "El abrigo", el azar determina la salvación o la desgracia de un perseguido político. En "El escalón", el miedo perdura, aunque la resistencia de la realidad a lo imaginario frustre las amenazas de una niñera.

"El globo" muestra la proximidad entre la infancia y la vejez, la creatividad de dos edades que lindan con la nada. En "El niño", se describe la vida humana como una carrera hacia la muerte. Polgar no comparte la fe de los ilustrados en el progreso. La humanidad no avanza hacia lo mejor, sino hacia el desorden, hacia la discordia universal. Su mirada es la mirada de un moralista, que no puede contemplar la historia, sin afligirse por la prosperidad del sufrimiento. Han transcurrido 50 años desde su muerte y el pesimismo sólo ha renovado sus argumentos. Sólo nos queda la lucidez de reconocerlo.